La reflexión del Santo Padre, de este miércoles 15 de mayo, se centró en la séptima invocación: “líbranos del mal” que está al final del Padrenuestro. “Quien reza no sólo pide no ser abandonado en el tiempo de la tentación, sino suplica también ser liberado del mal. El verbo griego original es muy fuerte, precisó el Papa, evoca la presencia del maligno que tiende a agarrarnos y mordernos y del que se le pide a Dios que nos libere. El apóstol Pedro dice que el maligno, el diablo está a nuestro alrededor como un león furioso, para devorarnos”.
“Con esta doble súplica: ‘no nos abandones’ y ‘líbranos’, surge una característica esencial de la oración cristiana. Jesús enseña a sus amigos a poner la invocación al Padre ante todo, incluso y sobre todo en los momentos en que el maligno hace sentir su presencia amenazante”.
De hecho, la oración cristiana no cierra los ojos sobre la vida. Es una oración filial y no una oración infantil. No está tan exaltada por la paternidad de Dios como para olvidar que el camino del hombre está lleno de dificultades. Si no existiesen los últimos versículos del Padre nuestro, ¿cómo podrían orar los pecadores, los perseguidos, los desesperados, los moribundos?”.
“Hay un mal en nuestra vida, que es una presencia indiscutible, que los libros de historia nos dan un sombrío catálogo de lo mucho que nuestra existencia en este mundo ha sido una aventura a menudo fracasada. Hay un mal misterioso, que ciertamente no es obra de Dios, sino que penetra silenciosamente entre los pliegues de la historia. Silencioso como la serpiente que trae el veneno silenciosamente. A veces parece tomar ventaja: en algunos días su presencia parece más nítida que la de la misericordia de Dios. En los momentos de la desesperación es más nítido”.
“El hombre que reza no es ciego, y ve ante sus ojos este engorroso mal tan claro, y tan en contradicción con el misterio mismo de Dios. Lo ve en la naturaleza, en la historia, incluso en su propio corazón. Porque no hay nadie entre nosotros que pueda decir que está libre del mal, o al menos que no sea tentado por él. Todos nosotros sabemos qué es la tentación”. “El tentador nos empuja al mal”.
“El último grito del ‘Padrenuestro’ se lanza contra este mal ‘de capa ancha’, que tiene bajo su paraguas las más diversas experiencias: el luto del hombre, el dolor inocente, la esclavitud, la instrumentalización del otro, el llanto de niños inocentes. Todos estos acontecimientos protestan en el corazón del hombre y se convierten en voz en la última palabra de la oración de Jesús”.
“Es precisamente en los relatos de la Pasión, que algunas expresiones del ‘Padrenuestro’ encuentran su eco más impresionante: “¡Abba! ¡Padre! ¡Todo es posible para ti: aleja este cáliz de mí! Pero que se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres”. Jesús experimenta todo el dolor del mal. No sólo la muerte, sino la muerte en una cruz. No sólo la soledad, sino también el desprecio. No sólo malicia, sino también crueldad. Esto es lo que es el hombre: un ser lanzado a la vida, que sueña con el amor y la bondad, pero que luego expone continuamente a sí mismo y a sus semejantes al mal, hasta el punto de que podemos ser tentados a la desesperación del hombre”.
“Así el ‘Padrenuestro, se asemeja a una sinfonía que pide ser cumplida en cada uno de nosotros. El cristiano sabe lo subyugante que es el poder del mal, y al mismo tiempo experimenta lo mucho que Jesús, que nunca cedió a sus halagos, está de nuestro lado y viene en nuestra ayuda.
“Así –concluyó el pontífice– la oración de Jesús nos deja la más preciosa de las herencias: la presencia del Hijo de Dios que nos liberó del mal, luchando por convertirlo. En la hora de la batalla final, ordena a Pedro poner su espada en la vaina, al ladrón arrepentido le asegura el paraíso, a todos los hombres que lo rodeaban, inconscientes de la tragedia que estaban realizando, ofrece una palabra de paz: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. Del perdón de Jesús en la cruz surge la paz, don del Resucitado del Resucitado es la paz. ¡Esta es nuestra esperanza!”. +
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