Texto de la editorial
“La carta que Francisco ha enviado como signo de su cercanía personal a los obispos estadounidenses congregados en un retiro espiritual en Chicago ofrece una clave de lectura para comprender su mirada sobre la crisis de los abusos, también con vistas a la reunión de febrero en el Vaticano.
En su discurso a la Curia romana del pasado 21 de diciembre, el Papa se expresó de manera amplia, decidida y enérgica sobre este tema. Ahora, en el mensaje a los obispos de los Estados Unidos, no se detiene a examinar el fenómeno de los abusos de poder, conciencia y sexuales contra niños y adultos vulnerables, sino que va a la raíz del problema indicando un camino de salida.
La credibilidad de la Iglesia -reconoce una vez más el pontífice- ha sido fuertemente cuestionada y debilitada por estos pecados y crímenes, pero sobre todo por el deseo de disimularlos y ocultarlos. Pero es en su respuesta sugerida donde se debe buscar el punto central de la Carta.
En efecto, Francisco pone en guardia sobre confiar demasiado en acciones que parecen “útiles, buenas y necesarias”, e incluso “justas”, pero que no tienen “sabor de Evangelio” si tienden a reducir la respuesta al mal, visto sólo como un problema de organización.
No tiene “sabor de Evangelio” una Iglesia transformada en “agencia de recursos humanos”, que deposita su propia confianza sólo en las estrategias, en los organigramas, en las buenas prácticas de la empresa, en lugar de confiar ante todo en la presencia de Aquel que la ha guiado durante dos mil años, en la fuerza salvífica de la gracia, en la obra silenciosa y cotidiana del Espíritu Santo.
Desde hace varios años los Papas han introducido normas más adecuadas y severas para combatir el fenómeno de los abusos: otras indicaciones vendrán de la confrontación colegial entre los obispos de todo el mundo unidos a Pedro. Pero el remedio puede ser ineficaz si no va acompañado “de la conversión de nuestra mente (metanoia), de nuestra forma de orar, de administrar el poder y el dinero, de vivir la autoridad y también de cómo nos relacionamos entre nosotros y con el mundo”.
La credibilidad no se reconstruye con estrategias de marketing. Podría ser el fruto de una Iglesia que sabe superar las divisiones y las contraposiciones internas. Una Iglesia cuya acción nace de reflejar una luz que no es propia, sino que continuamente le es donada.
Una Iglesia que no se anuncia a sí misma ni a su propia capacidad; formada por pastores y fieles que, como dice el Papa, se reconocen a sí mismos como pecadores e invitan a la conversión porque han experimentado y están experimentando, en ellos mismos, el perdón y la misericordia.” (Andrea Tornielli).+
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