Mons. Castagna: La necesidad de la gracia, en una sociedad infectada de egoísmo

Corrientes (AICA): El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, advirtió que para no dejarse corromper por el egoísmo que infecta a la sociedad es necesario que las relaciones más puras e inocentes tengan el auxilio divino que se llama “gracia”. “Es Cristo su dispensador. Lo que parece imposible a los hombres no lo es a Dios”. “Necesitamos ministros que extiendan aquella ‘predicación apostólica’ a nuestros días, para los ciudadanos de nuestro convulsionado mundo”, subrayó.
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, advirtió que “el egoísmo se ha consustanciado con nuestra débil naturaleza, hasta convencernos de que es ‘humano’ actuar buscando principalmente nuestro bienestar - el placer y la fortuna - y malograr la vida para lograrlo. El amor de Cristo, expresión humana del amor divino, no encuentra otro símil que el ‘anonadamiento’ de la Encarnación y su amistad.

“La sociedad está infectada de egoísmo. Es como la humedad que invade y destruye los mejores edificios si no se les pone remedio a tiempo. Las relaciones más puras e inocentes requieren de un esfuerzo generoso, y vigorosamente asistido, para no dejarse corromper por el egoísmo”, sostuvo en su sugerencia para la homilía del domingo.

El prelado explicó que “la asistencia, a la que me refiero, es un auxilio divino que se llama ‘gracia’. Es Cristo su dispensador. Lo que parece imposible a los hombres no lo es a Dios” y recordó que “la gracia es, según lo entiende San Pablo, ‘el poder de Dios para la salvación de todos los que creen’.

“La acción evangelizadora trae consigo la gracia de Cristo y la ofrece a quienes se disponen a recibirla. Es preciso el encuentro con Él, que la ofrece con tanta libertad, sin discriminar a nadie por su condición: ‘a los judíos en primer lugar, y después a los que no lo son’. Ese encuentro, como lo hemos afirmado en reiteradas ocasiones, se produce gracias a la predicación apostólica. Necesitamos ministros que extiendan aquella ‘predicación apostólica’ a nuestros días, para los ciudadanos de nuestro convulsionado mundo”, aseguró.

Texto de la sugerencia

1.- La permanencia en el amor es permanencia en la Verdad. La intimidad del discípulo con su Maestro va mucho más allá de la mera convivencia. Más bien llega a ser buen discípulo en la convivencia cotidiana con su Maestro. Jesús ama a quienes lo siguen como el Padre lo ama a Él: "Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor". ( Juan 15, 9) Esa permanencia en el amor es la mayor expresión de la intimidad entre el Maestro y el discípulo. La pureza del amor de Dios, contemplada en las relaciones de Jesús con su Padre, es el modelo del amor que nos debemos mutuamente. El relato evangélico de Juan es por demás preciso: "Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor". (Juan 15, 10). El amor se realiza en la fidelidad al Padre, que Jesús trasluce con admirable exactitud. Jesús, Dios como su Padre, revela la voluntad divina - común al Padre y al Hijo - en mandamientos claramente expresados. Para llegar a ser sus auténticos amigos - para "permanecer en su amor" - se precisa la fidelidad a sus mandamientos. Para ello, es necesario eliminar lo que se opone al amor: el egoismo.

2.- El concepto del amor. La confusión común, referida al concepto sobre el amor, produce una banalización de corte sacrílego. No solamente deja de ser un valor permanente sino que se lo exhibe contradiciendo su naturaleza. El egoísmo constituye esa contradicción y, por lo mismo, se califica como "anti-amor". Algunas lamentables rupturas son atribuidas a la desaparición del amor. El amor que desaparece no logra ser verdadero amor, porque el egoismo - que lo contradice - es el contaminante que acaba erosionándolo hasta su destrucción. El verdadero amor excluye todo egoismo. Cristo murió en la Cruz para que el amor venciera definitivamente al egoismo. En su dolorosa Pasión se manifiesta el amor purísimo de Dios, perfecto y sin fronteras. Lo presenta como modelo a imitar: "Este es mi mandamiento: Amense los unos a los otros, como yo los he amado". Y para ofrecer una imagen humana, suficientemente clara, prosigue: "No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hace lo que yo les mando". (Juan 15, 12-14) El egoísmo se ha consustanciado con nuestra débil naturaleza, hasta convencernos de que es "humano" actuar buscando principalmente nuestro bienestar - el placer y la fortuna - y malograr la vida para lograrlo. El amor de Cristo, expresión humana del amor divino, no encuentra otro simil que el "anonadamiento" de la Encarnación y su amistad.

3.- El pecado es el egoismo. La sociedad está infectada de egoismo. Es como la humedad que invade y destruye los mejores edificios si no se les pone remedio a tiempo. Las relaciones más puras e inocentes requieren de un esfuerzo generoso, y vigorosamente asistido, para no dejarse corromper por el egoísmo. La asistencia, a la que me refiero, es un auxilio divino que se llama "gracia". Es Cristo su dispensador. Lo que parece imposible a los hombres no lo es a Dios. La gracia es, según lo entiende San Pablo, "el poder de Dios para la salvación de todos los que creen...". (Romanos 1, 16) La acción evangelizadora trae consigo la gracia de Cristo y la ofrece a quienes se disponen a recibirla. Es preciso el encuentro con Él, que la ofrece con tanta libertad, sin discriminar a nadie por su condición: "...a los judios en primer lugar, y después a los que no lo son". (Idem) Ese encuentro, como lo hemos afirmado en reiteradas ocasiones, se produce gracias a la predicación apostólica. Necesitamos ministros que extiendan aquella "predicación apostólica" a nuestros dias, para los ciudadanos de nuestro convulsionado mundo.

4.- La necesidad de la gracia de Cristo. El Bautismo nos hace solidarios de todos nuestros hermanos: misioneros, sacerdotes y predicadores. No obstante, existe un sacramento por el que Jesús transmite su misión a los Apóstoles; la misma constituye, a ese grupo de seguidores, en fundamento necesario de su Iglesia. ¡Cómo cambiaría el concepto social de quienes ejercen el ministerio sacerdotal si fueran mejor conocidos! La ignorancia sobre su identidad, incluso entre los cristianos, causa un obstáculo gravísimo para el encuentro de los hombres con su Redentor. También allí radica la escasa adhesión al ministerio sacerdotal, como opción de vida, entre los jóvenes cristianos. En la medida en que valoramos la gracia de Cristo, como necesaria para la vida y la muerte, valoramos, ciertamente, el ministerio que nos la proporciona.

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