Pironio, siervo de Dios, intercede por los argentinos

En una misa oficiada en memoria del siervo de Dios cardenal Eduardo Pironio en la basílica de Luján, presentó las ofrendas la madre de un chico marplatense que estuvo al borde de la muerte por haber ingerido e inhalado purpurina. La familia piensa que su curación puede atribuirse a la intercesión del siervo de Dios, actualmente en proceso de beatificación, sin anticiparse al juicio de la Iglesia. La Iglesia estudia siempre cuidadosa y detenidamente cada caso de un presunto milagro.

Juan Manuel Franco tenía quince meses de vida en diciembre de 2006 cuando ingirió e inhaló purpurina y los médicos no le daban esperanza de sobrevivir.


Años después, el 9 de febrero de 2014, su mamá, Laura Carozza de Franco, maestra de música, fue una de las personas que llevó las ofrendas en la misa con que se recordó al siervo de Dios cardenal Eduardo Pironio (1920-1998) en la basílica de Nuestra Señora de Luján.


Fue una misa concelebrada, que presidió el arzobispo de Santa Fe y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor José María Arancedo, que lo recordó como un hombre de Dios, de oración, de contemplación; como un profeta y un hombre de servicio.


El cuerpo del cardenal Pironio está enterrado en el santuario de Luján, donde fue ordenado sacerdote el 5 de diciembre de 1943 y donde también fue consagrado obispo el 31 de mayo de 1964. En junio de 2006 se abrió en Roma su proceso de beatificación.


La misa en su memoria, a 16 años de su fallecimiento, había sido convocada por la Acción Católica Argentina y por otras instituciones.


Un rato después de la misa, en una heladería cercana al santuario, vi en la mesa de al lado a la señora que había llevado las ofrendas y le pregunté si lo había hecho en representación de la Acción Católica.


Me dijo que no y me contó el motivo de su participación. Se trataba de la curación de su hijo Juan Manuel, que estaba tomando un helado tranquilamente con su mamá y su abuela mientras hablábamos.


Años antes, el 1° de diciembre de 2006, el chico se debatía entre la vida y la muerte. Había ingerido e inhalado purpurina y por lo que decían los médicos, era algo muy grave: todos los antecedentes eran fatales y ellos no daban esperanza de vida.


Laura Carozza y su marido, Mariano Franco, son docentes en escuelas católicas de Mar del Plata. Al día siguiente se hacía en Mar del Plata la marcha de la esperanza, que Pironio había promovido cuando era obispo de esa ciudad, entre 1972 y 1975. La marcha, encabezada por una imagen de Nuestra Señora de Luján, hizo una parada frente al hospital materno infantil donde estaba internado (desahuciado por los médicos) el pequeño Juan Manuel.


“Nos encontramos allí, bajo la lluvia, con gente conocida –comentó Laura-. Y el sacerdote de la parroquia San Antonio de Padua, donde soy maestra, nos dio una estampa de Pironio y nos dijo que pidiéramos la curación”. Se trataba del presbítero Silvano de Sarro que, además, preside la Junta de Educación Católica de Mar del Plata. Les dio una cartilla sobre la vida y obra del cardenal Pironio, con su testamento.


“Volvimos reconfortados de la marcha. El estado de Juan Manuel era muy crítico. A la mañana siguiente, empecé a leer lo que decía el testimonio de lo que un obispo le dijo a la madre de Pironio: “Señora, los médicos también pueden equivocarse”. Justamente, era la frase que yo necesitaba en ese momento”.


Cuando la madre del cardenal Pironio tuvo a su primer hijo estuvo seis meses sin moverse y los médicos le dijeron que no podría tener más hijos sin riesgo de su vida. Pero monseñor Francisco Alberti, quien sería con el tiempo arzobispo de La Plata, le dijo que los médicos podían equivocarse, que tuviera confianza en el Señor y que celebraría la misa por ella en el altar de Nuestra Señora de Luján. “Total que mi madre vivió hasta los 82 años y tuvo 22 hijos”, escribió el cardenal Pironio. Y concluyó: “Yo soy el último de ellos”, como puede leerse en una carta dirigida el 13 de marzo de 1986 a monseñor Juan Antonio Presas, que está colocada cerca de su tumba en el santuario.


Rememorando lo que pasó desde que leyó la estampa de Pironio, Laura Carozza dice que entendió que la vida del cardenal era un milagro y a partir de ese momento “me convencí de que algo había cambiado”. A los pocos días, le hicieron un estudio a su hijo y llevaron la extracción de sangre a La Plata. Su mamá, abuela de Juan Manuel, María Cristina Delfante de Carozza, llevó la muestra a un hospital especializado en toxicología en esa ciudad y cuando tuvo el resultado llamó a su hija para comunicárselo.


¿Cuál era la situación antes de tomar la muestra? “Me habían dicho que Juan Manuel tendría problemas renales, hepáticos, neurológicos. Tenía una neumonía química. Al haber inhalado ese polvo, le había quemado los pulmones (algo parecido a lo que sufrieron los chicos de Cromañón). Tenía cobre y zinc en la sangre y en la orina, y quizá también plomo”. Había estado en coma farmacológico, internado en terapia intensiva, entubado, ya que no podía respirar solo. El edema pulmonar había destruido los pulmones en un 70 %. El día en que se hizo el análisis en La Plata le sacaron el respirador y salió del coma, aunque temiendo los médicos que hubiera graves daños y secuelas.


Pero, sorprendentemente, la abuela llamó por teléfono desde La Plata a la madre y le informó que el análisis no daba ningún resultado negativo, era normal.


“Juan Manuel empezó a estar bien y a los pocos días estaba en casa como si nada hubiera pasado. De no tener ninguna esperanza pasamos a que estuviera en casa muy bien. Empecé a pensar, y a darme cuenta de que había sido por el cardenal, que es lo que están estudiando ahora”, dice Laura.


En Roma es postulador de la causa de beatificación del cardenal Pironio el sacerdote benedictino Giuseppe Tamburrino, y en la Argentina es vicepostuladora la profesora Beatriz Buzzetti, que fue presidenta nacional de la Acción Católica y leyó la primera lectura en la misa de Luján.


Juan Manuel, que cuando tenía catorce meses apenas empezaba a caminar, es ahora un chico sano. Juega al tenis y al fútbol, hace natación, toca la guitarra. Tiene dos hermanos más chiquitos: Jorge y Francisco Eduardo. Le pregunto a qué colegio va. Responde que va al colegio Nuestra Señora del Camino, en Mar del Plata, y está en tercer grado.


Su abuela recuerda que los médicos decían: “Lo único que hay que hacer es esperar a un paro cardíaco”. Gracias a Dios, eso no se dio y la familia tiene el íntimo convencimiento de que ese resultado puede atribuirse a la intercesión del siervo de Dios en proceso de beatificación.


La Iglesia hace siempre un estudio largo, preciso y cuidadoso de los pormenores médicos y de su relación con la oración en cada caso de un presunto milagro, y el fervor de los fieles no pretende anticipar el juicio definitivo de la Iglesia.


En la misa estuvieron también algunos parientes del cardenal Pironio, que llevan su mismo apellido. Santiago Pironio, estudiante secundario de 16 años, de Luján, y su hermana Victoria, de 18, que empieza la carrera de Ciencias de la Educación, son sobrinos bisnietos del siervo de Dios. Andrea, psicóloga, pocos años mayor, es sobrina nieta. Dijo que ella lo llegó a conocer, siendo chica, pero además ha escuchado siempre hablar mucho de él en su familia. Su papá, Alfredo, de 68 años, que está jubilado pero que sigue haciendo algunos trabajos como tornero, era sobrino directo del cardenal. Al igual que Victoria, Andrea llevaba una casaca azul con signos de la Acción Católica. Ella es dirigente del equipo de aspirantes de la Acción Católica de la arquidiócesis de Mercedes-Luján. (Jorge Rouillon)



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