Ciudad de Vaticano (AICA): El papa Francisco asistió esta mañana, en la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico del Vaticano, a la tercera predicación de Cuaresma del padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia. El tema general de la predicación es “Sobre las espaldas de los gigantes” y hace hincapié en “las grandes verdades de nuestra fe, contempladas con los Padres de la Iglesia Latina”. El sacerdote centró en esta ocasión su meditación en “Ambrosio y la presencia real de Cristo en la Eucaristía”.
El tema general de la predicación es “Sobre las espaldas de los gigantes” y hace hincapié en “las grandes verdades de nuestra fe, contempladas con los Padres de la Iglesia Latina”.
El sacerdote centró en esta ocasión su meditación en “Ambrosio y la presencia real de Cristo en la Eucaristía”.
¿Por qué, entonces, elegir a Ambrosio como maestro de fe de un tema sacramentario como es el de la Eucaristía sobre el cual queremos meditar hoy?, se preguntó el padre Cantalamessa. Y explicó que el motivo es que Ambrosio, más que ningún otro, contribuyó a la afirmación de la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía y puso las bases de la futura doctrina de la transustanciación.
De hecho en el De sacramentis escribe: “Este pan es pan antes de las palabras sacramentales; cuando interviene la consagración, de pan pasa a ser carne de Cristo [...] ¿Con qué palabras se realiza la consagración y de quién son estas palabras? [...] Cuando se realiza el venerable sacramento, el sacerdote ya no usa sus palabras, sino que utiliza las palabras de Cristo. Es la palabra de Cristo la que realiza este sacramento”.
El padre Cantalamessa citó otro escrito sobre los misterios, en que el realismo eucarístico es todavía más explícito: “La palabra de Cristo que pudo crear de la nada lo que no existía, ¿no puede transformar en algo diferente lo que existe? No es menos dar a las cosas una naturaleza del todo nueva que cambiar lo que tienen (...). Este cuerpo que producimos sobre el altar es el cuerpo nacido de la Virgen. (...) Es, ciertamente, la verdadera carne de Cristo que fue crucificada, que fue sepultada; es, pues, verdaderamente el sacramento de su carne (...). El mismo Señor Jesús proclama: “Esto es mi cuerpo”. Antes de la bendición de las palabras celestes se usa el nombre de otro objeto, después de la consagración se entiende cuerpo”.
Por último, el predicador de la Casa Pontificia subrayó que quien ha firmado un compromiso tiene luego el deber de honrar la propia firma, y explicó que esto quiere decir que, al salir de la misa, debemos hacer también nosotros de nuestra vida un regalo de amor al Padre y para los hermanos. Debemos decir también nosotros, mentalmente, a los hermanos: “Tomen, coman; éste es mi cuerpo”. Tomen mi tiempo, mis capacidades, mi atención. Tomen también mi sangre, es decir, mis sufrimientos, todo lo que me humilla, me mortifica, limita mis fuerzas, mi propia muerte física. Quiero que toda mi vida sea, como la de Cristo, pan partido y vino derramado por los otros. Quiero hacer de toda mi vida una Eucaristía.+
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