Los cristianos deben comprometerse en que Cristo sea perfectamente identificado



Corrientes (AICA): El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, consideró que “es responsabilidad de los cristianos actuales, considerando las diferentes misiones que les correspondan, que Cristo sea perfectamente identificado por esta generación”, al advertir que “hemos hablado de Cristo con excesiva liviandad pero, pocos y en pocas oportunidades lo hemos mostrado en nuestro comportamiento, coherente con la fe que decimos profesarle”. El prelado sostuvo que “es el momento del compromiso, en sustitución del discurso grandilocuente y deslumbrante, tanto en la sociedad como en el interior de la Iglesia. Hemos padecido el hartazgo de ideologías abstractas, descomprometidas de los verdaderos conflictos de la hora”. “La pregunta directa y concreta de Jesús, a sus discípulos más importantes, requiere hoy una urgente e indiferible respuesta”, aseveró en su sugerencia para la homilía del próximo domingo.

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, consideró que “es responsabilidad de los cristianos actuales, considerando las diferentes misiones que les correspondan, que Cristo sea perfectamente identificado por esta generación”, al advertir que “hemos hablado de Cristo con excesiva liviandad pero, pocos y en pocas oportunidades lo hemos mostrado en nuestro comportamiento, coherente con la fe que decimos profesarle”.

El prelado sostuvo que “es el momento del compromiso, en sustitución del discurso grandilocuente y deslumbrante, tanto en la sociedad como en el interior de la Iglesia. Hemos padecido el hartazgo de ideologías abstractas, descomprometidas de los verdaderos conflictos de la hora”.


“La pregunta directa y concreta de Jesús, a sus discípulos más importantes, requiere hoy una urgente e indiferible respuesta”, aseveró en su sugerencia para la homilía del próximo domingo.


Texto de la sugerencia

Para ti ¿Quién es Jesús? La pregunta que Jesús dirige a sus discípulos es directa y alejada de toda presunción personal. Su humildad lo hace acreedor de la verdad. Para Jesús el “si” es si y el “no” es no. Enfrenta la muerte humillante de la cruz por no negar su identidad de Hijo de Dios. De todos modos puso a prueba a sus más cercanos discípulos con la pregunta clave: “¿Quién dice la gente que soy yo?” (Lucas 9, 18). Ellos no hacen más que relatar lo que escuchan a diario de sus comarcanos. Así pasa el elenco de grandes hombres no olvidados por el pueblo fiel a la fe de Abrahán: Juan Bautista, Elías “o alguno de los antiguos profetas que ha resucitado” (Lucas 9, 19). Jesús no se contenta con esa encuesta popular; desea saber la opinión de ellos, que lo conocen más que a los profetas: “Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?” Era de gran importancia evaluar, de esa manera, el conocimiento que tenían los inmediatos discípulos acerca de su persona y de su misión. Me imagino la conmoción que habrá causado en aquellos hombres esa directa y certera pregunta. Aparece Pedro, siempre el mismo intuitivo y atropellado, con su entusiasmo y pasión a cuestas: “Pedro, tomando la palabra, respondió: Tú eres el Mesías de Dios” (Lucas 9, 20).


No se lo conoce bien. Conocer a Jesús es de vital importancia para nuestro tiempo. A veces se lo conoce mal o simplemente se lo ignora, voluntaria e involuntariamente. Si formuláramos la misma pregunta que Jesús dirigió a sus discípulos ¿hallaríamos similares diferencias entre nuestros coetáneos? No se lo conoce bien cuando se lo agrega a la extensa galería de los famosos e históricos personajes, estudiados en nuestros manuales. A Cristo no se lo conoce sino identificándolo, al modo de Pedro, como Hijo de Dios y Salvador del mundo. Para ello, no basta informar sobre sus gestos y palabras, se lo debe testimoniar. El testimonio es resultado, como en los Apóstoles, de una amistad creciente con el Señor, que, como es obvio, incluye el perfecto conocimiento personal. Es preciso avanzar en su trato íntimo mediante la Palabra escuchada devotamente y la oración. Así lo entendieron los grandes creyentes - los santos - hasta olvidarse de los propios límites y confiar exclusivamente en el poder de la gracia del Redentor.


El compromiso de fe. Es responsabilidad de los cristianos actuales, considerando las diferentes misiones que les correspondan, que Cristo sea perfectamente identificado por esta generación. Es un recodo de la historia desde el que podrían decirnos: “Nadie nos ha dicho quién es”. ¡Gran sorpresa la nuestra! Hemos hablado de Cristo con excesiva liviandad pero, pocos y en pocas oportunidades lo hemos mostrado en nuestro comportamiento, coherente con la fe que decimos profesarle. Es el momento del compromiso, en sustitución del discurso grandilocuente y deslumbrante, tanto en la sociedad como en el interior de la Iglesia. Hemos padecido el hartazgo de ideologías abstractas, descomprometidas de los verdaderos conflictos de la hora. La pregunta directa y concreta de Jesús, a sus discípulos más importantes, requiere hoy una urgente e indiferible respuesta. Aquellos discípulos disponen de sucesores auténticos. Son quienes ejercen el ministerio apostólico y se constituyen en “el fundamento” de las comunidades de creyentes, hoy inevitablemente desafiadas por el mundo. “¿Quién dice la gente que soy yo?” ¿Lo que comentan los discípulos interrogados o lo que afirma Pedro?


El mundo lo necesita. Hay que escuchar la profesión de fe de Pedro y hacerla propia. Como él debemos adoptar una decisión valiente y referir socialmente esa profesión de fe a la persona de Jesús: “Tú eres el Mesías de Dios”. Jesús es el Emanuel o “Dios entre nosotros”, que viene al encuentro de todos los hombres, dispersos “como ovejas sin pastor”. Cristo está más allá de toda vanagloria. El mundo lo necesita, en Él encuentra la respuesta de Dios a los enigmas de una vida constreñida a optar por el bien o por el mal, por la verdad o por el error. Cristo es el Hombre que opta siempre por el bien, ya que indefectiblemente “hace la voluntad del Padre”. Más aún, Cristo es la Verdad que se debe elegir o la expresión humana de la Voluntad del Padre a la que todo hombre bien nacido debe adherir su propia voluntad. Resuena, en la constante proclamación del Evangelio, la respuesta de Jesús a la desolada Marta, ocurrida la muerte de Lázaro: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Juan 11, 25).+



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