"Jesús nos manda -aseguró monseñor Martorell- ir al encuentro del pecador, tal como él lo hizo: como médico que sana, y nos exhorta a ir al hermano y corregirlo para que salga de su obstinado alejamiento de Dios y de la verdad y amonestarlo con caridad y verdad. Y si a pesar de las tentativas, exhortaciones y súplicas, no conseguimos este propósito, no debemos dejar de orar y hacer penitencia por él, para obtenerle la gracia de la conversión. Claro, hay que sentirse en lo profundo del corazón, responsables no solamente de la propia salvación, sino también de la salvación y del bien de los demás".
El Evangelio -dijo el obispo- es contundente: “si tu hermano peca, repréndelo a solas; si te hace caso, has salvado a tu hermano”. Frente a esta situación pensamos que es mejor no meterse. Muchas veces dejamos caído al hermano y murmuramos de él haciendo público lo que estaba oculto. Igualmente frente a un pecado social tampoco queremos meternos: hablamos pero no hacemos nada para curar el mal. Nadie se atreve a amonestar, a decir la verdad. Nadie quiere perder popularidad, nadie quiere meterse. Pero Dios nos ha dado la gracia del Evangelio para que lo hagamos vida con su gracia y podamos así decir la verdad con caridad y vivir la caridad sin dejar de lado la verdad. Los preceptos del Señor están para ser cumplidos y sobre todo el precepto del amor a Dios y a los hermanos.
"El pasaje evangélico de este día -concluye monseñor Martorell- termina con una exhortación a la oración en común. Debemos rezar por un hermano, rezar por los hermanos, rezar por la Iglesia, rezar por la Patria. Basta que dos o más se reúnan en nombre de Jesús para orar. Jesús estará allí y nos dará la fuerza y la gracia de la conversión personal de los hermanos por quienes rezamos".+
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