Ciudad del Vaticano (AICA): Después de celebrar en la basílica de San Pedro la santa misa con los nuevos cardenales, el papa Francisco desde la ventana de su estudio en el Palacio apostólico, dirigió unas palabras, previas al rezo del Ángelus, a los fieles y peregrinos que colmaban la Plaza de San Pedro. Comentando el Evangelio del día, el Santo Padre reflexionó sobre el episodio de la curación del leproso y recordó en esta oportunidad que Jesús toma de nosotros nuestra humanidad enferma y nosotros tomamos de Él su humanidad sana y sanadora. Finalizado el rezo mariano el Pontífice pidió un aplauso por los nuevos cardenales.
Comentando el Evangelio del día, el Santo Padre reflexionó sobre el episodio de la curación del leproso y recordó en esta oportunidad que Jesús toma de nosotros nuestra humanidad enferma y nosotros tomamos de Él su humanidad sana y sanadora. “Esto ocurre cada vez que recibimos con fe un Sacramento: el Señor Jesús nos ‘toca’ y nos dona su gracia”, “nos cura de la lepra del pecado”.
El Papa notó que una vez más el Evangelio nos muestra qué cosa hace Dios frente a nuestro mal: no viene a “dar una lección” sobre el dolor; tampoco viene a eliminar del mundo el sufrimiento y la muerte; viene más bien a cargar sobre sí el peso de nuestra condición humana, a llevarla hasta el fondo, para librarnos de manera radical y definitiva. “Así Cristo combate los males y los sufrimientos del mundo: haciéndose cargo de ellos y venciéndolos con la fuerza de la misericordia de Dios”, puntualizó.
“El Evangelio de la curación del leproso nos dice que, si queremos ser verdaderos discípulos de Jesús, estamos llamados a convertirnos, unidos a Él, en instrumentos de su amor misericordioso, superando todo tipo de marginación. Si el mal es contagioso, también lo es el bien. Por lo tanto, es necesario que abunde en nosotros, cada vez más, el bien. Dejémonos contagiar por el bien y contagiemos el bien.”
Palabras del Papa
“Queridos hermanos y hermanas, en este domingo el evangelista Marcos nos narra la acción de Jesús contra toda especie de mal, beneficiando a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu: endemoniados, enfermos y pecadores. Él se presenta como aquel que combate y vence el mal en donde lo encuentre. En el Evangelio de hoy, esta lucha que realiza encuentra un caso emblemático, porque el enfermo es un leproso. La lepra es una enfermedad contagiosa y que no tiene piedad, que desfigura a la persona, y que era símbolo de impureza: el leproso tenía que permanecer siempre fuera de los centros habitados y señalar su presencia a quienes pasaban. Era marginado de la comunidad civil y religiosa. Era como un muerto ambulante.
El episodio de la curación del leproso se desarrolla en tres breves etapas: la invocación del enfermo, la respuesta de Jesús, las consecuencias de la curación prodigiosa. El leproso le suplica a Jesús, 'de rodillas' y le dice: 'Si quieres puedes purificarme'. A esta oración humilde y llena de confianza, Jesús responde con una actitud profunda de su ánimo: la compasión. La compasión es una palabra muy profunda que significa 'sufrir con el otro'.
El corazón de Cristo manifiesta la compasión paterna de Dios por aquel hombre, acercándose a él y tocándolo. Este particular es muy importante. Jesús 'tiende la mano, lo toca... y en seguida la lepra desaparece y Él lo purifica”. La misericordia de Dios supera cada barrera y la mano de Jesús toca al leproso. Él no pone una distancia de seguridad y no actúa delegando, sino que se expone directamente al contagio por nuestro mal. Y así justamente nuestro mal se vuelve el lugar del contacto: Él, Jesús, toma de nosotros la humanidad enferma y nosotros de Él su humanidad sana y que cura.
Esto sucede cada vez que recibimos con fe un sacramento: el Señor Jesús nos 'toca' y nos da su gracia. En este caso pensamos especialmente al sacramento de la Reconciliación, que nos cura de la lepra y del pecado.
Una vez más el evangelio nos muestra lo que hace Dios delante de nuestro mal: no viene a darnos una lección sobre el dolor; tampoco viene a eliminar del mundo el sufrimiento y la muerte; viene más bien a tomar sobre sí mismo el peso de nuestra condición humana, y a llevarla hasta el fondo, para liberarnos de manera radical y definitiva. Así Cristo combate el mal y el sufrimiento del mundo: haciéndose cargo y venciendo con la fuerza de la misericordia de Dios.
A nosotros, hoy, el evangelio de la curación del leproso nos dice que, si queremos ser verdaderos discípulos de Jesús, estamos llamados a volvernos unidos a Él, instrumentos de su amor misericordioso, superando cada tipo de marginación. Para ser 'imitador de Cristo', delante a un pobre o a un enfermo, no debemos tener miedo de mirarlo en los ojos, y de acercarnos con ternura y compasión. Y de tocarlo y abrazarlo. Con frecuencia pido a las personas que asisten a los otros, que lo hagan mirándolos a los ojos, y de no tener miedo de tocarlos. Que el gesto de ayuda sea también un gesto de comunicación. También nosotros tenemos necesidad de ser acogidos. Un gesto de ternura y de compasión. Y les pregunto: ¿Cuando se ayuda a los otros, los miran en los ojo, los acogen sin miedo de tocarlos, los acogen con ternura? Piensen sobre esto. Cómo se ayuda, a distancia o con ternura y cercanía?
Si el mal es contagioso, también el bien lo es. Por lo tanto es necesario que en nosotros abunde siempre más el bien. ¡Dejémonos contagiar por el bien!”.+
Publicar un comentario