El papa Francisco indicó que el Octubre Misionero es una nueva oportunidad “para hacernos discípulos misioneros, cada vez más apasionados por Jesús y su misión, hasta los confines de la tierra”.
Testimonio de María Eugenia Carrizo
Son muchos los sentimientos que me invaden, dos meses en estas benditas tierras bajas de la Amazonía en la parroquia de San Ignacio de Mojos, y eso que aún quedan muchas vivencias que no he podido procesar. Con el corazón repleto de rostros, de gestos, de música me he dejado enamorar y seducir por esta gente menuda, sencilla y de sonrisa amplia y afable.
Me han permitido entrar a su Tierra Sagrada, a su Territorio Ancestral, este territorio que hace al propio corazón del pueblo indígena amazónico. Ciertamente me cuesta cada día el descalzarme ante esta realidad desconocida, para ingresar a su vida en puntas de pie, caminando con la mayor cautela y delicadeza posible. Me pesa, ciertamente me pesa ser de una cultura dominante e impositiva. Me apesadumbra ver el dolor y el sufrimiento que infligimos y no hablo de la dominación colonial, que aquí ciertamente no se vivió gracias a las reducciones jesuíticas que supieron cuidar y hacer florecer estos pueblos, hablo de la dominación consumista que hacemos del mundo, de la mirada mercantil que atraviesa incluso nuestras relaciones personales más íntimas. Hablo de que todo es una relación de costos y beneficios, todo es medible, cuantificable y debe darnos algún tipo de provecho o beneficio. Esta cultura que llega a través de los medios de comunicación, de los comerciantes de otras naciones (aunque sean de la misma Bolivia) y de nosotros los muchos agentes de pastoral que caminamos estos suelos.
Nos hemos creído ciertamente los dueños del mundo y poseedores de un saber supremo que hemos querido transmitir desde nuestras propias instituciones de ayuda, lamentablemente muchas veces transmisoras-reproductoras de una lógica de beneficencia y lastima (hablo de las escuelas, las instituciones sanitarias, nuestra misma manera de ver, concebir la vida y estructura de la iglesia). Sin quererlo, sin conciencia e incluso en ignorancia hemos hecho daño, y hacemos daño con nuestra forma de ver el mundo; debemos y debo en primera persona dejar que la mirada, que mi mirada, se transforme y se vaya asemejando a la suya paulatinamente. Es un proceso largo el del despojo, el vaciarse y limpiar la mirada, ruego a Dios que me permita una mirada nueva, una mirada desde estos pueblos, una mirada que se asemeje más a la de Jesús.
Con estas consideraciones y miedos comenzaré a intentar poner palabras a este mundo nuevo. Siempre es novedad el encuentro con el otro, si bien viví en este territorio dos años hace cinco años atrás y he venido desde aquel entonces un mes al año a visitar y acompañar alguna actividad pastoral específica, pero siempre logran sorprenderme y trastocar mi manera de pensar (y doy abundante gracias a Dios por ello)
Cada encuentro me transforma. Estos dos meses han sido muy intensos a nivel de recorridos por el territorio, caminarlo ha sido muy significativo para mí, especialmente por el valor que estoy comprendiendo recién que tiene para cada uno ellos. Hemos podido recorrer muchos kilómetros en moto y hasta avioneta para llegar a 8 de las 64 comunidades que pertenecen a nuestra parroquia de san Ignacio de Mojos.
María Eugenia Carrizo, misionera de la diócesis de Río Cuarto
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