Esas norma es aquella que Jesús dejó establecida en el famoso sermón de la montaña, donde les dice a sus discípulos y a la multitud que lo escucha atentamente: "Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldigan, rueguen por lo que los maltraten".
"Jesús conoce el corazón humano -dijo monseñor Martorell- especialmente cuando está herido por los demás que odian y hacen el mal; sin embargo pone como norma el perdón, no como un acto heroico de los santos, sino como un acto que debe nacer espontáneamente del corazón del cristiano.
"¿Pero podrá ser posible esto en un corazón herido?" se pregunta el prelado. "No, no es posible -responde-, sin una profunda conversión del corazón". "Esto, precisamente, lo que Jesús les pide a sus discípulos: si aman solamente a los que los aman ¿qué mérito tienen?, también los pecadores hacen lo mismo”. Los cristianos -acotó el obispo misionero- iluminados por el Evangelio deben distinguirse de los pecadores en el campo de la caridad y del perdón, mientras que el hombre sin fe obrará de manera distinta, al mal devolverá el mal.
"El Señor exige una verdadera conversión que nos hace mirar al hombre y a la vida de manera distinta. “Al que te hiera en una mejilla preséntale la otra"... Si bien a veces no se pueden aplicar estas palabras al pie de la letra, tampoco se pueden dejar de lado, hay que captar el sentido profundo que el Señor les quiere dar que es el de abstenerse de vengar la ofensa, estar prontos a hacer el bien, dar en lo posible hasta más de lo debido, renunciar al derecho propio antes de lidiar con el hermano".
"El Señor, en definitiva, nos quiere hacer practicar una justicia mayor animada por el amor y que se pierde en el amor que él vino a enseñarnos siendo el primero en practicarlo, dando su vida por gente ingrata, muriendo por nosotros “cuando éramos aún pecadores”.
Monseñor Martorell concluye su mensaje semanal con esta reflexión: "La gracia que hemos recibido en el bautismo y que continúa actuando en nosotros nos hace capaces de amar como cristianos haciéndonos vivir de otra forma y manera; rompiendo el egoísmo que nos encierra en nosotros mismos y que nos hace vulnerables a cualquier ofensa. Devolver con amor a lo que nos viene del desamor es lo propio del cristiano y es lo que nos llevará a la plenitud que esperamos y que ya ha comenzado en esta tierra. En definitiva es el mismo Cristo que actuando en nosotros nos cristifica y nos hace vivir de otra manera aquí en la tierra, y para esto hay que buscarlo a través de la gracia que opera en nosotros. Dejemos que Cristo entre en nuestros corazones y él en la amistad nos inducirá a vivir y actuar de otra forma y manera.+
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