Uno de ellos es el jesuita español Pedro Páez Jaramillo, cuya vida fue una auténtica aventura digna de una película. Él fue el verdadero descubridor de las Fuentes del Nilo, las que contempló en 1618, casi dos siglos antes que lo hiciera el naturalista, explorador y geógrafo británico James Bruce de Kinnaird.
Una biografía que debería ser más conocida
La vida de este jesuita estará disponible a partir del jueves 3 de mayo en el “Diccionario Biográfico” de la Real Academia de la Historia, donde ya están presentes las historias de miles de personajes.
Precisamente, las aventuras del padre Páez Jaramillo aparecen ampliamente relatadas en "Antes que nadie" del historiador español Fernando Paz, libro donde relata “aventuras insólitas de unos españoles que quisieron ser demasiado”. Curiosamente, el primer capítulo está dedicado a este jesuita.
Su misión fue llevar el Evangelio a los últimos rincones
Este religioso madrileño tenía como gran misión de su vida llevar el Evangelio a los últimos rincones del mundo, siguiendo el ejemplo de San Francisco Javier, y sin tener ningún miedo al martirio. Y en su vida estuvo en muchísimas ocasiones muy cerca de ser mártir.
Su vida giró en torno a la India, Etiopía (en aquel tiempo llamada Abisinia) y las persecuciones de los musulmanes. De hecho, llegó a estar hasta siete años preso en lo que hoy es Yemen, pero también impresionó tanto a los emperadores de Abisinia, que uno de ellos le pidió bautizarse católico y pedir una alianza con el Imperio Español ofreciendo a su hijo como esposo de la hija de Felipe III.
El misionero jesuita fue realizando conversiones por donde pasaba. Para ello, aprendió perfectamente la lengua local y las costumbres de la zona. Su gran aventura por Etiopía, donde fue amigo y consejero admirado de varios de sus emperadores, tuvo como punto más importante el descubrimiento de las fuentes del Nilo.
Vio lo que Alejandro, Julio César o Ciro sólo soñaron
En su libro "Historia de Etiopía", que escribió en 1620, Páez Jaramillo retrata todas estas impresionantes vivencias. Fernando Paz recuerda que el misionero “retrata tanto el país como se retrata a sí mismo” y se caracteriza por no ser “presuntuoso, no es jamás vano; al contrario, toma distancia de los hechos y, mucho más aún, huye de todo protagonismo”.
Eso sí, el día que vio las Fuentes del Nilo y supo realmente lo que estaba ante sus ojos, el misionero expresó: “Confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambeis, el gran Alejandro y el famoso Julio César”. Y lo escribe sin grandilocuencia ni hambriento de fama, como ocurriría en 1770 con James Bruce, que reivindicó ser el primer europeo en alcanzar las fuentes.
En aquel momento, Páez acompañaba al monarca etíope por las montañas del Sahala (Sahara). Así relata Fernando Paz el hallazgo: “Ascendieron hasta los tres mil metros de altura, y desde allí Páez divisó el curso de un riachuelo que brotaba de algún lugar de la montaña, al que iban a desembocar otros arroyos, alimentando un cauce cada vez más caudaloso. Los distintos cursos de agua parecían salir de un par de lagunas: los indígenas las conocen como ‘Abbay’, que es el nombre que aún hoy dan al Nilo Azul”. Páez, sabiendo lo que realmente era esa masa de agua, fue siguiendo el curso del río, aunque no pudo llegar hasta la desembocadura.
El río Nilo
El Nilo es el mayor río de África y uno de los ríos más grandes del mundo y quizás el más importante en lo referido al nacimiento de civilizaciones. Su cauce transcurre en dirección norte a lo largo de siete naciones: Burundi, Ruanda, Tanzania, Uganda, Kenia, República Democrática del Congo, Sudán del Sur, Sudán, Egipto y Etiopía, llegando a recorrer 6.700 kilómetros hasta su desembocadura en el mar Mediterráneo.
Una vida dedicada a la evangelización
Pedro Páez Jaramillo entró en la Compañía de Jesús en 1582, en la ciudad universitaria de Coímbra (Portugal), cantera de la expansión de los jesuitas, no solamente por Portugal y España, sino también por las misiones, cuyo puerto de embarque en los primeros tiempos fue Lisboa. Tras sus estudios de Filosofía en Belmonte (Cuenca, España), solicitó a sus superiores ser enviado a las Indias. Se embarcó en el citado puerto lisboeta, en abril de 1587, rumbo a la India, donde concluyó sus estudios de Teología y fue ordenado sacerdote en Goa en enero de 1589.
Pocos días después, con el fin de reanimar la misión en Etiopía, sus superiores resolvieron enviarlo a ese país, acompañado del padre Antonio de Montserrat, un jesuita catalán formado en Portugal que en 1574 había sido destinado a la misión de la colonia portuguesa de Goa, en la India. Tanto Pedro Páez como Monserrat, a la altura de Dhofar, fueron apresados por los árabes y permanecieron presos por espacio de siete años en tierras del actual Yemen. Los últimos meses de su prisión permanecieron en Moca sirviendo incluso en las galeras turcas. Fueron rescatados por unos 1.300 cruzados que invadieron la región.
El padre Páez regresó a Goa en noviembre de 1596 y reinició los trabajos apostólicos en la península de Salsete y Diu. En marzo de 1603 comenzó un viaje a Etiopía, disfrazado de mercader armenio, alcanzando Massaua en abril de ese mismo año y semanas después se hallaba en Fregona, adonde habían sido desterrados los jesuitas desde 1595. No perdió tiempo, antes de contar con la llamada del negus (emperador etíope) Za-Denghel. Como era una constante en el horizonte misionero de los jesuitas, Pedro Páez se preparó lingüísticamente con el aprendizaje de la lengua común y cortesana, el amárico; además del geez, la lengua litúrgica.
Como había ocurrido con Monserrat y el emperador mongol, Páez se ganó el prestigio en la Corte del negus y de sus sucesores, consiguiendo conversiones significativas y resaltando la obediencia al Papa como Sumo Pontífice, a quien el jesuita solicitó que nombrase un patriarca como máxima autoridad religiosa de estos territorios. Así se reemplazaría al abuna copto (jefe de la Iglesia Ortodoxa de Etiopía y Eritrea) que había sido enviado desde El Cairo.
Fue un jesuita de muchas y notables capacidades intelectuales y de trabajo práctico y pastoral, además de aportar sus saberes en el ámbito de la construcción, incluyendo la carpintería y la herrería. Impulsó la construcción de un palacio donde pudiese residir el emperador, además de una iglesia en Gorgora. Atendía especialmente a la comunidad portuguesa, pero era un jesuita que participaba en la controversia, sobre todo en las disputas religiosas que se desarrollaban en torno a la naturaleza de Cristo.
Era esta cuestión la que dividía a los cristianos romanos de los coptos. Páez se convirtió en la voz autorizada en Europa de la Historia de Etiopía. Precisamente era éste el título —Historia Aethiopiae— de la obra que le encargó escribir el prepósito general de la Compañía de Jesús, padre Mucio Vitelleschi. Las páginas abarcaban cronológicamente de 1555 a 1622. Consideraba el superior en Roma que era necesario que en Europa se diese a conocer el horizonte misionero. Páez describió en esas páginas las fuentes del río Nilo, que pudo contemplar por vez primera en abril de 1618. Mientras que algún autor negó su presencia en este lugar, Tacchi-Venturi llegó a compararlo por su labor en Etiopía con el también jesuita Mateo Ricci en China.+
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