Catequesis del Papa: La santidad de Dios debe reflejarse en nuestras vidas

Durante la audiencia general de hoy, celebrada en la Plaza de San Pedro, el papa Francisco continuó con su catequesis sobre la oración del Padrenuestro. El pontífice centro su reflexión en una de las primeras súplicas de la oración: «Santificado sea tu nombre».

“Queridos hermanos y hermanas: la oración del Padrenuestro contiene siete peticiones. En las tres primeras, que se refieren al ‘Tú’ de Dios, Jesús nos une a él y a sus más profundas aspiraciones, motivadas por su infinito amor hacia el Padre. En cambio, en las últimas cuatro, que indican el ‘nosotros’ y nuestras necesidades humanas, es Jesús quien entra en nosotros y se hace intérprete ante el Padre de esas necesidades”, comenzó explicando el Santo Padre

“En la primera parte de la oración, señaló Francisco, Jesús nos hace entrar en sus deseos, todos dirigidos al Padre: santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad; en la segunda es Él quien entra en nosotros e interpreta nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de los pecados, la ayuda en la tentación y la liberación del mal”.

“Aquí se encuentra la matriz de toda oración cristiana, diría que de toda oración humana, que siempre está hecha de, por una parte, contemplación de Dios, de su misterio, de su belleza y bondad, y, de otra, de sincera y valiente búsqueda de aquello que sirve para vivir, y vivir bien”.

De ese modo, “en su simplicidad y esencialidad, el Padre Nuestro educa a quien lo reza a no multiplicar palabras vanas”, porque –como dice el mismo Jesús– su Padre sabe lo que necesitamos antes incluso de pedírselo”. Cuando hablamos con Dios, afirmó el Papa, no lo hacemos para revelarle lo que tenemos en nuestro corazón, ¡Él lo conoce mucho mejor que nosotros! Si Dios es un misterio para nosotros, nosotros no somos un enigma a sus ojos. Dios es como aquellas madres que sólo necesitan una mirada para comprender todo sobre sus hijos: si son felices o tristes, si son sinceros o esconden algo.

En este sentido, el Santo Padre dijo que, el primer paso de la oración cristiana es la entrega de nosotros mismos a Dios, a su providencia. Es como decir: “Señor, tú lo sabes todo, no hay necesidad de hablarte de mi dolor, sólo te pido que estés aquí a mi lado: tú eres mi esperanza”. Es interesante notar que Jesús, en su discurso en la montaña, inmediatamente después de transmitir el texto del Padrenuestro, nos exhorta a no preocuparnos y a no angustiarnos por las cosas.

Parece una contradicción: primero nos enseña a pedir el pan de cada día y luego nos dice: “No se preocupen diciendo: ¿Qué vamos a comer? ¿Qué vamos a beber? ¿Qué nos vamos a poner?”. Pero la contradicción es sólo aparente: las peticiones del cristiano expresan confianza en el Padre; y es precisamente esta confianza la que nos hace pedir lo que necesitamos sin ansiedad y agitación.

Por eso rezamos, diciendo: “Santificado sea tu nombre”. En esta invocación se siente toda la admiración de Jesús por la belleza y grandeza del Padre, y el deseo de que todos lo reconozcan y lo amen por lo que realmente es. Y al mismo tiempo está la súplica que su nombre sea santificado en nosotros, en nuestra familia, en nuestra comunidad, en el mundo entero. Es Dios que santifica, que nos transforma por su amor, pero al mismo tiempo somos nosotros los que, con nuestro testimonio, manifestamos la santidad de Dios en el mundo, haciendo presente su nombre.

“Dios es santo, pero si nosotros, si nuestra vida no es santa se produce una gran incoherencia. La santidad de Dios debe reflejarse en nuestras acciones, en nuestra vida. ‘Yo soy cristiano, Dios es Santo, pero yo hago muchas cosas malas’. No, esto no sirve, esto hace mal, esto escandaliza y no ayuda”, señaló el Santo Padre

La santidad de Dios es una fuerza en expansión, afirma el Santo Padre y nosotros suplicamos que derribes las barreras de nuestro mundo rápidamente. Cuando Jesús comienza a predicar, el primero en sufrir las consecuencias es precisamente el mal que aflige al hombre. Los espíritus malignos injurian: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a arruinarnos? Sé quién eres: ¡el santo de Dios!”. Nunca antes se había visto una santidad como ésta: no preocupada por sí misma, sino extendida”.

“Una santidad que se extiende en círculos concéntricos, como cuando se tira una piedra a un estanque. La oración expulsa todo temor. El Padre nos ama, el Hijo levanta sus brazos junto a los nuestros, el Espíritu trabaja en secreto para la redención del mundo. No vacilamos en la incertidumbre. Una cosa es cierta: es el mal el que tiene miedo.

“Pidamos al Señor que con la fuerza de su santidad destruya el mal que aflige a nuestro mundo, y nos conceda vivir con la convicción de que su amor redentor, que ha vencido al maligno, nunca nos abandona”.+

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