La misa central estuvo presidida por el obispo de Villa de la Concepción del Río Cuarto, monseñor Adolfo Uriona FDP, y concelebrada por el obispo de Cruz del Eje, monseñor Ricardo Araya, y el obispo de San Francisco, monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva, quien tuvo a cargo la homilía.
La celebración religiosa estuvo acompañada por el festejo patrio del Día de la Bandera, en homenaje al fallecimiento del general Manuel Belgrano. Pasado el mediodía se efectuó el acto correspondiente para rendir honor al pabellón nacional.
En su homilía, monseñor Buenanueva reflexionó sobre “el amor y el consuelo de María”, afirmando que “María, la ‘Consolata, ha sido alcanzada por el consuelo de Dios y, por eso, ella misma puede consolar a sus hijos y devotos”.
“A María le cabe pues la segunda de las bienaventuranzas que hemos escuchado en el Evangelio: ‘Felices los que lloran, porque serán consolados’”, señaló el obispo, e invitó a pedirle “que nos enseñe a llorar, a saber entrar en la aflicción, para poder experimentar, como ella, toda la fuerza del consuelo de Dios”.
El prelado se refirió además a “la triste realidad del aborto”, y afirmó: “No hemos podido dejar de sentirnos heridos por tantas historias de sufrimiento, sea que pensemos en los niños a los que se les ha negado la oportunidad maravillosa de vivir, sea que miremos a la cara el rostro de las mujeres que han vivido el lacerante drama del aborto”.
“¡Dejémonos interpelar por esas historias! Sólo así podremos decir, con mansedumbre, con verdad y sabiduría: no, el aborto no es una solución, sino un nuevo sufrimiento que se agrega y acrecienta la vulnerabilidad que a todos nos sacude y cuestiona. Y si puede tener algo de solución es, a la postre, una mala solución, inhumana y falaz”, señaló.
“María nos enseña que el consuelo de Dios está pronto para quien, con esa franqueza y arrojo, se mete por entero en el dolor y sufrimiento de sus hermanos y hermanas, del que se deja herir por las heridas de los demás, el que no rehúye sino que libre y conscientemente se deja alcanzar por el llanto de los que lloran, haciéndolo propio y, así, liberando también el propio corazón para que llore, como Jesús ante Jerusalén, todo el dolor del mundo”, sostuvo.
“El consuelo de Jesús no viene ni antes ni después de las tribulaciones. Lo ha prometido para quien se anima a ir a fondo con su vocación y misión. Nos alcanza en medio de lo vivo de nuestra misión en el mundo, con todas sus luchas y desafíos, y en la misma medida en que nos hacemos servidores de los demás por amor”, consideró monseñor Buenanueva.
Finalmente, animó a cada uno a descubrir – como también María lo hizo – “qué camino específico Dios ha soñado para él: el ministerio sacerdotal, el amor de esposos y la familia, la profesión, el noble e imprescindible servicio público de la política, o cualquier otra forma de vocación y misión”.
“Que María, la Consolata, siga animándonos a abrir nuestro corazón al consuelo de Dios. Que ella nos dé, con suavidad y firmeza, su misma fe intrépida y su corajuda esperanza, que la hizo escuchar la llamada del Señor y entregarse a ella, sin vacilar ni calcular, acompañando a Jesús, aunque no siempre comprendiera bien su camino, de la visitación al pie de la cruz, en la espera del Sábado Santo a la mañana gozosa de la resurrección y al cenáculo en Pentecostés”, concluyó, pidiendo la bendición de María para Sampacho, sus peregrinos, la Iglesia diocesana de Río Cuarto y la Argentina.+
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