“Aliviar las cruces de tantos cristos que caminan a nuestro lado”, pidió el Papa
Las 14 estaciones fueron leídas por jóvenes de distintos países de América Latina y en las que se expuso la realidad latinoamericana.
A Honduras les tocó el tema de los pobres, jóvenes y las vocaciones sacerdotales. Mientras que a Cuba le correspondió la unidad y el ecumenismo.
La tercera estación del viacrucis, fue leída por la delegación de jóvenes de El Salvador y el tema fue la iglesia de los mártires.
En tanto, la realidad que viven los indígenas de América Latina se escenificó en la cuarta estación que le correspondió a la delegación de Guatemala.
La quinta estación fue para Costa Rica, delegación al que le tocó el tema de la ecología en la región.
Para Venezuela el tema versó sobre los refugiados y los migrantes en la sexta estación.
La delegación de los jóvenes de Haití interpretó el tema de los afectados por los desastres naturales en la séptima estación.
Para el Brasil, uno de los países con mayor participación en la JMJ, le tocó la octava estación a la cual se le asignó el tema de los jóvenes y la esperanza.
La República Dominicana en la novena estación tocó la violencia contra la mujer.
A la delegación de Colombia en la décima estación, le correspondió los derechos humanos en la región.
Mientras que Puerto Rico en la onceava estación se refirió a uno de los males que más afecta a los países de América Latina: la corrupción.
Para la delegación de jóvenes de Bélice se reservó la estación doce sobre el papel de las madres en la sociedad.
Los mexicanos en la treceava estación del viacrucis, se refirieron al tema del terrorismo y los asesinatos.
Mientras que Nicaragua culminó el viacrucis en la catorceava estación y el tema fue el aborto.
Al final estarán jóvenes de Panamá realizaron una exhortación a la esperanza en un acto llamado “De la cruz a la luz”.
El papa Francisco cerró el viacrucis con una reflexión en la que repasó todos los dolores de nuestra vida contemporánea y animó a los jóvenes a no dejarse “anestesiar” por una sociedad que “consume y se consume, que ignora y se ignora en el dolor de sus hermanos”.
El pontífice ofreció a los jóvenes mirar a María, “contemplar a María, mujer fuerte” y aprender de Ella a estar de pie al lado de la cruz. “Con su misma decisión y valentía, sin evasiones ni espejismos”.
“Nosotros también queremos ser una Iglesia que sostiene y acompaña, que sabe decir: ¡Aquí estoy! en la vida y en las cruces de tantos cristos que caminan a nuestro lado”, dijo el Santo Padre y “como María queremos ser la Iglesia que propicie una cultura que sepa acoger, proteger, promover e integrar; que no estigmatice y menos generalice en la más absurda e irresponsable condena de identificar a todo emigrante como portador de mal social”.
Francisco concluyó: “Enséñanos Señor a estar al pie de la cruz, al pie de las cruces; despierta esta noche nuestros ojos, nuestro corazón; rescátanos de la parálisis y de la confusión, del miedo y la desesperación. Enséñanos a decir: Aquí estoy junto a tu Hijo, junto a María y a tantos discípulos amados que quieren hospedar tu Reino en su corazón”.
Palabras del papa Francisco en el Viacrucis
Señor, Padre de misericordia, en esta Cinta Costera, junto a tantos jóvenes venidos de todo el mundo, hemos acompañado a tu Hijo en el camino de la cruz; ese camino que ha querido recorrer para mostrarnos cuánto nos amas y cuán comprometido estás con nuestras vidas.
El camino de Jesús hacia el Calvario es un camino de sufrimiento y soledad que continúa en nuestros días. Él camina y padece en tantos rostros que sufren la indiferencia satisfecha y anestesiante de nuestra sociedad que consume y se consume, que ignora y se ignora en el dolor de sus hermanos.
También nosotros, tus amigos Señor, nos dejamos llevar por la apatía y la inmovilidad. No son pocas las veces que el conformismo nos ha ganado y paralizado. Ha sido difícil reconocerte en el hermano sufriente: hemos desviado la mirada, para no ver; nos hemos refugiado en el ruido, para no oír; nos hemos tapado la boca, para no gritar.
Siempre la misma tentación. Es más fácil y “pagador” ser amigos en las victorias y en la gloria, en el éxito y en el aplauso; es más fácil estar cerca del que es considerado popular y ganador.
Qué fácil es caer en la cultura del bullying, del acoso y de la intimidación.
Para ti no es así Señor, en la cruz te identificaste con todo sufrimiento, con todo aquel que se siente olvidado.
Para ti no es así Señor, pues quisiste abrazar a todos aquellos que muchas veces consideramos no dignos de un abrazo, de una caricia, de una bendición; o, peor aún, ni nos damos cuenta de que lo necesitan.
Para ti no es así Señor, en la cruz te unes al viacrucis de cada joven, de cada situación para transformarla en camino de resurrección.
Padre, hoy el viacrucis de tu Hijo se prolonga: en el grito sofocado de los niños a quienes se les impide nacer y de tantos otros a los que se les niega el derecho a tener infancia, familia, educación; que no pueden jugar, cantar, soñar... en las mujeres maltratadas, explotadas y abandonadas, despojadas y ninguneadas en su dignidad; en los ojos tristes de los jóvenes que ven arrebatadas sus esperanzas de futuro por la falta de educación y trabajo digno; en la angustia de rostros jóvenes, amigos nuestros que caen en las redes de gente sin escrúpulos ―entre ellas también se encuentran personas que dicen servirte, Señor―, redes de explotación, de criminalidad y de abuso, que se alimentan de sus vidas.
El víacrucis de tu Hijo se prolonga en tantos jóvenes y familias que, absorbidos en una espiral de muerte a causa de la droga, el alcohol, la prostitución y la trata, quedan privados no solo de futuro sino de presente. Y así como repartieron tus vestiduras, Señor, queda repartida y maltratada su dignidad.
El viacrucis de tu Hijo se prolonga en jóvenes con rostros fruncidos que perdieron la capacidad de soñar, de crear e inventar el mañana y se “jubilan” con el sinsabor de la resignación y el conformismo, una de las drogas más consumidas en nuestro tiempo.
Se prolonga en el dolor oculto e indignante de quienes, en vez de solidaridad por parte de una sociedad repleta de abundancia, encuentran rechazo, dolor y miseria, y además son señalados y tratados como los portadores y responsables de todo el mal social.
Se prolonga en la resignada soledad de los ancianos abandonados y descartados.
Se prolonga en los pueblos originarios, a quienes se despoja de sus tierras, raíces y cultura, silenciando y apagando toda la sabiduría que pueden aportar.
El viacrucis de tu Hijo se prolonga en el grito de nuestra madre tierra, que está herida en sus entrañas por la contaminación de sus cielos, por la esterilidad en sus campos, por la suciedad de sus aguas, y que se ve pisoteada por el desprecio y el consumo enloquecido que supera toda razón.
Se prolonga en una sociedad que perdió la capacidad de llorar y conmoverse ante el dolor. Sí, Padre, Jesús sigue caminando, cargando y padeciendo en todos estos rostros mientras el mundo, indiferente, consume el drama de su propia frivolidad.
Y nosotros, Señor, ¿qué hacemos? ¿Cómo reaccionamos ante Jesús que sufre, camina, emigra en el rostro de tantos amigos nuestros, de tantos desconocidos que hemos aprendido a invisibilizar? Y nosotros, Padre de misericordia, ¿Consolamos y acompañamos al Señor, desamparado y sufriente, en los más pequeños y abandonados? ¿Lo ayudamos a cargar el peso de la cruz, como el Cireneo, siendo operadores de paz, creadores de alianzas, fermentos de fraternidad? ¿Permanecemos al pie de la cruz como María?
Contemplamos a María, mujer fuerte. De ella queremos aprender a estar de pie al lado de la cruz. Con su misma decisión y valentía, sin evasiones ni espejismos. Ella supo acompañar el dolor de su Hijo, tu Hijo; sostenerlo en la mirada y cobijarlo con el corazón. Dolor que sufrió, pero no la resignó. Fue la mujer fuerte del “sí”, que sostiene y acompaña, cobija y abraza. Ella es la gran custodia de la esperanza. Nosotros también queremos ser una Iglesia que sostiene y acompaña, que sabe decir: ¡Aquí estoy! en la vida y en las cruces de tantos cristos que caminan a nuestro lado.
De María aprendemos a decir “sí” al aguante recio y constante de tantas madres, padres, abuelos que no dejan de sostener y acompañar a sus hijos y nietos cuando “están en la mala”. De ella aprendemos a decir “sí” a la testaruda paciencia y creatividad de aquellos que no se achican y vuelven a comenzar en situaciones que parecen que todo está perdido, buscando crear espacios, hogares, centros de atención que sean mano tendida en la dificultad.
En María aprendemos la fortaleza para decir “sí” a quienes no se han callado y no se callan ante una cultura del maltrato y del abuso, del desprestigio y la agresión y trabajan para brindar oportunidades y condiciones de seguridad y protección.
En María aprendemos a recibir y hospedar a todos aquellos que han sufrido el abandono, que han tenido que dejar o perder su tierra, sus raíces, sus familias y trabajos.
Como María queremos ser la Iglesia que propicie una cultura que sepa acoger, proteger, promover e integrar; que no estigmatice y menos generalice en la más absurda e irresponsable condena de identificar a todo emigrante como portador de mal social.
De ella queremos aprender a estar de pie al lado de la cruz, no con un corazón blindado y cerrado, sino con un corazón que sepa acompañar, que conozca de ternura y devoción; que entienda de piedad al tratar con reverencia, delicadeza y comprensión.
Queremos ser una Iglesia de la memoria que respete y valorice a los ancianos y reivindique su lugar.
Como María queremos aprender a “estar”. Enséñanos Señor a estar al pie de la cruz, al pie de las cruces; despierta esta noche nuestros ojos, nuestro corazón; rescátanos de la parálisis y de la confusión, del miedo y la desesperación.
Enséñanos a decir: Aquí estoy junto a tu Hijo, junto a María y a tantos discípulos amados que quieren hospedar tu Reino en su corazón.
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