La humildad es el camino para obtener la gracia de Dios



Puerto Iguazú (Misiones) (AICA): El obispo de Puerto Iguazú, monseñor Marcelo Raúl Martorell, explicó que el sentido de la liturgia dominical es mostrar que los humildes obtienen la gracia de Dios, que paga a cada uno según sus acciones. A partir del pasaje evangélico en el que Jesús compara y confronta la oración del fariseo y el publicano, el obispo enseñó que Dios prefiere la humildad del hombre arrepentido y de aquel que reconoce la verdad de su situación.

El obispo de Puerto Iguazú, monseñor Marcelo Raúl Martorell, explicó que el sentido de la liturgia dominical es mostrar que los humildes obtienen la gracia de Dios, que paga a cada uno según sus acciones. Lo hizo durante la celebración eucarística que presidió en la catedral de la Virgen del Carmen.

Monseñor Martorell indicó que el hombre debe hacer obras buenas y ofrecer a Dios sacrificios, pero esto no le da derechos ante Dios, que examina el corazón de aquel que lo invoca con confianza, esperanza y amor. Explicó que la primera lectura es un elogio a la Justicia de Dios que no se fija en el rostro de nadie ni es parcial con ninguno, sino que escucha la oración del pobre, del indefenso, del huérfano y de la viuda. “Es un elogio también a la oración del humilde que conoce sus límites y recurre a Dios en su necesidad de auxilio y de salvación. Esta es la oración que atraviesa las nubes y obtienen la gracia y la justicia divina”, agregó.


Luego, monseñor Martorell analizó el pasaje del evangelio según san Lucas, en el que Jesús compara y confronta la oración del fariseo y el publicano. “Para el fariseo –enseñó- la oración es un simple pretexto para jactarse de su justicia a expensas de los pobres a los que él ayuda. Se siente sin pecado, cumplidor de la ley, pero su corazón está lejos de Dios porque está lleno de soberbia y de desprecio por el prójimo”.


“Por el contrario –prosiguió-, el publicano se confiesa pecador e indigno y quizá con razón porque su conducta no es conforme a la Ley de Dios. El no es un cumplidor de la Ley, sin embargo está arrepentido, reconoce su miseria moral y se da cuenta de que es indigno del favor de Dios”.


“El fariseo salió del templo sin justificación y el publicano salió justificado. Esto no quiere decir que Dios prefiera al libertino, pecador o estafador antes que al hombre honesto; sino que prefiere la humildad del hombre arrepentido, de aquel que reconoce la verdad de su situación y que no cree tener derechos frente a Dios, como cree el fariseo”, concluyó el obispo.


Monseñor Martorell señaló que, de alguna manera, estos personajes dan suficientes motivos a cada cristiano para sentirse humillado y pedir perdón: “No somos perfectos en el cumplimiento del amor al prójimo, no siempre somos justos ni ayudamos a la viuda ni al huérfano. Muchas veces somos egoístas y cerrados. Es entonces que tenemos necesidad de reconocer nuestras faltas y de arrepentirnos de ellas y pedir al Señor de la Misericordia su perdón y su gracia para no pecar y ser fieles seguidores del Evangelio”.

“Que la Virgen, Madre del Amor, nos enseñe a orar por las dificultades de este tiempo y nos ayude a ser servidores de Jesús y seguidores fieles del Evangelio”, deseó.+



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