Reflexión de Mons. Aguer sobre tres problemas argentinos

Reflexión de Mons. Aguer sobre tres problemas argentinos




La Plata (Buenos Aires) (AICA): En un artículo publicado el pasado viernes 11 de octubre en el diario platense El Día, el arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, desarrolla unas reflexiones sobre el desinterés por el bien común, el permanente estado de discordia y la falta de educación para la vida social, males que a su criterio, aquejan a nuestra nación. El prelado platense dice que existe en la Argentina una fuerte inclinación a discurrir acerca del ser nacional y que también se ha escrito abundantemente sobre el tema, pero piensa que esta preocupación no es tan preponderante en muchos otros países, lo que lo mueve a pensar que en el caso de la Argentina se trataría, tal vez, de un síntoma de adolescencia.

En un artículo publicado el pasado viernes 11 de octubre en el diario platense El Día con el título “Tres problemas argentinos”, el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, desarrolla unas reflexiones sobre el desinterés por el bien común, el permanente estado de discordia y la falta de educación para la vida social, males que a su criterio, aquejan a nuestra nación.

El prelado platense dice que existe en la Argentina una fuerte inclinación a discurrir acerca del ser nacional y que también se ha escrito abundantemente sobre el tema, pero piensa que esta preocupación no es tan preponderante en muchos otros países, lo que lo mueve a pensar que en el caso de la Argentina se trataría, tal vez, de un síntoma de adolescencia.


“Hablar de ser nacional -señala monseñor Aguer- implica describir los rasgos que caracterizan a una nación, a esa comunidad biológica, social, cultural en la cual los miembros comparten la conciencia y el sentimiento de ser tributarios de una historia común. Subrayo algunos de los términos empleados: común, comunidad, compartir, participar; contrastan con cualquier enunciado retórico y altisonante y se refieren a una realidad humilde y esencial, constitutiva. Pienso en el bien común de la nación, que lo es por su universalidad: es comunicable, participable, hace a la suficiencia de vida, al bien vivir de cada uno de los miembros y de todos en su conjunto, como comunidad.


“Es posible -añade- proyectar estas nociones sobre un estudio de la índole argentina –supuesto que lleguemos a describirla y nos pongamos de acuerdo sobre la definición–; entonces saltarán a la vista algunas falencias. Quiero aventurarme en señalar tres problemas argentinos.


“El primero puede identificarse como una tendencia a anteponer el bien particular al bien común. Concretamente, por primacía del bien particular entiendo la inclinación a otorgar predominio a los intereses sectoriales, que se imponen al interés común de la nación. El concepto de bien común, que es clave en la Doctrina Social de la Iglesia, resulta una noción extraña para muchos en el mundo político. Precisamente, la autoridad gubernativa tiene como función específica la justa conciliación de los intereses particulares de individuos y de grupos en orden a conseguir y asegurar durablemente el bien común; pero para lograrlo se exige la colaboración de todos, el accionar comunitario. El problema no es puramente pragmático, y mucho menos oportunista, sino que plantea la dimensión moral de la convivencia social.


“Otra cuestión eminentemente ética salta a la vista en la historia y en el presente de los argentinos: grava sobre nosotros un atavismo de discordia. Es un fenómeno que se ha verificado desde nuestros orígenes, desde los días de la independencia, pero en algunas etapas se manifestó con atrocidad y ha causado enormes sufrimientos. Es necesario curar esta llaga, no resignarse a vivir con ella. Lo peor ocurre cuando se incentiva la discordia y se teoriza sobre la utilidad de las oposiciones; se presentan los conflictos como necesarios: si existen se los agudiza y si no existen se los crea. ¡Todo lo contrario! Los conflictos tienen que ser resueltos mediante la apertura al diálogo, que incluye la discusión respetuosa y una voluntad favorable al gran bien de la amistad social.


“Esta referencia al diálogo no es una invocación beata, ni una mera aspiración idealista; responde a una teoría correcta de la sociedad, pero tiene configuraciones concretas de sentido común. Hay que reconocer que se trata, además, de una meta políticamente realizable y que asegura la naturaleza virtuosa, ética, de la actividad política. No hay nada más razonable y deseable que las diversas fuerzas sociales y políticas –aun si se diferencian por planteos ideológicos contrastantes– se pongan de acuerdo para resolver problemas fundamentales, para superar necesidades evidentes. Todas ellas realidades objetivas a propósito de las cuales se puede y se debe estar de acuerdo. El cultivo de la confrontación y la manía de demoler puentes son típicas rémoras de la vida política argentina, que es preciso superar con inteligencia y amor.


“En tercer lugar, destaco la importancia de promover una constante educación para la vida social. Este aspecto capital del desarrollo de la personalidad debe comenzar muy pronto en la vida del niño y ha de realizarse ante todo en el seno de la familia. La situación de la cultura actual deja ver la pérdida de valores fundamentales de humanidad que se transmitían normalmente en el ámbito familiar y que la escuela, cuando el sistema educativo funcionaba correctamente, ayudaba a afianzar. La formación para la vida social incluye como un bien esencial la recta educación para la libertad, que no se entiende en sentido individualista, y que se verifica mediante el cultivo de la orientación de inclinaciones naturales del hombre, que incluye la vida en comunidad, en el sentido de compromiso voluntario y generoso de la persona en los intercambios sociales. Es la preparación para la vida en la pólis, la formación del ciudadano de tal modo que todos seamos responsables de todos. Este valor se llama solidaridad.


“Podemos avizorar -concluye monseñor Aguer- la superación de clásicos problemas argentinos si logramos formar adecuadamente a las nuevas generaciones. Pero ¿y la nuestra? Muchos piensan que en la Argentina la sociedad es mejor que la política, que los políticos. Sin embargo, las falencias que he señalado indican –si es aceptable mi observación– que la superación de nuestros problemas exige la necesidad de una reeducación en algunas áreas de nuestra personalidad colectiva. Una recuperación de lo mejor de nuestro ser nacional y a la vez la sanación de sus crónicos desarreglos.+


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