Ambos jóvenes franciscanos, señala una información de Aciprensa, trabajaban pastoralmente en la localidad de Pariacoto, en los Andes de Ancash (Perú), país donde vivían hacía once años y que por entonces intentaba salir de la profunda crisis económica en que se encontraba, mientras los terroristas de Sendero Luminoso seguían asesinando miles de civiles y autoridades en pueblos y ciudades –incluyendo la capital-, con el fin de instaurar un régimen comunista.
En ese sentido, la labor evangelizadora que realizaban los dos sacerdotes con los pobres de Pariacoto –donde llevaban tres años- era considerada una amenaza por los terroristas, pues no dejaban que el odio se apoderara de los corazones de los fieles. Sin ese odio, Sendero no podía tener más miembros para su lucha armada.
Así, al ver que sus amenazas no afectaban el trabajo pastoral de los franciscanos, el 9 de agosto de 1991 los senderistas deciden llenar de pintas las paredes de los edificios de la plaza de Pariacoto. Al anochecer, armados y con los rostros cubiertos, arrestan al alcalde.
Paralelamente fray Zbigniew exponía en la iglesia el Santísimo Sacramento, mientras esperaba a su compañero para celebrar la Misa. Una vez concluida la Eucaristía, cierran el templo. Al rato aparecieron unos hombres encapuchados que tocaron la puerta y reclamaron la presencia de los sacerdotes “para hablar con ellos”.
Apenas los vieron, les ataron las manos y se los llevaron en la camioneta de la misión. Fueron trasladados junto con el alcalde a Pueblo Viejo. Durante el camino, los terroristas sometieron a los sacerdotes a un “interrogatorio”, acusándolos de “engañar a la gente” e “infectar a las personas mediante la distribución de alimentos de la imperialista Caritas”. E incluso los acusaron de adormecer “el ímpetu revolucionario con la predicación de la paz”. Posteriormente, cuando llegaron a las inmediaciones del cementerio, los ejecutaron a todos.
La Conferencia Episcopal Peruana condenó el asesinato de ambos misioneros y señaló que “la Iglesia, una vez más comprometida en la creación de la Civilización del Amor en nuestro pueblo, rechaza enérgicamente esta ignominia sangrienta que no abre ningún camino de salvación en la situación crítica que afronta el Perú”.
Asimismo, al enterarse de la noticia, San Juan Pablo II afirmó que ambos frailes “son los nuevos mártires del Perú”. En aquel momento estaba con el Papa un franciscano, el padre Jarek Wysoczanski, el tercer compañero” de fray Miguel y fray Zbigniew, que sobrevivió a la tragedia porque estaba en Polonia para asistir al matrimonio de su hermana.
Días después del asesinato, una religiosa que colaboraba en la misión dijo que lo ocurrido le parecía un sueño, “me impresiona una vez más en Miguel y Zbigniew su fidelidad al Señor y a este pueblo andino, y la voluntad de ser consecuentes con lo que predicaron. Recuerdo su entusiasmo por la vocación franciscana y misionera y su disponibilidad para el servicio, a pesar, tantas veces, del mucho cansancio”.
No podemos abandonar al pueblo
“Permanecieron allí hasta el final. Eso no se improvisa, es un don. Vi a Zbigniew unos días antes de su martirio, le pregunté si estaban amenazados, sonrió y dijo: ‘No podemos abandonar al pueblo. Nunca se sabe, pero si nos matan, que nos entierren aquí’. A Miguel lo vi un mes antes, vivía como si no pasara nada, abandonado en Dios. Ambos, hombres de Dios, tal vez vivían pensando que todavía no era su hora; sin embargo, fue la hora de Dios”, relató la religiosa.
La causa de los nuevos mártires
Desde el primer momento monseñor Luis Armando Bambarén Gastelumendi, obispo emérito de Chimbote y ex presidente de la Conferencia episcopal peruana, se movilizó para iniciar la causa de beatificación de las víctimas y solicitó incluir también al sacerdote italiano.
El padre Angelo Paleri, postulador de la Orden de los Frailes Menores (Ofm), admite que en un principio la recepción fue muy tibia, señala Vaticaninsider. Existía la sospecha, como en muchos casos similares, de que se hubiera verificado una anterior connivencia de los sacerdotes asesinados con la guerrilla de Sendero Luminoso. A primera vista resultaba una empresa demasiado difícil demostrar con argumentos sólidos que los dos frailes realmente hubieran muerto mártires, cuando era más sencillo pensar que simplemente la guerrilla los había eliminado porque ya no resultaban útiles para sus intereses.
El padre Paleri explica que “en toda esa zona, Sendero Luminoso había creado una especie de gobierno paralelo: la difusión capilar en el territorio era posible gracias a la integración de las autoridades existentes en su red. Operaban siempre en esta dirección, ya que consideraban vital mantener el orden sin destituir los poderes preconstituidos”. Y también es cierto que, si fracasaban esos “intentos de negociación”, pasaban en último término a la eliminación física de los adversarios.
Por otra parte, el padre Ángelo recuerda que “ya antes, las escuadras de la muerte “de derecha” habían matado sacerdotes o simples agentes pastorales, catequistas y religiosas porque los consideraban comunistas y adoctrinaban sin ningún derecho a los fieles”.
Una semana antes del asesinato de los dos frailes, los senderistas habían atacado también al padre Miguel Compañy, un sacerdote español que trabajaba en la diócesis de Chimbote, quien sobrevivió milagrosamente. El 14 de agosto estaba programada la ordenación de un sacerdote dominico y los guerrilleros habían intimado que no se celebrara la ceremonia porque caso contrario matarían un misionero por semana.
La investigación diocesana sobre los tres mártires asesinados “in odium fidei” concluyó en 2003. Sin embargo, los consultores teólogos consideraban que era necesario aclarar muchos aspectos y solicitaron el material elaborado por la Comisión de la Verdad y Reconciliación sobre las víctimas en el país (se calcula que hay cerca de 70.000 en Perú) pero también sobre los “movimientos antagonistas” que habían combatido el poder oficial.
El Informe final de la Comisión, publicado el 23 de agosto y que se integra a la documentación del proceso, reconstruye los acontecimientos de ese período: en el tercer capítulo se detalla la red de relaciones entre Sendero Luminoso, la Iglesia Católica y las Iglesias evangélicas, que también estaban muy difundidas en Perú.
“Un discreto número de páginas”, confiesa sonriendo el padre Ángelo: “En un primer momento Sendero Luminoso no se había preocupado mucho por la Iglesia. Algunos relatores de la Comisión notaron que los guerrilleros ordenaron ataques en ciertas zonas, pero no tocaron a los sacerdotes”. En el horizonte de los senderistas, la Iglesia siempre fue considerada “opio de los pueblos”.
Por otra parte, aceptaron de buen grado las inocuas formas de religiosidad popular, ya que la gente seguía respetando sus tradiciones y realizando sus procesiones sin tomar en cuenta los cambios políticos que se estaban produciendo. Cuando la Iglesia empezó a hablar de justicia, de verdad y de perdón, la organización guerrillera acusó a los misioneros de estar al servicio del imperialismo porque distribuían las ayudas que les enviaba Cáritas. Y mientras la Iglesia reforzaba sus lazos con los pobres en el ejercicio de la caridad, la guerrilla veía que se frenaba en el pueblo el impacto de sus esfuerzos para desencadenar una sublevación violenta.
A fines de los años ’90 casi todos los líderes de Sendero Luminoso estaban en poder de la justicia y el movimiento se transformó en uno de los tantos grupos que controlan el tráfico de coca. Los jefes históricos todavía se encuentran en la cárcel y algunos ex militantes intentaron fundar un partido político, pero hoy el Estado no permite que las personas que estuvieron relacionadas con la guerrilla senderista participen en la vida pública.
El padre Ángelo Paleri no deja de destacar cuánto insistió monseñor Bambarén en el hecho de que estos tres hombres serán los primeros mártires de la historia del Perú, una nación que ya es rica en ejemplos de santidad. Baste pensar que entre 1500 y 1600 vivieron cinco santos en Lima -santa Rosa de Lima y San Martín de Porres, peruanos de nacimiento; el arzobispo Toribio de Mongrovejo, John Macías y Francisco Solano, españoles-, que fueron canonizados por sus virtudes heroicas. Contar con tres mártires entre sus santos significa un verdadero primado.+
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