“Los cristianos deben ‘remar contra corriente’ si se proponen ser coherentes con su fe”
Para lograrlo, el prelado consideró “preciso que los creyentes asuman responsablemente su rol de testigos. No se les pedirá más que vivir lo que creen y, de esa manera, mostrar al mundo la transformación que la gracia del Redentor opera en ellos. Es el testimonio auténtico, expresado en la convivencia social, tan disímil y conflictiva. Mantener los valores cristianos, armonizándolos con tan diversas - hasta contradictorias - formas de construir el orden social, constituye una verdadera aventura”.
“Los cristianos deben ‘remar contra corriente’ si se proponen ser coherentes con los contenidos de su fe y una relación cordial con quienes la ignoran o agreden”, sostuvo y agregó: “El diálogo no está destinado a que los empeñados en él piensen de la misma manera, sino a establecer relaciones humanas y construir consensos para la paz. Será la tarea común, difícil y posible, alentada por la presencia constante del Espíritu del Señor resucitado”.
“La unidad perfecta es obra de Dios, porque la perfección se concreta más allá de la lucha cotidiana por lograrla, al final de los tiempos. Los gestos admirables de cercanía, protagonizados por Jesús, se constituyen en modelos y asistencia para la vida temporal”, subrayó.
Texto de la sugerencia
1.- Jesús es Dios que se involucra con el dolor humano. "Llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda... Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: 'No llores'". (Lucas 7, 12-13) El Señor lo vuelve a la vida y lo devuelve a su desconsolada madre. Así ocurrió con la familia amiga de Betania, con motivo de la muerte de Lázaro. Jesús muestra sus sentimientos de compasión y se involucra afectivamente con el sufrimiento de las personas. Es Dios que no se distancia del drama humano, aún sabiendo que lo resolverá de inmediato. Hecho hombre se conmueve y llora, por causa del sufrimiento de los enfermos, de los pobres y de quienes ama. En Cristo, Dios se acerca a la vida de los hombres: a sus dolores y enfermedades, a sus tragedias e insuperados conflictos. Su presencia cercana es más importante que la supresión de las dolorosas dificultades que los agobian. En alguna ocasión, después de un fatal accidente, que sesgó varias vidas jóvenes, sus padres me preguntaron dónde estaba Dios en el momento del accidente. Se me ocurrió echar mano a una verdad que explicara esa dolorosa situación: Jesús es el Dios presente en la vida de los hombres, no a la distancia, sobre todo en sus inevitables componentes de dolor, de luchas y esperanzas, de lecciones aprendidas y de ocasionales fracasos.2.- La vida es un riesgo que pone en juego la libertad. Dios es el Padre de nuestra vida y nos asiste para que la vivamos, con sus desafíos e inexploradas riquezas. La vida es también un riesgo que pone en juego nuestra libertad y nos conduce a Dios, que es el término de perfección que le da sentido. Así se explican las fluctuaciones provocadas por las dudas, las debilidades, las enfermedades y la muerte. La presencia de Jesús nos pone en condiciones de vencer, con Él, el pecado y la muerte. Las escenas históricas del Evangelio corroboran la particular misión del Maestro. A veces incomprendemos una parte esencial de su enseñanza, al no darle lugar entre nosotros, en el acontecer de cada dia. Cristo come con los pecadores, vale decir, se sensibiliza con el dolor causado por el mal y el pecado, ofreciendo a sus comensales el auxilio del "poder de Dios para la salvación de todos los que creen". (Romanos 1, 16) Sigue cumpliendo esa misión en aquellos con quienes ha querido, y quiere, compartirla: "Como mi Padre me envió yo los envío a ustedes". Es preciso que prestemos atención a su vigencia y aprovechemos el auxilio necesario de su gracia. Responsabilidad grave de los Pastores de la Iglesia y reclamo, con frecuencia informulado, del mundo. El Beato Pablo VI, en su excelente Exhortación Apostólica (8 de diciembre de 1975) se refiere a ese reclamo con términos dramáticos: "No sería exagerado hablar de un poderoso y trágico llamamiento a ser evangelizado". (Evangelii Nuntiandi n. 55) Dios habla a gritos desde la angustiosa situación de enormes multitudes que andan dispersas y desorientadas "como ovejas sin pastor". Es importante que el mundo reconozca, en Cristo, al auténtico Pastor que guíe las vidas de sus hombres y mujeres y los aleje definitivamente de la dispersión en que se encuentran.
3.- Asumir el rol de testigos. Para ello será preciso que los creyentes asuman responsablemente su rol de testigos. No se les pedirá más que vivir lo que creen y, de esa manera, mostrar al mundo la transformación que la gracia del Redentor opera en ellos. Es el testimonio auténtico, expresado en la convivencia social, tan disímil y conflictiva. Mantener los valores cristianos, armonizándolos con tan diversas - hasta contradictorias - formas de construir el orden social, constituye una verdadera aventura. Los cristianos deben "remar contra corriente" si se proponen ser coherentes con los contenidos de su fe y una relación cordial con quienes la ignoran o agreden. El diálogo no está destinado a que los empeñados en él piensen de la misma manera, sino a establecer relaciones humanas y construir consensos para la paz. Será la tarea común, difícil y posible, alentada por la presencia constante del Espíritu del Señor resucitado. La unidad perfecta es obra de Dios, porque la perfección se concreta más allá de la lucha cotidiana por lograrla, al final de los tiempos. Los gestos admirables de cercanía, protagonizados por Jesús, se constituyen en modelos y asistencia para la vida temporal.
4.- La cercanía de Jesús como presencia viva. Los gestos de cercanía del Papa Francisco están inspirados en el Evangelio. Nos da qué pensar los explosivos comentarios de sectores políticos o politizados. Los Pastores debemos asemejarnos a Cristo y, para ello, mantener siempre "un oído puesto en el Evangelio y el otro en el pueblo" (Mons. Angelelli). Así no equivocaremos el rumbo y nuestra cercanía al pueblo - especialmente a los más pobres - tendrá sentido. Los pobres no serán evangelizados sin testigos de la presencia viva de Jesús entre ellos. Cristo, acompañándonos, como a los discípulos de Emaús, hará arder nuestro corazón, para que lo reconozcamos "al partir el pan"; también al compartir los sufrimientos, inquietudes y cotidianas aflicciones de todos los hombres. No olvidemos, coherentes con las exigencias de nuestra pertenencia a Cristo, se nos impone concretar hoy la cercanía del Señor a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.+
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