Una invocación que, afirmó Francisco, conduce a ser “hombres de esperanza, o sea con horizontes, capaces de poner toda nuestra confianza en la misericordia de Dios, conscientes de que somos incapaces de afrontar sólo con nuestras fuerzas los retos que el Señor nos propone. Nos sabemos pequeños e indignos; pero en Dios está nuestra seguridad y alegría; él jamás defrauda y es quien por caminos misteriosos nos conduce con amor de Padre”.
En el capítulo general los agustinos han querido revisar y poner ante Dios la vida de la Orden, con sus anhelos y desafíos, para que sea él quien les dé luz y esperanza. Como observó el pontífice “para buscar la renovación y un impulso se necesita volver a Dios, y pedirle: “Danos lo que mandas”.
Pedimos el mandamiento nuevo que Jesús nos dio: “Que se amen los unos a otros; como yo los amé”; es lo que nosotros le imploramos que nos dé: su amor para ser capaces de amar. Dios siempre nos está dando este amor y se hace presente en nuestra vida. Miramos al pasado y damos gracias por tantos dones recibidos”. “Y este recorrido histórico -subrayó- hemos de hacerlo de la mano del Señor, porque él es quien nos da la clave para interpretarlo; no se trata de hacer historia sin más, sino descubrir la presencia del Señor en cada acontecimiento, en cada paso de la vida. El pasado nos ayuda a volver de nuevo al carisma y a degustarlo en toda su frescura y entereza. También nos da la posibilidad de subrayar las dificultades que han surgido y cómo han sido superadas, para poder enfrentar los retos actuales, mirándose al futuro. Este camino junto a Jesús se convertirá en oración de acción de gracias y en purificación interior”.
La memoria agradecida de ese amor en el pasado “nos impulsa a vivir el presente con pasión y de manera cada vez más valiente; entonces podemos pedirle: “Manda lo que quieras”. Pedir esto implica libertad de espíritu y disponibilidad. Dejarse mandar por Dios significa –afirmó el obispo de Roma- que él es el dueño de nuestra vida y no hay otro; y bien sabemos que, si Dios no ocupa el lugar que le corresponde, otros lo harán por Él”.
“Cuando el Señor está en el centro de nuestra vida todo es posible; no cuenta ni el fracaso ni algún otro mal, porque él es quien está en el centro, y es él quien nos dirige”. En este momento de modo especial, nos pide que seamos sus «creadores de comunión». Estamos llamados a crear, con nuestra presencia en medio del mundo, una sociedad capaz de reconocer la dignidad de cada persona y de compartir el don que cada uno es para el otro”.
“Con nuestro testimonio de comunidad viva y abierta a lo que nos manda el Señor, a través del soplo de su Espíritu, podremos responder a las necesidades de cada persona con el mismo amor con el que Dios nos ha amado. Tantas personas están esperando que salgamos a su encuentro y las miremos con esa ternura que hemos experimentado y recibido de nuestro trato con Dios. Este es el poder que llevamos, no el de nuestros propios ideales y proyectos; sino la fuerza de su misericordia que trasforma y da vida.”.
Francisco terminó su discurso invitando a los participantes en el Capítulo a mantener con espíritu renovado el sueño de san Agustín, “de vivir como hermanos «con un solo corazón y una sola alma» que refleje el ideal de los primeros cristianos y sea profecía viviente de comunión en este mundo nuestro, para que no haya división, ni conflictos ni exclusión, sino que reine la concordia y se promueva el diálogo”. Y puso bajo el amparo de la Virgen María, las intenciones y proyectos de la Orden, para que los oriente y proteja, pidiéndoles que rezasen por él y transmitiesen su bendición a toda la familia agustino recoleta.+
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