Tras la procesión, a la que asistieron autoridades provinciales y municipales, el prelado presidió la misa en el predio de la iglesia donde se preserva la cruz fundacional de la ciudad de Corrientes.
En la homilía, monseñor Stanovnik destacó que “nos hace bien recordar de dónde venimos y contar nuestra historia. Eso afianza nuestra identidad, nos fortalece como familia, y nos proyecta hacia el futuro. El que aprende a contar su historia, crea lazos de amistad y se siente agradecido de pertenecer a un pueblo. Es bueno decir esto, sobre todo en una cultura cada vez más centrada en el individuo y en la satisfacción de sus propios, y cada vez menos sensible a la persona que tiene al lado”.
“Pertenecer a una familia o a un pueblo, exige cultivar vínculos, valorar la palabra, conservar los signos, apreciar el canto y la danza, en fin, asumir gozosamente todo aquello que nos une, nos identifica y proyecta con esperanza hacia el futuro”, subrayó.
El arzobispo correntino aseguró que la cruz “es la victoria del amor de Dios sobre el odio y la barbarie humana. Desde que fue abrazada por Jesús libremente y por amor, se convirtió, de un signo que hasta ese momento representaba lo más aberrante de lo que es capaz la crueldad del ser humano, al signo más admirable y eficaz de vida y de salvación para todos los hombres”.
Tras sostener que “la cruz es el símbolo inequívoco de ese amor”, afirmó que la cruz también es “camino hacia encuentro con Jesús”.
"Una persona resentida debería abstenerse de contar la historia hasta tanto no se libere de la ceguera que le producen sus resentimientos. No es una utopía proponernos el perdón y la reconciliación como horizonte para alcanzar la amistad social y la paz", afirmó y agregó que para iniciarse en ese camino es necesaria la comunión y la misión.
Monseñor Stanovnik invitó a contemplar el madero de la Cruz y dejar que “desde allí nos mire con amor Jesús crucificado y nos transforme por dentro. Él es la Víctima que superó toda la venganza y el odio de la que es capaz la brutalidad del hombre. Contemplando ese misterio, comprendemos que la salvación del mundo viene desde los victimizados que no recurren a la lógica de devolver mal por mal, sino que creen firmemente en la fuerza del amor, de la misericordia y del perdón. Definitivamente, por Él, con Él y en Él, el amor vence al odio y el bien es más fuerte que el mal. Por eso, Jesucristo es vida y esperanza nuestra”.
“A María, junto a la Cruz, le suplicamos que nos muestre a su Divino Hijo Jesús, nos ayude a encontrarlo en los rostros desfigurados de nuestros hermanos y hermanas y nos enseñe a estar cerca de ellos, a curar sus heridas, devolverles la dignidad y la esperanza, y compartir con ellos y con todos la alegría de saber que la Cruz, abrazada por amor, es camino seguro de alegría y de resurrección”, concluyó.+
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