Concelebraron la eucaristía, presidida por Francisco, su beatitud Nerses Bedros XIX Tarmouni, patriarca de Cilicia de los Armenios católicos; con la presencia de su santidad Karekin II, supremo patriarca y Catholicos de todos los armenios; y de su santidad Aram I, Catholicos de la Grande Casa de Cilicia. Estaba también presente en la basílica, el presidente de la Republica de Armenia, Ser Sargsyan y diversas autoridades.
Antes del inicio de los ritos de la eucaristía fue leída una solicitud: “Desde los primeros siglos de la era cristiana el Espíritu Santo ha encendido en Oriente numerosas estrellas”, santos que con el ejemplo de su vida han favorecido el camino para “conocer los misterios de Dios y el encuentro con Cristo”. Por ello, así como cien años atrás fue proclamado doctor de la Iglesia Universal, otro hijo de la Iglesia de Oriente, San Efrem el Sirio († 373), fue solicitada “la atribución del mismo titulo a San Gregorio de Narek, maestro y gloria del pueblo armenio”.
El Santo Padre respondió: “Nosotros, acogiendo el deseo de muchos Hermanos en el episcopado y de tantos fieles en el mundo entero, después de haber recibido el parecer de la Congregación de las Causas de los Santos, y de haber reflexionado durante mucho tiempo y haber alcanzado el pleno y seguro convencimiento, con la plena autoridad apostólica, declaro a San Gregorio Narek, doctor de la Iglesia Universal. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
El evangelio del segundo domingo de Pascua, fue leído en armenio, acompañado por canto e incienso.
Al concluir la misa su beatitud Nerses Bedros XIX Tarmouni leyó unas palabras de agradecimiento, recordó el genocidio iniciado el 24 de abril de 1915 en el que exterminaron a 1,5 millones de armenio e indicó que la Iglesia armenia declarará mártires el 23 de abril próximo a todos aquellos que aceptaron la muerte cristianamente.
Su santidad Karekin II, supremo patriarca y Catholicos de todos los armenios agradeció también la oportunidad de visitar Roma junto con las autoridades, y participar en esta misa y expresó la alegría de su pueblo por la proclamación de San Gregorio de Narek como doctor de la Iglesia. Su santidad Aram I, Catholicos de la Grande Casa de Cilicia dirigió también unas palabras de agredecimiento y pidió justicia, puesto que fue se trató de un crimen contra la humanidad y los derechos humanos.
San Gregorio de Narek nació en Andzevatsik (Armenia) entorno al año 950, en una familia de literatos. Entró joven en el monasterio de Narek (Armenia) en donde existía una célebre escuela de Sagrada Escritura y de patrística. Allí pasó toda su vida, ordenado sacerdote llegó a la cumbre de la santidad y de la experiencia mística, dando demostración de su sabiduría en diversos escritos teológicos, y difundiéndose su fama de santidad. En el 1003 escribió su obra más famosa: El libro de las lamentaciones. Murió en el 1005 y su tumba fue meta de peregrinos, incluso después de la conquista de Armenia por los turcos en el 1071. Durante la masacre de los años 1915-1916, fueron destruidos el monasterio y su tumba.
Con san Gregorio de Narek, ahora son ahora 36 los santos proclamados doctores de la Iglesia.
Homilía de Santo Padre en el domingo de la Divina Misericordia
San Juan, que estaba presente en el Cenáculo con los otros discípulos al anochecer del primer día de la semana, cuenta cómo Jesús entró, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”, y “les enseñó las manos y el costado” (20,19-20), les mostró sus llagas. Así ellos se dieron cuenta de que no era una visión, era Él, el Señor, y se llenaron de alegría.
Ocho días después, Jesús entró de nuevo en el Cenáculo y mostró las llagas a Tomás, para que las tocase como él quería, para que creyese y se convirtiese en testigo de la Resurrección.
También a nosotros, hoy, en este Domingo que san Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, el Señor nos muestra, por medio del Evangelio, sus llagas. Son llagas de misericordia. Es verdad: las llagas de Jesús son llagas de misericordia.
Jesús nos invita a mirar sus llagas, nos invita a tocarlas, como a Tomás, para sanar nuestra incredulidad. Nos invita, sobre todo, a entrar en el misterio de sus llagas, que es el misterio de su amor misericordioso.
A través de ellas, como por una brecha luminosa, podemos ver todo el misterio de Cristo y de Dios: su Pasión, su vida terrena –llena de compasión por los más pequeños y los enfermos–, su encarnación en el seno de María. Y podemos recorrer hasta sus orígenes toda la historia de la salvación: las profecías –especialmente la del Siervo de Yahvé–, los Salmos, la
Ley y la alianza, hasta la liberación de Egipto, la primera pascua y la sangre de los corderos sacrificados; e incluso hasta los patriarcas Abrahán, y luego, en la noche de los tiempos, hasta Abel y su sangre que grita desde la tierra. Todo esto lo podemos verlo a través de las llagas de Jesús Crucificado y Resucitado y, como María en el Magnificat, podemos reconocer que “su misericordia llega a sus fieles de generación en generación” (Lc 1,50).
Ante los trágicos acontecimientos de la historia humana, nos sentimos a veces abatidos, y nos preguntamos: “¿Por qué?”. La maldad humana puede abrir en el mundo abismos, grandes vacíos: vacíos de amor, vacíos de bien, vacíos de vida. Y nos preguntamos: ¿Cómo podemos salvar estos abismos? Para nosotros es imposible; sólo Dios puede colmar estos vacíos que el mal abre en nuestro corazón y en nuestra historia. Es Jesús, que se hizo hombre y murió en la cruz, quien llena el abismo del pecado con el abismo de su misericordia.
San Bernardo, en su comentario al Cantar de los Cantares (Disc. 61,3-5; Opera omnia 2,150-151), se detiene justamente en el misterio de las llagas del Señor, usando expresiones fuertes, atrevidas, que nos hace bien recordar hoy. Dice él que “las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios”.
Es este, hermanos y hermanas, el camino que Dios nos ha abierto para que podamos salir, finalmente, de la esclavitud del mal y de la muerte, y entrar en la tierra de la vida y de la paz. Este Camino es Él, Jesús, Crucificado y Resucitado, y especialmente lo son sus llagas llenas de misericordia.
Los Santos nos enseñan que el mundo se cambia a partir de la conversión de nuestros corazones, y esto es posible gracias a la misericordia de Dios. Por eso, ante mis pecados o ante las grandes tragedias del mundo, “me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz, porque me acordaré de las llagas del Señor. Él, en efecto, “fue traspasado por nuestras rebeliones” (Is 53,5). ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo?” (ibíd.).
Con los ojos fijos en las llagas de Jesús Resucitado, cantemos con la Iglesia: “Eterna es su misericordia” (Sal 117,2). Y con estas palabras impresas en el corazón, recorramos los caminos de la historia, de la mano de nuestro Señor y Salvador, nuestra vida y nuestra esperanza.+
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