Ciudad del Vaticano (AICA): “¿El Señor se siente verdaderamente en casa en nuestras vidas? ¿Le permitimos hacer “limpieza” en nuestros corazones para quitar los ídolos (es decir, actitudes, etc.) que tal vez colocamos?”, preguntó el Santo Padre, este domingo, a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro, en sus palabras previas al rezo del Ángelus al comentar el Evangelio del día que narra el episodio de la expulsión de los mercaderes del templo.
Francisco recordó que el gesto de Jesús suscitó “fuerte impresión entre la gente y los discípulos”: gesto y mensaje profético “que se entienden completamente a la luz de su Pascua, primer anuncio de la muerte y resurrección de Cristo”.
“En este tiempo de Cuaresma nos estamos preparando para la celebración de la Pascua, donde renovaremos las promesas de nuestro Bautismo”, recordó el Pontífice, precisando luego que cada Eucaristía que celebramos con fe nos hace crecer como templo vivo del Señor, gracias a la comunión con su Cuerpo crucificado y resucitado.
Palabras del Papa en el Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de hoy nos presenta el episodio de la expulsión de los mercaderes del templo, en el Evangelio de Juan (2.13-25). “Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas” (Jn 2,15).
Este gesto despertó una fuerte impresión en la gente y los discípulos. Claramente apareció como un gesto profético, tanto es así que algunos de los presentes dijeron a Jesús: “¿Qué señal nos muestras para hacer estas cosas?” (v. 18) –es decir, un mensaje divino, un prodigio que acreditase que Jesús era enviado por Dios.
Y él, les dijo: “Destruyan este templo y en tres días lo levantaré otra vez” (v. 19). Dijeron luego los judíos: “En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás?” (v. 20).
No habían entendido que el Señor se refería al templo vivo de su cuerpo, que será destruido en la muerte en la Cruz y resucitaría al tercer día. “Cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho”. (v.22)
De hecho, este gesto de Jesús y su mensaje profético se entiende completamente a la luz de su Pascua. Estamos aquí, de acuerdo a Juan, en el primer anuncio de la muerte y resurrección de Cristo: su cuerpo destruido en la Cruz por la violencia del pecado, será el lugar de la cita universal entre Dios y los hombres en la resurrección.
Para ello su humanidad es el verdadero templo, donde Dios se revela, habla, conoce y los verdaderos adoradores de Dios no son los guardianes del templo material, los titulares de conocimientos religiosos y poder, sino aquellos que adoran a Dios” en espíritu y verdad” (Jn 4,23).
En esta temporada de Cuaresma estamos preparando la celebración de la Pascua, cuando renovamos nuestras promesas bautismales. Caminemos por el mundo como Jesús y hagamos nuestra existencia entera en un signo de su amor por nuestros hermanos, especialmente los más débiles y los más pobres, construir un templo a Dios en nuestras vidas.
Así nos “encontramos” con muchas personas que están en camino. Pero –nos preguntamos– ¿El Señor se siente verdaderamente en casa en nuestras vidas? ¿Le permitimos hacer “limpieza” en nuestros corazones y para quitar los ídolos (es decir, actitudes, etc.) que tal vez colocamos?
Cada Eucaristía que celebramos con la fe nos hace crecer como Templo de Dios, gracias a la comunión con su cuerpo crucificado y resucitado. Jesús sabe lo que está en cada uno de nosotros y sabe nuestro más ferviente deseo: para ser habitado por él, sólo él.
María, el privilegio de vivienda del hijo de Dios, acompáñanos a mantenernos en este camino cuaresmal, para que nosotros podamos redescubrir la belleza del encuentro con Cristo, que nos libera y nos salva”.
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