“El Padre es el que envía, el Hijo es el enviado que hace la voluntad del Padre en ese sacrificio -muere y resucita-, asume lo humano y lo integra a lo divino; el Hijo Resucitado asciende al Padre y con el Padre nos manda el Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos enseña a descubrir en nuestra ignorancia -ante nuestra incapacidad, nuestros límites- la hondura y profundidad de la vida; la hondura y profundidad de la Palabra de Dios; la hondura y profundidad del misterio humano, de la vida de los hombres; la hondura y profundidad del universo entero, los astros, las estrellas, el sol, la luna, y todo lo que significan las creaturas y lo creado.
“La presencia del Espíritu Santo nos enseña a contemplar, a gustar lo bello, lo hermoso, lo noble. Pero ante el pecado -que tiene la pretensión de estropear, de dividir, debilitar, destruir- el amor de Dios es invencible.
Monseñor Frassia concluyó su reflexión pidiendo “a esta comunión de tres Personas, que también estén presentes en cada uno de nosotros, de nuestras realidades, ¿para qué?, para que haya más amistad entre las personas, para que haya valores entre nosotros, para que vuelva a prevalecer la dignidad, para que esté presente el respeto, para que vuelva la justicia, la verdadera solidaridad, y para que podamos vivir en serio y en verdad”.+
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