El Papa y la “incanjeabilidad” de las verdades fundamentales de la fe



Corrientes (AICA): El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, explicó que “la clasificación objetiva de hechos y actitudes no debe confundirse con el juicio a las personas”, al asegurar que “hubo quienes interpretaron erróneamente la expresión humilde del papa Francisco, cuando se declaró incapaz de juzgar a los gays”. “Entendieron que esa apertura de Pastor bueno significaba un cambio sustancial en la doctrina tradicional de la Iglesia. Él mismo se encargó de desmentirlo al acentuar, con la llaneza de su lenguaje simple, la incanjeabilidad de las verdades fundamentales de la fe. Su magisterio es el de la Iglesia y se mantiene íntegro y sin fisuras”, subrayó.

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, advirtió que “existe una oposición irreparable entre Dios y los ídolos” y aseguró que “para optar por Dios y renunciar a los ídolos - algunos muy de moda - se requiere el sometimiento humilde a la gracia que mana de la Cruz y de la Resurrección de Cristo. Dicha gracia se administra por el ministerio sacramental de la Iglesia y muestra su eficacia en la santidad de los cristianos ejemplares”.

“La predicación, sin el testimonio de santidad de los predicadores, deja la Palabra a medio formular y, por lo mismo, con poco vigor evangelizador. Se advierte esa insuficiencia en la presencia débil de los bautizados en medio de una sociedad extremadamente ambigua, tanto en su cultura como en sus maneras de clasificar el comportamiento privado y público de sus ciudadanos”, sostuvo en su sugerencia para la homilía del próximo domingo.


El prelado subrayó que “la clasificación objetiva de hechos y actitudes no debe confundirse con el juicio a las personas”, al señalar que “hubo quienes interpretaron erróneamente la expresión humilde del papa Francisco, cuando se declaró incapaz de juzgar a los gays”.


“Entendieron que esa apertura de Pastor bueno significaba un cambio sustancial en la doctrina tradicional de la Iglesia. Él mismo se encargó de desmentirlo al acentuar, con la llaneza de su lenguaje simple, la incanjeabilidad de las verdades fundamentales de la fe. Su magisterio es el de la Iglesia y se mantiene íntegro y sin fisuras”, aseveró.


Texto de la sugerencia

1.- Servir a Dios o a los ídolos. Al mundo contemporáneo le resulta complicado incluir al Dios providente en su espacio existencial. Ha deformado de tal manera su visión que no sabe como integrar ambos conceptos y sus exigencias prácticas. Intento referirme a nuestro mundo, la variedad asombrosa de sus culturas y la influencia de diversas ideologias en su desarrollo. La palabra de Jesús saca al hombre actual, autosuficiente y solitario, de su complicación y le ofrece el equilibrio de la Verdad. No podrá servir a "dos señores": al Dios verdadero y a los ídolos. En este caso el dinero asume la representación de todos los ídolos que componen la enorme constelación de los restantes. Sabemos que el principal de ellos es el mismo hombre, montado sobre el corcel de su propio "yo". El pecado entroniza ese ídolo - el propio yo - en el lugar principal que sólo corresponde a Dios. Ese culto apócrifo es denominado: egoísmo o egocentrismo. Lo domina todo y hace de la persona una cruel falsificación. Es el origen de todos los males, algunos de gran espectacularidad y, los más, cumpliendo su obra nefasta en lo oculto.


2.- Una oposición irreparable. Existe una oposición irreparable entre Dios y los ídolos. Para optar por Dios y renunciar a los ídolos - algunos muy de moda - se requiere el sometimiento humilde a la gracia que mana de la Cruz y de la Resurrección de Cristo. Dicha gracia se administra por el ministerio sacramental de la Iglesia y muestra su eficacia en la santidad de los cristianos ejemplares. La predicación, sin el testimonio de santidad de los predicadores, deja la Palabra a medio formular y, por lo mismo, con poco vigor evangelizador. Se advierte esa insuficiencia en la presencia debil de los bautizados en medio de una sociedad extremadamente ambigua, tanto en su cultura como en sus maneras de clasificar el comportamiento privado y público de sus ciudadanos. La clasificación objetiva de hechos y actitudes no debe confundirse con el juicio a las personas. Hubo quienes interpretaron erróneamente la expresión humilde del Papa Francisco, cuando se declaró incapaz de juzgar a los gays. Entendieron que esa apertura de Pastor bueno significaba un cambio sustancial en la doctrina tradicional de la Iglesia. Él mismo se encargó de desmentirlo al acentuar, con la llaneza de su lenguaje simple, la incanjeabilidad de las verdades fundamentales de la fe. Su magisterio es el de la Iglesia y se mantiene íntegro y sin fisuras.


3.- La Providencia divina. Jesús deja de manifiesto que servir a un señor opuesto a Dios, suprime la libertad del servidor. Abre una perspectiva nueva donde la Providencia anula la ambición de acumular riquezas para provecho exclusivamente personal, familiar o grupal. De allí la necesidad moral (o ética) de empeñarse en construir el bien común. El desorden, causado por el pecado, ha inspirado una escala de valores donde todo se mezcla y se excluyen valores imprescindibles para una pacífica y fraterna convivencia. El egoísmo, causante de tanto daño, con la intención explícita y proclamada de otorgar a la sociedad un orden aparentemente justo, se infiltra entre hombres y mujeres que buscan su endeble felicidad. No es precisamente la felicidad del hogar de Nazaret, sino la que emerge de un principio selvático: el "derecho del más fuerte". El Evangelio viene a reordenar la vida desde el interior de las personas, sin pretender imponer un sistema político teóricamente ideal. Los nuevos seres nacidos del perdón y de la reconciliación deben ponerse a trabajar en la elaboración de propuestas conducentes al bien de todos.


4.- Quien quiere el fin quiere los medios. ¿Quién piensa en el bien de todos? Aparece en los discursos demagógicos de algunos dirigentes sociales, pero, ¿qué se entiende por el bien de todos o bien común? Se decía que "el que quiere el fin quiere los medios". El "bien de todos", como soberano bien, requiere una renuncia ascética al propósito mezquino de trabajar exclusivamente para sí. ¡Qué lejos estamos de la adopción de este propósito como prioritario! No se puede servir al pueblo y a uno mismo. El servicio a Dios consiste en servir al pueblo. Sacrificarlo, en aras de bienes particulares, constituye un acto idolátrico. Desde el Evangelio no nos es lícito juzgar a las personas sino ofrecerles la Verdad para que regule sus vidas y sus responsables funciones en la sociedad. Es lo que intenta la Iglesia a través de su magisterio social (Doctrina Social de la Iglesia).



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