Mons. Azpiroz Costa: "Tengan conciencia de su vocación y su misión"
En su carta, recordó la figura de San Juan Bautista, el precursor. Su nacimiento, su vocación, su muerte. Tomando su modelo, recordó que todos tenemos una vocación: “¿Qué llegaremos a ser? ¿Qué debemos hacer?” planteó.
“Pido al Señor nos ayude siempre a descubrir esa identidad, el secreto de nuestra vocación sostenidos por Aquel que ‘es’ y no por quienes creemos, quisiéramos o pretendiéramos ser”, expresó.
Luego citó dos frases de Juan Bautista: “La primera es: Nadie puede atribuirse nada que no haya recibido del cielo”. La segunda, “Es necesario que él crezca y que yo disminuya”.
“En situaciones que la vida nos presenta, también en la vida eclesial, uno se pregunta ¿Hasta cuándo uno debería disminuir para que el Señor crezca? ¿Cuál es la ‘medida’? En el hijo de Zacarías e Isabel, consuela descubrir que él mismo reconoce: En las bodas, el que se casa es el esposo; pero el amigo del esposo, que está allí y lo escucha, se llena de alegría al oír su voz”, citó.
Con el punto de partida en el pasaje en que Juan oye hablar en la cárcel de las obras de Cristo y envía a uno de sus discípulos a preguntarle a Jesús acerca de su misión, preguntó “¿Qué es lo que pasa? ¿Qué es lo que le pasa?… ¿Qué les pasa a los discípulos de San Juan Bautista? (¿Qué nos pasa cuando esa misma pregunta viene desde nuestro corazón?: ¿Eres tú… o debemos esperar a otro?)”.
“No comprendemos a veces al Señor; no comprendemos lo que Él quiere de nosotros o nos está pidiendo a cada uno, a cada familia, a cada comunidad, etc.; quizás no comprendemos sus mediaciones; tampoco el mismo actuar de la Iglesia y de aquellos que debieran juzgar prudencialmente, discernir, ponderar, valorar, decidir”.
Recordando las reflexiones de San Agustín, describió: “Juan es la voz, pero el Señor era la Palabra. Juan era una voz pasajera, Cristo la Palabra eterna desde el principio. Suprime la Palabra, y ¿qué es la voz? Donde falta la idea no hay más que un sonido. La voz sin la palabra entra en el oído, pero no llega al corazón”.
Finalmente, se refirió a la muerte de Juan Bautista y señaló: “No es martirizado –digamos- por predicar a Cristo Resucitado (como Pedro, como Pablo, como los otros Apóstoles o tantos mártires a lo largo de los siglos). Juan no ‘se hace la víctima’ ni ‘se victimiza’; él es víctima de la sinrazón humana, del rencor, la revancha y el resentimiento”.
“Una cosa es clara en la vocación del Bautista. Lo dice proféticamente su mismo padre, Zacarías, lleno del Espíritu Santo, en el Benedictus que rezamos en la Liturgia de las Horas cada mañana al iniciar una nueva jornada: ‘Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de los pecados’. Esa era su misión y por ella ofreció su vida. El sentido por el cual celebramos su santidad manifestada en su nacimiento, en su vida, en su muerte”.
El prelado advirtió sobre la tendencia a “reducir el Evangelio, quitándole su sencillez y su sal”. “Podemos someter la vida de la gracia a meras estructuras humanas. Esto afecta a nuestros grupos, movimientos y comunidades, y es lo que explica por qué tantas veces se puede comenzar con una intensa vida en el Espíritu, pero luego podemos terminar fosilizados… o incluso corruptos”, alertó.
“Por pensar que todo depende del esfuerzo humano encauzado por normas y estructuras eclesiales, vamos complicando el Evangelio y nos volvemos esclavos de un esquema que deja pocos resquicios para que la gracia actúe. Santo Tomás de Aquino nos recordaba que los preceptos añadidos al Evangelio por la Iglesia deben exigirse con moderación «para no hacer pesada la vida a los fieles», porque así «se convertiría nuestra religión en una esclavitud»”.
“Es sano recordar frecuentemente que existe una jerarquía de virtudes, que nos invita a buscar lo esencial. El primado lo tienen las virtudes teologales, que tienen a Dios como objeto y motivo. Y en el centro está la caridad. Dicho con otras palabras: en medio de la tupida selva de preceptos y prescripciones, Jesús abre una brecha que permite distinguir dos rostros, el del Padre y el del hermano. No nos entrega dos fórmulas o dos preceptos más. Como nos lo recuerda el Papa Francisco: nos entrega dos rostros, o mejor, uno solo, el de Dios que se refleja en muchos. Porque en cada hermano, especialmente en el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado, está presente la imagen misma de Dios”, enfatizó.
“Queridos hermanos, las bendiciones de Dios vengan sobre todos ustedes; tengan conciencia de su vocación y misión; tengan sentido de las necesidades verdaderas y profundas de la humanidad; y caminen pobres, es decir, libres, fuertes y amorosos hacia Cristo”.
“Hemos concluido el año 2019 con el don de la consagración de monseñor Jorge Luis Wagner como Obispo Auxiliar. Que el Buen Pastor Resucitado nos regale a través de Jorge muchas cosas verdaderas, buenas y bellas ¡Cosas de Dios!”, deseó.
“A partir del pasado 8 de diciembre, estamos celebrando el Año Mariano Nacional, con el lema ‘Con María, servidores de la esperanza’. Que ella, Madre del Pueblo, esperanza nuestra, Señora de la Merced, gracias a la misericordiosa ternura de nuestro Dios, nos cuide y proteja con el mismo cariño que brindó a Jesús en su seno virginal; en la pobreza del pesebre de Belén; en la sencillez de la casa familiar de Nazaret; en el camino hacia Jerusalén; hasta llegar al pie de la Cruz; finalmente en el Cenáculo, acompañó a los Apóstoles esperando la Promesa del Espíritu Santo”, deseó.+
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