Con el título “¡La paz con ustedes!” , relató: “Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»”.
En ese sentido, detalló: “El lugar es el mismo, pero la actitud ya no es igual. En el cenáculo, Jesús había reunido a los suyos para la cena de despedida, les había lavado los pies, partiendo para ellos el pan y compartiendo la copa. Era muy consciente de lo que se le venía encima. Sus palabras aquella noche eran graves, pero abrían el futuro a la esperanza”.
“Ahora, en cambio, los discípulos buscan el mismo lugar, pero los puede el miedo, tal vez la vergüenza; en todo caso, la ilusión de que las puertas cerradas los protejan”, advirtió.
“Puertas cerradas como autodefensa. No da resultado en la vida de nadie. Mucho menos en la experiencia de fe. Jesús lo sabe, pues conoce el corazón humano. Por eso no necesita romper las puertas. Irrumpe desde dentro, sin forzar ni imponerse. Solo busca hacerse reconocer. Su sola presencia, percibida por la fe, dará la anhelada paz. Su paz y su alegría. Esas son las llaves para salir de cualquier encierro”, aseguró.
“Así comienza cada misa”, recordó el prelado, “con el saludo del sacerdote que desea la paz en nombre de Jesús. Y lo que hacemos ritualmente en la Misa es lo que pasa en nuestra vida, cuando aceptamos ser discípulos de Jesús y su Evangelio”, afirmó.
Finalmente, reflexionó: “Es lo que Jesús está haciendo ahora mismo con su Iglesia: nosotros buscamos encerrarnos, pero Él nos comunica su Espíritu y, así, nos saca afuera, a la intemperie: ‘Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo…»’”, concluyó, asegurando que “esa es la vida de la Iglesia cristiana. Lo fue al inicio. Lo sigue siendo ahora”.+
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