Durante la audiencia general de esta mañana, celebrada en la Plaza de San Pedro, Francisco explicó que los Mandamientos son “la puerta que el Padre celestial abrió para conducirnos a la vida verdadera”.
A partir de texto evangélico, Marcos capítulo 10, versículos 17 al 21, en el que un joven pregunta a Jesús cómo hacer para heredar la Vida Eterna. Francisco dijo que en esa pregunta se encuentra el desafío de toda existencia, es decir, el deseo de una vida plena e infinita.
Más adelante el pontífice se dirigió especialmente a los jóvenes a los que indicó que “nuestro peor enemigo no son los problemas concretos, por cuan serios y dramáticos sean. El peligro más grande de la vida es un mal espíritu de adaptación que no es mansedumbre o humildad, sino mediocridad, pusilanimidad”.
Francisco pidió para los jóvenes el don de la “sana inquietud”, la capacidad de “no contentarse de una vida sin belleza”, porque, “si los jóvenes no están hambrientos de vida auténtica, ¿adónde irá la humanidad?”, se preguntó el Papa.
Más adelante el Santo Padre cuestionó a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro: “¿Quién pudiendo elegir entre un original y la copia, elige la copia?” y añadió: “Jesús no ofrece sustitutos, ¡sino la vida real, el amor verdadero, la verdadera riqueza! ¿Cómo pueden los jóvenes seguirnos en la fe si no nos ven elegir el original, si nos ven adictos a las medias medidas? Se necesita el ejemplo de alguien que me invita a un “más allá”, a algo más”.
Francisco concluyó invitando a pedir a “la Virgen María que obtenga para nosotros la gracia de volver a descubrir y revivir los diez mandamientos como un camino de amor que nos llevará a la vida verdadera, que es Cristo”.
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy es la fiesta de San Antonio de Padua. ¿Quién de ustedes se llama Antonio? Un aplauso para todos los “Antonios”.
Hoy comenzamos un nuevo itinerario catequético. Será sobre el tema de los mandamientos. Los mandamientos de la ley de Dios. Nos sirve de introducción el pasaje que acabamos de escuchar: el encuentro entre Jesús y un hombre –es un joven- que, de rodillas, le pregunta cómo puede alcanzar la vida eterna. Y en esa pregunta está el desafío de cada existencia, también de la nuestra: el deseo de una vida plena e infinita. Pero ¿cómo llegar? ¿Qué camino tomar? Vivir de verdad, vivir una existencia noble... Cuántos jóvenes intentan “vivir” y en cambio se destruyen persiguiendo cosas efímeras.
Algunos piensan que sea mejor apagar este impulso, -el impulso de vivir- porque es peligroso. Quisiera decir, sobre todo a los jóvenes: nuestro peor enemigo no son los problemas concretos, por muy graves y dramáticos que sean: El mayor peligro en la vida es un mal espíritu de adaptación que no es la mansedumbre ni la humildad, sino la mediocridad, la pusilanimidad.
Un joven mediocre ¿es un joven con futuro o no? ¡No! Se queda ahí; no crece, no tendrá éxito. La mediocridad o la pusilanimidad. Esos jóvenes que tienen miedo de todo. “No, yo soy así…” Esos jóvenes no saldrán adelante. Mansedumbre, fuerza y nada de pusilanimidad, nada de mediocridad.
El beato Pier Giorgio Frassati decía que debemos vivir, no ir tirando. Los mediocres van tirando. Vivir con la fuerza de la vida. Hay que pedir a nuestro Padre Celestial para los jóvenes de hoy el don de la inquietud saludable. Pero, en sus casas, en cada familia, cuando hay un joven que está todo el día sentado, a veces la madre y el padre piensan: “Está enfermo, tiene algo” y lo llevan al médico.
La vida del joven es ir adelante, estar inquieto, la inquietud saludable, la capacidad de no estar satisfechos con una vida sin belleza, sin color. Si los jóvenes no tienen hambre de una vida auténtica, me pregunto ¿Dónde irá la humanidad? ¿Dónde irá la humanidad con jóvenes quietos y no inquietos?
La pregunta de aquel hombre del Evangelio que hemos escuchado está dentro de cada uno de nosotros: ¿Cómo se encuentra la vida, la vida en abundancia, la felicidad? .Jesús responde: “Ya sabes los mandamientos”, y cita una parte del Decálogo. Es un proceso pedagógico, con el cual Jesús quiere conducir a un lugar preciso. De hecho, ya está claro, por su pregunta que aquel hombre no tiene una vida plena busca algo más, está inquieto. Por lo tanto ¿qué debe entender? Él dice: “Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud”.
¿Cómo se pasa de la juventud a la madurez? Cuando se empiezan a aceptar las propias limitaciones Nos volvemos adultos cuando nos relativizamos y tomamos conciencia de “lo que falta”. Este hombre se ve obligado a reconocer que todo lo que puede “hacer” no supera un “techo”, no va más allá de un margen.
¡Qué hermoso es ser hombres y mujeres! ¡Qué preciosa es nuestra existencia! Y sin embargo, hay una verdad que en la historia de los últimos siglos el hombre ha rechazado a menudo, con trágicas consecuencias: la verdad de sus limitaciones.
Jesús, en el Evangelio, dice algo que puede ayudarnos: “No piensen que he venido a abolir la Ley o los profetas; no vine a abolir, sino a dar cumplimiento”. El Señor regala el cumplimiento, por eso vino. Aquel hombre tenía dar un salto para llegar al umbral, donde se abre la posibilidad de dejar de vivir de uno mismo, de las propias obras, de los propios bienes y – precisamente porque falta la vida plena -dejarlo todo para seguir al Señor.
Mirándolo bien, en la invitación final de Jesús -inmenso, maravilloso- no está la propuesta de la pobreza sino la de la riqueza, la verdadera, “Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven ¡Sígueme!”.
¿Quién, pudiendo elegir entre un original y una copia, elegiría la copia? Este es el desafío: encontrar el original de la vida, no la copia. Jesús no ofrece sustitutos, ¡sino vida verdadera, amor verdadero, riqueza verdadera!
¿Cómo pueden los jóvenes seguirnos en la fe si no nos ven elegir el original, si nos ven adictos a las medias tintas? Es feo encontrar cristianos de medias tintas, cristianos –me permito la palabra- “enanos”; crecen hasta una determinada estatura y luego no; cristianos con el corazón encogido, cerrado. Es feo encontrarse con esto. Hace falta el ejemplo de alguien que me invita a un “más allá”, a “algo más”, a crecer algo más. San Ignacio lo llamaba el “magis”, “el fuego, el fervor de la acción, que sacude al soñoliento”.
El camino de lo que falta pasa por lo que hay. Jesús no vino a abolir la Ley o los Profetas sino a cumplirlos. Tenemos que partir de la realidad para dar el salto a “lo que falta”. Debemos escudriñar lo ordinario para abrirnos a lo extraordinario.
En estas catequesis tomaremos las dos tablas de Moisés como cristianos, de la mano de Jesús, para pasar de las ilusiones de la juventud al tesoro que está en el cielo, caminando detrás de Él. Descubriremos, en cada una de esas leyes, antiguas y sabias, la puerta abierta por el Padre que está en los cielos para que el Señor Jesús, que la ha cruzado, nos lleve a la vida verdadera. Su vida. La vida de los hijos de Dios”.
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