En sus palabras previas al rezo mariano, Francisco volvió sobre los santos apóstoles a quienes celebramos en este día, y centró su pensamiento en cómo son representados en los diversos íconos: en algunos, sostienen el edificio de la Iglesia. En otros, son retratados mientras se abrazan. De estas imágenes partió su reflexión.
En el primer caso, nos muestran que sostienen el edificio de la Iglesia, y esto, dijo el Papa, nos recuerda las palabras del Evangelio de hoy, en que Jesús dice a Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».
El Santo Padre hizo hincapié en adjetivo: “mi”, “mi Iglesia”. Y explicó que «Jesús no habla de la Iglesia como una realidad externa, sino que expresa el gran amor que siente por ella: mi Iglesia».
Jesús ama a la Iglesia, es decir, a nosotros, precisó el pontífice, a la vez que señaló que para Él, “no somos un grupo de creyentes ni una organización religiosa”, sino “su esposa”. Y así, Él “mira con ternura a su Iglesia, la ama con absoluta fidelidad”, a pesar de “nuestros errores y traiciones”:
«Y podemos repetirlo también nosotros: mi Iglesia. No lo decimos con un sentido exclusivo de pertenencia, sino con un amor inclusivo. No para diferenciarnos de los demás, sino para aprender la belleza de estar con los demás, porque Jesús nos quiere unidos y abiertos. La Iglesia, en efecto, no es "mía" porque responde a mi yo, a mis deseos, sino para que derrame en ella mi afecto. Es mía para que yo la cuide, para que, como los Apóstoles en el icono, yo también la sostenga. ¿Cómo? Con el amor fraterno».
En el segundo caso en que los santos Pedro y Pablo son retratados mientras se abrazan, Francisco habló de las diferencias entre ambos, pues eran un pescador y un fariseo “con experiencias de vida, carácter, modos de hacer y sensibilidades muy diferentes”. Y aunque “no faltaron las opiniones contrastantes y los debates francos”, lo que los unía “era infinitamente mayor”: «Jesús era el Señor de ambos, juntos dijeron "mi Señor" a Aquel que dice "mi Iglesia"».
He aquí que estos “hermanos en la fe”, dijo el Santo Padre, nos invitan en esta fiesta a redescubrir la alegría de ser hermanos y hermanas en la Iglesia. Por eso, según el pontífice, sería bueno decir: "Gracias, Señor, por esa persona que es diferente de mí: es un don para mi Iglesia".
“Es bueno apreciar las cualidades de los demás, reconocer los dones de los demás sin malicia y sin envidia. La envidia causa amargura interior, es vinagre derramado sobre el corazón. Hace la vida amarga. Qué hermoso es, en cambio, saber que nos pertenecemos los unos a los otros, porque compartimos la misma fe, el mismo amor, la misma esperanza, el mismo Señor. Nos pertenecemos unos a otros: ¡es el espléndido misterio de nuestra Iglesia!”
Francisco concluyó recordando las palabras de Jesús al final del Evangelio, cuando dice a Pedro “Apacienta mis ovejas” y observó que “habla de nosotros y dice mis ovejas, con la misma ternura con la que dijo mi Iglesia. He aquí el afecto que edifica la Iglesia”, afirmó. Y por ello invitó a pedir hoy la gracia de “amar a nuestra Iglesia”:
“Pedimos ojos que puedan ver en ella hermanos y hermanas, un corazón que pueda acoger a los demás con el tierno amor que Jesús tiene por nosotros. Y pedimos la fuerza para orar por los que no piensan como nosotros: orar y amar, no hablar mal. Que la Virgen, que llevó armonía entre los apóstoles y rezaba con ellos nos proteja como hermanos y hermanas en la Iglesia”, concluyó Francisco.+
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