Lo dijo este domingo al rezar la oración del Regina Coeli ante una multitud reunida en la Plaza de San Pedro, que lo saludó con un largo y caluroso aplauso apenas se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico.
El Evangelio de hoy -comenzó diciendo- nos conduce al Cenáculo, donde escuchamos el mandamiento nuevo de Jesús que dice así: “Este es mi mandamiento, que se amen los unos a los otros como yo los amé”. Y, pensando en el sacrificio de la cruz ya inminente, añade: “Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando”.
Estas palabras, pronunciadas durante la Última Cena, resumen todo el mensaje de Jesús; es más, resumen todo lo que Él hizo: Jesús dio la vida por sus amigos. Amigos que no lo habían entendido, que en el momento crucial lo abandonaron, traicionaron y renegaron. Esto nos dice que Él nos ama, a pesar de no merecer su amor. Así nos ama Jesús.
De esta manera, Jesús nos muestra el camino para seguirlo, el camino del amor. Su mandamiento no es un simple precepto, que siempre es algo abstracto o ajeno a la vida. El mandamiento de Cristo es nuevo porque Él fue el primero en cumplirlo, le dio carne, y así la ley del amor se escribe una vez y para siempre en el corazón del hombre. Y ¿cómo está escrita? Está escrita con el fuego del Espíritu Santo. Y con este mismo Espíritu, que Jesús nos da, también podemos caminar nosotros por este camino.
Es un camino concreto, un camino que nos lleva a ir más allá de nosotros mismos para llegar a los demás. Jesús nos enseñó que el amor de Dios se realiza en el amor al prójimo. Los dos van juntos. Las páginas del Evangelio están llenos de este amor: adultos y niños, cultos e ignorantes, ricos y pobres, justos y pecadores, todos han tenido acogida en el corazón de Cristo.
Por lo tanto, esta Palabra de Dios nos llama a amarnos los unos a los otros, aunque no siempre nos entendamos, no siempre estemos de acuerdo, pero es precisamente ahí donde se ve el amor cristiano. Un amor que se manifiesta aunque haya diferencias de opinión o de carácter, pero el amor es más grande que estas diferencias. Y este es el amor que nos enseñó Jesús. Es un amor nuevo, porque está renovado por Jesús y su Espíritu. Es un amor redimido, liberado del egoísmo. Un amor que da alegría a nuestro corazón, como Jesús mismo dice: “Les dije estas cosas para que mi gozo esté en ustedes y el gozo de ustedes sea completo”.
Es precisamente el amor de Cristo, que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones, el que cumple cada día prodigios en la Iglesia y en el mundo. Son muchos pequeños y grandes gestos que obedecen al mandamiento del Señor: “Ámense los unos a los otros como yo los amé”. Gestos pequeños, de cada día, gestos de cercanía a un anciano, a un niño, a un enfermo, a una persona sola y en dificultad, sin hogar, sin trabajo, inmigrante, refugiada. Gracias a la fuerza de esta palabra de Cristo, cada uno de nosotros puede ser cercano al hermano y a la hermana que se encuentra. Gestos de cercanía, de proximidad. En estos gestos se manifiesta el amor que Cristo nos enseñó.
Que nuestra Madre Santísima nos ayude, para que en la vida cotidiana de cada uno de nosotros el amor a Dios y el amor al prójimo siempre estén unidos.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del Regina Coeli. Y al concluir la plegaria mariana, quiso dedicar unas palabras de gratitud y afecto a todas las madres:
“Hoy en muchos países se celebra el día de la madre. Recordamos con gratitud y afecto a todas las madres. Ahora me dirijo a las madres que están aquí en la Plaza. ¡Un aplauso para ellas, para las madres que están en la Plaza! Y que este aplauso abrace a todas las madres, a todas nuestras queridas madres: aquellas que viven con nosotros físicamente, y también aquellas que viven con nosotros espiritualmente. Que el Señor las bendiga a todas, y que la Virgen, a quien está dedicado este mes, las custodie”.+
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