Corpus Christi: La Eucaristía es centro y forma de la vida de la Iglesia, recordó Francisco
“Hagan esto en memoria mía”: el mandato de Cristo a los discípulos en el relato de la institución de la Eucaristía narrado en la Carta de Pablo a los Corintios, fue el tema de la homilía del Santo Padre.
El Santo Padre recordó que desde el comienzo la Eucaristía fue centro y forma de la vida de la Iglesia. Además invitó a recordar "también a todos los santos y santas –famosos o anónimos–, que se dejaron ‘partir’ a sí mismos, sus propias vidas, para ‘alimentar a los hermanos’.”
“Jesús se dejó «partir», dijo Francisco, y añadió: “se parte por nosotros. Y pide que nos demos, que nos dejemos partir por los demás”.
“Precisamente este «partir el pan» se convirtió en el icono, en el signo de identidad de Cristo y de los cristianos”, señaló el Papa.
Por último el pontífice pidió “que el gesto de la procesión eucarística, que dentro de poco vamos a hacer, responda también a este mandato de Jesús. Un gesto para hacer memoria de él; un gesto para dar de comer a la muchedumbre actual; un gesto para «partir» nuestra fe y nuestra vida como signo del amor de Cristo por esta ciudad y por el mundo entero”, concluyó Francisco su homilía.
Homilía del Santo Padre en Corpus Christi
«Hagan esto en memoria mía» (1Co 11,24.25).
El apóstol Pablo, escribiendo a la comunidad de Corinto, refiere por dos veces este mandato de Cristo en el relato de la institución de la Eucaristía. Es el testimonio más antiguo de las palabras de Cristo en la Última Cena.
«Hagan esto». Es decir, tomen el pan, den gracias y pártanlo; tomen el cáliz, den gracias y distribúyanlo. Jesús manda repetir el gesto con el que instituyó el memorial de su Pascua, por el que nos dio su Cuerpo y su Sangre. Y este gesto llegó hasta nosotros: es el «hacer» la Eucaristía, que tiene siempre a Jesús como protagonista, pero que se realiza a través de nuestras pobres manos ungidas de Espíritu Santo.
«Hagan esto». Ya en otras ocasiones, Jesús había pedido a sus discípulos que «hicieran» lo que él tenía claro en su espíritu, en obediencia a la voluntad del Padre. Lo acabamos de escuchar en el Evangelio. Ante una multitud cansada y hambrienta, Jesús dice a sus discípulos: «Denle ustedes de comer» (Lc 9,13). En realidad, Jesús es el que bendice y parte los panes, con el fin de satisfacer a todas esas personas, pero los cinco panes y los dos peces fueron aportados por los discípulos, y Jesús quería precisamente esto: que, en lugar de despedir a la multitud, ofrecieran lo poco que tenían.
Hay además otro gesto: los trozos de pan, partidos por las manos sagradas y venerables del Señor, pasan a las pobres manos de los discípulos para que los distribuyan a la gente. También esto es «hacer» con Jesús, es «dar de comer» con él. Es evidente que este milagro no va destinado sólo a saciar el hambre de un día, sino que es un signo de lo que Cristo está dispuesto a hacer para la salvación de toda la humanidad ofreciendo su carne y su sangre (cf. Jn 6,48-58). Y, sin embargo, hay que pasar siempre a través de esos dos pequeños gestos: ofrecer los pocos panes y peces que tenemos; recibir de manos de Jesús el pan partido y distribuirlo a todos.
Partir: esta es la otra palabra que explica el significado del «hagan esto en memoria mía». Jesús se dejó «partir», se parte por nosotros. Y pide que nos demos, que nos dejemos partir por los demás.
Precisamente este «partir el pan» se convirtió en el icono, en el signo de identidad de Cristo y de los cristianos. Recordemos Emaús: lo reconocieron «al partir el pan» (Lc 24,35). Recordemos la primera comunidad de Jerusalén: «Perseveraban en la fracción del pan» (Hch 2,42).
Se trata de la Eucaristía, que desde el comienzo fue el centro y la forma de la vida de la Iglesia. Pero recordemos también a todos los santos y santas –famosos o anónimos–, que se dejaron «partir» a sí mismos, sus propias vidas, para «alimentar a los hermanos».
Cuántas madres, cuántos papás, junto con el pan de cada día, cortado en la mesa de casa, se parten el pecho para criar a sus hijos, y criarlos bien. Cuántos cristianos, en cuantos ciudadanos responsables, se desviven para defender la dignidad de todos, especialmente de los más pobres, marginados y discriminados.
¿Dónde encuentran la fuerza para hacer todo esto? Precisamente en la Eucaristía: en el poder del amor del Señor resucitado, que también hoy parte el pan para nosotros y repite: «Hagan esto en memoria mía».
Que el gesto de la procesión eucarística, que dentro de poco vamos a hacer, responda también a este mandato de Jesús. Un gesto para hacer memoria de él; un gesto para dar de comer a la muchedumbre actual; un gesto para «partir» nuestra fe y nuestra vida como signo del amor de Cristo por esta ciudad y por el mundo entero.+
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