En su homilía, el obispo hizo referencia al Evangelio y destacó la preferencia de Jesús por “estar en medio de su pueblo como uno más”. En ese sentido, y tomando las palabras del papa Francisco en la exhortación Evangelii gaudium, señaló: “Hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo”.
“A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás”, continuó. “Esta cercanía hace que Jesús esté expuesto a la vida con todas sus facetas, con sus alegrías, con sus desafíos, con sus esperanzas, pero también con sus tristezas y amarguras”.
“Porque el dolor y la muerte no piden permiso, interrumpen y entran sin golpear, y nos sacuden la vida, la amenazan, la acorralan”, advirtió el prelado.
“Hoy celebramos 209 años de los primeros pasos en el proceso de independencia de la República de Chile, la Primera Junta Nacional de Gobierno, y venimos a darle gracias a Dios por estos años de historia, años de lucha, de enfrentamientos, años de ilusiones y esperanzas de un pueblo que sigue caminando y le vuelve a pedir a Jesucristo, Señor de la Historia, que acompañe su peregrinar, especialmente en los momentos difíciles”, expresó monseñor García Cuerva.
Volviendo al Evangelio, recordó: “Jesús consuela a la mujer que llora por la muerte de su único hijo. Lágrimas que expresan todo su dolor, toda su tristeza, pero que son germen de algo nuevo; porque son lágrimas fecundas, como las que regaron nuestros próceres luchando por la Independencia, lágrimas de parto; ese llanto es un canto de vida que se abre lugar en medio del surco de la historia”.
“Y Jesús se acercó al ataúd, lo tocó; sabe que sobre el dolor no se teoriza; con el dolor hay que involucrarse como lo hicieron los grandes de la Patria cuando se jugaron contra la opresión, la injusticia, las guerras”.
En ese sentido, el prelado mencionó a “Ramón Freire, José Miguel Carrera, Manuel Rodríguez, José de San Martin, y el libertador Bernardo O’Higgins, entre otros muchos, cerca del pueblo chileno”, quienes “tocaron su dolor; por eso comprendieron lo que debían hacer y se comprometieron en esa hora de la Patria”.
“Quizás ellos se anticiparon a Pablo Neruda, cuando en el Libro de las Preguntas dice ¿Qué dirán de mi poesía los que no tocaron mi sangre?”, consideró el obispo. “Ellos hicieron historia con su pueblo porque tocaron su sangre, la olieron, la vieron salir a borbotones, la vieron regar la tierra, la vieron enlazar pasiones, la vieron hacer fecundar un nuevo pueblo”, aseguró.
“Y así como Jesús al joven muerto, ellos también le gritaron con sus vidas: ‘Chile, yo te lo mando, levántate’. Ponte de pie, sé independiente, sé orgulloso de tus tradiciones, mira al futuro, sé agradecido con Dios que acompaña tus luchas y esperanzas, porque ha visitado a su pueblo”, sostuvo.
Finalmente, el pastor de Río Gallegos señaló que “en ambas naciones estamos recordando los 500 años de las primeras misas celebradas entre nosotros: en territorio argentino, un 1 de abril de 1520 en Puerto San Julián; en Chile, un domingo 11 de noviembre de 1520 en Bahía Fortescue, a orillas del Estrecho de Magallanes”.
Y recordando su carta pastoral ‘Eucaristía, verdadera comida con sabor a todos’, pidió especialmente en este tiempo a Jesús Pan de Vida, “que podamos concretar la misericordia social, curando las heridas de los que sufren, consolando con solidaridad y compromiso, venciendo toda indiferencia, haciendo nuestro el grito de auxilio de los más pobres, rompiendo las barreras del egoísmo y la hipocresía, animándonos mutuamente en el compromiso por construir entre todos una sociedad más justa y más fraterna. La que soñaron nuestros próceres y por la que dieron hasta la propia vida”, concluyó, exclamando: “Hermanos chilenos, ¡Felicidades!”.+
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