Santa Fe (AICA): Hoy, 19 de noviembre, se cumplen 71 años de la muerte del Siervo de Dios José Marcos Figueroa, el religioso jesuita que fue, durante 52 años, el portero del histórico Colegio Inmaculada Concepción en la ciudad de Santa Fe. Con motivo del aniversario, en el santuario de Nuestra Señora de los Milagros, de Santa Fe, tendrá lugar una celebración eucarística a las 19,30, a cuyo término se rezará una oración junto a la tumba del Hermano José Marcos Figueroa pidiendo por el éxito de la causa de canonización.
Con motivo del aniversario, en el santuario de Nuestra Señora de los Milagros, de Santa Fe, tendrá lugar una celebración eucarística a las 19,30, a cuyo término se rezará una oración junto a la tumba del Hermano José Marcos Figueroa pidiendo por el éxito de la causa de canonización.
Hermano José Marcos Figueroa SJ
José Marcos nació en Tinajo, en la Isla de Lanzarote (Islas Canarias, España), el 7 de octubre de 1865. Sus padres fueron Nicolás Figueroa y Rafaela Umpiérrez. Fue el mayor de cuatro hermanos.
Toda la familia marchó al Uruguay en 1873 y se instalaron en Santa Lucía, en la zona de Canelones, cerca de Montevideo, donde se dedicaron como en la tierra natal, a la agricultura. José Marcos asistió a la escuela solamente cuatro meses por la necesidad que tenían sus padres de él.
Hasta la edad de 20 años permaneció junto a sus padres. El 30 de enero de 1886 se fue a Montevideo siguiendo el llamado de la vocación y poco después, el 12 de agosto de 1886, entró en el noviciado de la Compañía de Jesús, en Córdoba, Argentina. Algunos meses después, en mayo de 1887, José Marcos contrajo la viruela. Esta experiencia de la enfermedad de la viruela pero, sobre todo la muerte de su enfermero, que se contagió de esa enfermedad, marcó profundamente al Hermano Figueroa.
El 28 de mayo de 1888 el hermano partió destinado a Santa Fe, donde terminaría su noviciado. Delante del padre José María Bustamante, superior de la Residencia Jesuita de Córdoba, pronunció sus votos perpetuos el 15 de agosto de ese mismo año.
El hermano Figueroa comenzó a trabajar en el Colegio con el oficio de 2º enfermero y de comprador. Poco tiempo después inició también su trabajo en la portería ayudando al hermano Laurindo Da Silva que se desempeñaba en el cargo de portero desde 1862. Este fue el que le enseñó a Figueroa el "arte de ser portero".
54 años de vida religiosa y 52 de portero
Fueron cincuenta y cuatro años de vida religiosa, de los cuales cincuenta y dos transcurrieron en la portería del Colegio Inmaculada. Durante todo ese tiempo, el Hermano Figueroa fue una persona de la que se decía que "hablaba de Dios" con su manera de ser, con su vida y con sus pequeñas obras cotidianas.
Trabajo y silencio marcaron la vida del hermano Figueroa. No se lo conoció de otra manera. No nada extraordinario. Sólo un hombre al servicio de los demás que era querido por todos. Fueron muchas las virtudes que adornaron su vida, y todas se desarrollaron y produjeron frutos muy profundos.
El cariño de tantas personas que gozaron de su intercesión y el agradecimiento que acercó a multitudes de alumnos y familias del Colegio y Santuario salieron a la vista después de su muerte, ocurrida el 19 de noviembre de 1942.
Allí se rompió el silencio. Gran cantidad de pésames llegaron por esos días al Colegio, y acompañaron con su presencia en el que se creía el último adiós de despedida de sus restos mortales. Ponderaban sobre todo la personalidad del hermano a quien desde entonces comienza a llamarse "santo".
Diez años después, en 1952, mientras se trasladaban los restos de los jesuitas enterrados en el Cementerio de Piquete, encontraron el cuerpo incorrupto del Hermano Figueroa. Inmediatamente se comenzaron los trabajos para introducir la causa de canonización. Los padres jesuitas pidieron permiso a Roma para exhumar los restos del Hermano y trasladarlos hasta la iglesia de los Milagros para enterrarlos allí, donde actualmente se encuentra y es visitado por innumerables devotos que le agradecen y piden su intercesión. De acuerdo con el testimonio de los presentes el cuerpo del hermano no había sufrido ninguna corrupción.
La calidez humana, que fue un distintivo de su vida, sigue siendo ahora el distintivo en el tiempo de la espera. El Hermano escucha a todos los que se acercan y sigue siendo, a la vez, un signo de la fidelidad a Dios en las pequeñas cosas de todos los días.+
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