“Es lo que el apóstol Pablo -dijo el Papa- resume en sus famosas palabras: “Este es un gran misterio; quiero decir, en referencia a Cristo y a la Iglesia”. Inspirado por el Espíritu Santo, Pablo afirma que el amor entre los cónyuges es la imagen del amor entre Cristo y la Iglesia. ¡Una dignidad impensable! Pero que, en realidad, se inscribe en el diseño creativo de Dios, y que con la gracia de Cristo, imnumerables parejas cristianas, a pesar de sus limitaciones, de sus pecados, llevan a cabo”.
Siempre san Pablo hablando de la nueva vida en Cristo, dice que los cristianos –todos- “están llamados a amarse unos a otros como Cristo los amó, es decir “sometidos unos a otros”, lo que significa al servicio los unos de los otros. Aquí introduce la analogía entre la pareja marido esposa y la de Cristo-Iglesia”.
“Está claro -explicó Francisco- que es una analogía imperfecta, pero tenemos que captar el significado espiritual que es muy elevado, es revolucionario, y al mismo tiempo simple y asequible para todo hombre y mujer que se confían a la gracia de Dios”.
“El marido -dice Pablo- debe amar a su esposa “como a su propio cuerpo”, amarla como Cristo “amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella”. El impacto de esta radicalidad que se requiere al hombre, por el amor y la dignidad de la mujer, siguiendo el ejemplo de Cristo, debe haber sido enorme, en la misma comunidad cristiana. Esta semilla del nuevo evangelio, que restablece la reciprocidad original de dedicación y respeto, ha madurado lentamente en la historia, pero al final ha prevalecido”.
El sacramento del matrimonio “es un gran acto de fe y de amor -subrayó Francisco- que atestigua el valor de creer en la belleza del acto creador de Dios y de vivir ese amor que empuja siempre a ir más lejos, más allá de sí mismos y más allá de la propia familia.
La vocación cristiana a amar incondicionalmente y sin límite es lo que, con la gracia de Cristo, es la base del consentimiento libre que constituye el matrimonio”. Y también “la Iglesia misma participa plenamente en la historia de cada matrimonio cristiano: se edifica sobre sus éxitos y padece con sus fracasos. Pero debemos preguntarnos seriamente: ¿Aceptamos hasta el fondo, nosotros, como creyentes y pastores, este vínculo indisoluble de la historia de Cristo y de la Iglesia con la historia del matrimonio y de la familia humana? ¿Estamos preparados para asumir seriamente esta responsabilidad?”.
La decisión de “casarse en el Señor” también contiene una dimensión misionera, pues “requiere que los esposos estén dispuestos a ser transmisores de la bendición y de la gracia del Señor para todos. Efectivamente las parejas cristianas participan, en cuanto esposos en la misión de la Iglesia. Y así la vida de la Iglesia se enriquece con la belleza de este pacto conyugal, así como se deteriora cada vez que se desfigura.
La Iglesia, para ofrecer a todos los dones de la fe, del amor y la esperanza, también necesita la fidelidad valiente de los esposos a la gracia de su sacramento”. Como también el Pueblo de Dios necesita su camino diario en la fe, el amor y la esperanza “con todas las alegrías y penas que ese camino comporta en un matrimonio y en una familia”.
“Sí; san Pablo tiene razón: Es un gran misterio -concluyó el Pontífice- Los hombres y mujeres lo suficientemente valientes cómo para llevar este tesoro en las “vasijas de barro” de nuestra humanidad, son un recurso esencial para la Iglesia y para todo el mundo. ¡Que Dios los bendiga mil veces por esto!”.+
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