Francisco en el Vía Crucis: El peso de tu cruz nos libra de todas nuestras cargas
Ciudad del Vaticano (AICA): “Llévanos a arrepentirnos de nuestros pecados que te han crucificado y a mantener en nosotros un recuerdo vivo de tu rostro desfigurado, para no olvidar nunca el alto precio que has pagado para liberarnos”, rezó el papa Francisco en la oración que pronunció al concluir el rezo del Vía Crucis en el Coliseo de Roma. El Papa escuchó en silencio las meditaciones de cada estación, que fueron escritas por monseñor Renato Corti, obispo emérito de Navora. La persecución religiosa o a causa de la injusticia, la familia, el sufrimiento, la explotación infantil fueron los temas al centro de la reflexión.
Miles de luces de las velas que sujetaban en sus manos los fieles alrededor del Coliseo de Roma iluminaban el Vía Crucis, que presidió el Santo Padre en esta noche del Viernes Santo. El tema sobre el que ha versado el Vía Crucis fue “La Cruz, cima luminosa del amor de Dios que nos protege. Llamados, también nosotros, a proteger por amor”.
Para cargar la cruz a lo largo de las 14 estaciones hubo personas procedentes de Irak, Siria, Nigeria, Egipto, China, así como familias, enfermos, religiosas latinoamericanas de las Hijas de Nuestra Señora de la Piedad y del Instituto secular Virgen de la Anunciación. La cruz fue portada, estación por estación, desde dentro del histórico monumento romano hasta el Palatino, donde estaba el Santo Padre.
Oración del Santo Padre al concluir el Vía Crucis en el Coliseo
Oh Cristo, crucificado y victorioso. Tu Vía Crucis es el resumen de tu vida. Es el icono de tu obediencia a la voluntad del Padre. Es la realización de tu infinito amor por nosotros, pecadores. Es la prueba de tu misión. Es el cumplimento definitivo de la revelación y la historia de la Salvación.
El peso de tu Cruz nos libra de todas nuestras cargas. En tu obediencia a la voluntad del Padre, nosotros nos damos cuenta de nuestra rebelión y desobediencia. En ti, vendido, traicionado y crucificado por tu gente, tus seres queridos, nosotros vemos nuestras habituales traiciones y nuestra usual infidelidad. En tu inocencia, Cordero Inmaculado, vemos nuestra culpabilidad, en tu rostro lleno de cicatrices, escupido, deformado, vemos la brutalidad de nuestros pecados. En la crueldad de tu Pasión, vemos la crueldad de nuestro corazón y nuestras acciones. En tu sentirte abandonado, vemos a todos los abandonados por los familiares, la sociedad, la atención y la solidaridad.
En tu cuerpo sacrificado, perforado, desgarrado, vemos los cuerpos de nuestros hermanos abandonados en la calle, desfigurados por nuestra negligencia y nuestra indiferencia.
En tu sed Señor, vemos la sed de tu Padre misericordioso, que en ti ha querido abrazar, perdonar y salvar a toda la humanidad. En ti, Divino Amor, vemos aún hoy a nuestros hermanos perseguidos, decapitados y crucificados por su fe en ti, bajo nuestros ojos o a menudo con nuestro silencio cómplice.
Imprime, Señor, en nuestros corazones sentimientos de fe, de esperanza, de caridad, de dolor por nuestros pecados. Y llévanos a arrepentirnos de nuestros pecados que te han crucificado. Llévanos a transformar nuestra conversión hecha de palabras, en conversión de vida y de obras. Llévanos a mantener en nosotros un recuerdo vivo de tu rostro desfigurado, para no olvidar nunca el alto precio que has pagado para liberarnos.
Jesús crucificado, refuerza en nosotros la fe, que no caiga frente a la tentación. Reviva en nosotros la esperanza, que no se desvanezca siguiendo las seducciones del mundo.
Cuida en nosotros la caridad, que no se deje engañar por la corrupción y la mundanidad. Enséñanos que la cruz es vía a la Resurrección. Enséñanos que el Viernes Santo es camino hacia la Pascua de la luz. Enséñanos que Dios no olvida nunca a ninguno de sus hijos, y no se cansa nunca de perdonarnos y abrazarnos con su infinita misericordia. Pero enséñanos también a no cansarnos nunca de pedir perdón y creer en la misericordia sin límites del Padre.
Alma de Cristo, santifícanos. Cuerpo de Cristo, sálvanos. Sangre de Cristo, embriáganos. Agua del costado de Cristo, lávanos. Pasión de Cristo, confórtanos. Oh buen Jesús, óyenos. Dentro de tus llagas, escóndenos. No permitas, que nos separemos de ti. Del enemigo malo, defiéndenos. En la hora de nuestra muerte, llámanos. Y mándanos ir a ti, para que te alabemos con tus santos, por los siglos de los siglos. Amén.
A continuación, el Santo Padre ha dado la bendición y después ha añadido.
“Ahora, volvamos a casa con el recuerdo de Jesús y de su Pasión y su gran amor, y también con la esperanza de su feliz Resurrección”.+
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