Ciudad del Vaticano (AICA): La intención universal del apostolado de la oración del Santo Padre para el mes de noviembre de 2014 es: “Para que las personas que sufren la soledad sientan la cercanía de Dios y el apoyo de los hermanos”. Su intención evangelizadora es: ´Para que los seminaristas, religiosos y religiosas jóvenes tengan formadores sabios y bien preparados”.
Precisamente a inicios de octubre, el papa Francisco se dirigía a los miembros de la Congregación vaticana del Clero y les hablaba de qué significa ser sabios a la hora de formar vocaciones:
“Dios no cesa de llamar a algunos a seguirlo y servirlo en el ministerio ordenado. Pero también nosotros, debemos hacer nuestra parte, mediante la formación, que es la respuesta del hombre, de la Iglesia al don de Dios, ese don que Dios le hace a través de las vocaciones. Se trata de custodiar y cultivar las vocaciones, para que den frutos maduros.
Ellas son un “diamante en bruto”, que hay que trabajar con cuidado, respeto de las personas y paciencia, para que brillen en medio del pueblo de Dios. La formación, por tanto, no es un acción unilateral, con el que alguien transmite nociones, teológicas o espirituales. Jesús no dijo a quienes llamaba: “ven, te explico”, “sígueme, te enseño”: ¡no!; la formación que Cristo ofrece a sus discípulos se realiza, por el contrario, a través de un “ven y sígueme”, “haz como yo hago”, y este es el método que también hoy la Iglesia quiere adoptar para sus ministros. La formación de la que hablamos es una experiencia discipular, que acerca a Cristo y permite configurarse cada vez más con Él.
Un parecido itinerario de descubrimiento y valoración de la vocación tiene un fin preciso: la evangelización. Toda vocación es para la misión y la misión de los ministros ordenados es la evangelización, en todas sus formas. Ella parte en primer lugar del “ser”, para luego traducirse en un “hacer”. Los sacerdotes están unidos en una fraternidad sacramental, por lo tanto, la primera forma de evangelización es el testimonio de fraternidad y de comunión entre ellos y con el obispo.
De una semejante comunión puede surgir un fuerte impulso misionero, que libra a los ministros ordenados de la cómoda tentación de estar más preocupados del consentimiento del otro y del propio bienestar en lugar de estar animados por la caridad pastoral, por el anuncio del Evangelio, hasta las más remotas periferias”.+
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