“Permiso, perdón y gracias: abren el camino para vivir bien en la familia

“Permiso, gracias, perdón, palabras sencillas que abren el camino para vivir bien en la familia, palabras sencillas, pero no tan sencillas para poner en práctica. Encierran una gran fuerza: la fuerza de cuidar la casa, también a través de miles de dificultades y pruebas; sin embargo su falta, poco a poco abre grietas que pueden incluso hacerla caer”, dijo el papa Francisco, esta mañana, durante la audiencia general, continuando con sus catequesis sobre la familia.

Al celebrarse, hoy, la memoria litúrgica de la Virgen de Fátima, el Pontífice se detuvo un momento delante de la imagen de la Virgen, oró en silencio y pidió al traductor en portugués que rezara un Avemaría en esta lengua.El papa Francisco llegó a la plaza de San Pedro en el jeep descubierto y durante casi media hora recorrió los pasillos saludando a los miles de fieles allí reunidos.

El Santo Padre prosiguió con las catequesis sobre la familia y explicó que la catequesis de hoy quiere ser la puerta de una serie de reflexiones sobre la vida de la familia, la vida real, la vida cotidiana. Sobre esta puerta están escritas tres palabras que ya hemos utilizado otras veces: permiso, gracias, perdón. Más fáciles de decir que de poner en práctica, pero absolutamente necesarias”. Son palabras -añadió Francisco- vinculadas a la buena educación, en su sentido genuino de respeto y deseo del bien, lejos de cualquier hipocresía y doblez.

Así, reconoció que “la palabra permiso nos recuerda que debemos ser delicados, respetuosos y pacientes con los demás, incluso con los que nos une una fuerte intimidad. Como Jesús, nuestra actitud debe ser la de quien está en la puerta y llama”.

Del mismo modo indicó que “dar las gracias, segunda palabra, parece un signo de contradicción para una sociedad recelosa, que lo ve como debilidad. Sin embargo, la dignidad de las personas y la justicia social pasan por una educación a la gratitud. Una virtud, que para el creyente, nace del corazón mismo de su fe”.

Finalmente, el Papa recordó que el perdón es el mejor remedio para impedir que nuestra convivencia se agriete y llegue a romperse. “El Señor nos lo enseña en el Padrenuestro, aceptar nuestro error y proponer corregirnos es el primer paso para la sanación”, observó. Y así, invitó a los esposos a no terminar nunca el día sin reconciliarse, sin hacer la paz.

Texto de la catequesis

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La catequesis de hoy es como una puerta de entrada para una serie de reflexiones sobre la vida de la familia, su vida real, con sus tiempos y sus circunstancias. Sobre esta puerta de entrada están escritas tres palabras, que ya he utilizado varias veces. Y estas palabras son: permiso, gracias, perdón. De hecho, estas palabras abren el camino para vivir bien en la familia. Son palabras sencillas, pero no tan sencillas para poner en práctica. Encierran una gran fuerza: la fuerza de cuidar la casa, también a través de miles de dificultades y pruebas; sin embargo su falta, poco a poco abre grietas que pueden incluso hacerla caer.

Nosotros las entendemos normalmente como las palabras de la “buena educación”. Está bien. Una persona bien educada pide permiso, da las gracias y pide perdón si se equivoca. Porque la buena educación es muy importante. Un gran obispo, san Francisco de Sales, solía decir que “la buena educación es ya mitad de santidad”. Pero, atención, en la historia hemos conocido también un formalismo de las buenas maneras que se puede convertir en máscara que esconde la aridez del alma y el desinterés por el otro. Se suele decir: ‘Detrás de muchas buenas maneras se esconden malas costumbres’. Ni siquiera la religión es inmune a este riesgo, que desliza el cumplimiento formal en la mundanidad espiritual.

El diablo que tienta a Jesús ostenta buenas maneras -pero es realmente un señor, un caballero- y cita las Sagradas Escrituras, parece un teólogo. Su estilo parece correcto, pero su intento es desviar de la verdad del amor de Dios. Nosotros sin embargo entendemos la buena educación en sus términos auténticos, donde el estilo de las buenas relaciones está firmemente arraigado en el amor del bien y en el respeto del otro. La familia vive de esta finura del querer bien.

La primera palabra es permiso. Cuando nos preocupamos por pedir gentilmente eso que quizá creemos que merecemos, ponemos una defensa real en el espíritu de la convivencia matrimonial y familiar. Entrar en la vida del otro, también cuando forma parte de nuestra vida, pide la delicadeza de una actitud no invasiva, que renueva la confianza y el respeto. La confianza no autoriza a dar todo por descontado. Y el amor, cuanto más íntimo y profundo es, más exige el respeto de la libertad y la capacidad de esperar que el otro abra la puerta de su corazón.

A propósito de esto, recordamos esa palabra de Jesús en el libro del apocalipsis: ‘Mira que estoy en la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, yo iré con él, cenaré con él y él conmigo’. ¡También el Señor pide permiso para entrar! No lo olvidemos. Antes de hacer algo en la familia, ¿permiso? ¿puedo hacerlo? ¿te gusta que lo haga así? Ese lenguaje verdaderamente educado, pero lleno de amor. Y esto hace mucho bien a las familias.

La segunda palabra es gracias. Muchas veces podemos pensar que nos estamos convirtiendo en una civilización de malas maneras y malas palabras, como si fuera un signo de emancipación. Las escuchamos decir muchas veces también públicamente. La gentileza y la capacidad de dar las gracias son vistas como un signo de debilidad, a veces suscitan incluso desconfianza.

Esta tendencia se contrasta en el mismo seno de la familia. Debemos ser intransigentes sobre la educación en la gratitud, en el reconocimiento: la dignidad de las personas y la justicia social pasan ambas por aquí. Si la vida familiar descuida este estilo, también la vida social lo perderá. La gratitud, además, para un creyente, está en el corazón mismo de la fe: un cristiano que no sabe dar las gracias es uno que se ha olvidado del lenguaje de Dios. ¡Escuchen bien! Un cristiano que no sabe agradecer es uno que ha olvidado del lenguaje de Dios. ¡Es feo esto!

Recordamos la pregunta de Jesús cuando sanó diez leprosos y solo uno de ellos volvió para darle las gracias. Una vez escuché de una persona anciana, muy sabia, muy buena, sencilla, pero con esa sabiduría de la piedad, de la vida. “La gratitud es una planta que crece solamente en la tierra de las almas nobles”. Esa nobleza del alma, esa gracia de Dios en el alma que empuja a decir: Gracias a la gratitud. Es la flor de un alma noble. Ésta es algo lindo.

Y la tercera palabra es “perdón”. Palabra difícil, sí, pero también necesaria. Cuando falta, pequeñas grietas se engrandecen -aún sin quererlo- hasta convertirse en fosas profundas.

No por nada, en la oración enseñada por Jesús, el “Padre nuestro” que resume todas las preguntas esenciales de nuestra vida, encontramos esta expresión: ‘Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden’. Reconocer haber faltado, y estar deseoso de restituir lo que se quitó -respeto, sinceridad, amor- nos hace dignos del perdón. Y así se para la infección.

Si no tenemos capacidad de pedir perdón, quiere decir que tampoco somos capaces de perdonar. En la casa donde no se pide perdón empieza a faltar el aire, las aguas se estancan. Muchas heridas de los afectos, muchas laceraciones en las familias comienzan con la pérdida de esta palabra preciosa: perdón. En la vida matrimonial se pelea muchas veces, también “vuelan los platos”, pero doy un consejo: no terminen el día sin hacer las paces.

Escuchen bien. ¿Han peleado marido y mujer? ¿Hijos con padres? ¿Han peleado fuerte? No está bien pero no es el problema: el problema es que este sentimiento no esté al día siguiente. Por eso, si han peleado, no hay que terminar nunca el día sin hacer las paces en familia. ¿Y cómo debo hacer las paces? ¿Ponerme de rodillas? ¡No! Solamente un pequeño gesto, una cosita así. ¡Y la armonía familiar vuelve! ¡Basta una caricia! Sin palabras. Pero nunca terminar el día en familia sin hacer las paces. ¿Entendido? ¡No es fácil! Pero se debe hacer. Y con esto la vida será más bella.

Estas tres palabras-clave de la familia son palabras sencillas, y quizá en un primer momento nos hacen sonreír. Pero cuando las olvidamos, no hay nada de que reír ¿verdad? Nuestra educación, quizás, las descuida demasiado. El Señor nos ayude a volverlas a poner en el lugar exacto, en nuestro corazón, en nuestra casa, y también en nuestra convivencia civil. Y ahora invito a repetir todos juntos estas tres palabras: “permiso, gracias, perdón”… ¡todos juntos! “permiso, gracias, perdón”. Son tres palabras para entrar realmente en el amor de la familia, para que la familia quede bien. Ahora, repetir ese consejo que he dado, todos juntos: nunca terminar la jornada sin hacer las paces. Todos. “Nunca terminar la jornada sin hacer las paces”. Gracias.+

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