La religiosidad formal y el ritualismo se oponen al Evangelio



Corrientes (AICA): “La religión formal y el ritualismo se oponen al Evangelio produciendo un perjudicial descrédito de la fe y del culto que la celebra. Como consecuencia se da el descuido de la Palabra de Dios, de la misa dominical y de la celebración de los sacramentos. En el diagnóstico social, se comprueba que se ha invertido el orden de los valores: se comienza por las exigencias legales y, tardíamente, o nunca, se arriba al encuentro con Dios”, advirtió el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, en su reflexión para la homilía del próximo domingo.

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, advirtió que entre los católicos existe un “apego enfermizo a las formalidades insustanciales o al ritualismo sin contenido” y señaló que “el papa Francisco se refiere con frecuencia a esa desnivelación, volviendo la atención al Evangelio, leído con sencillez y docilidad”.

Por esto, el prelado consideró que “nuestro pueblo cristiano, notoriamente religioso, necesita infundir vida a sus expresiones cultuales y litúrgicas”.


“La religión formal y el ritualismo se oponen al Evangelio produciendo un perjudicial descrédito de la fe y del culto que la celebra. Como consecuencia se da el descuido de la Palabra de Dios, de la misa dominical y de la celebración de los sacramentos. En el diagnóstico social, se comprueba que se ha invertido el orden de los valores: se comienza por las exigencias legales y, tardíamente, o nunca, se arriba al encuentro con Dios”, sostuvo en su reflexión para la homilía del próximo domingo.


Texto de la sugerencia

1.- La libertad y apertura evangélicas. Ésta es una de las escenas más destacables de la vida temporal de Jesús. Se produce allí un encuentro entre los pueblos, del mismo origen semítico, muy distanciados por viejas diferencias. Jesús jamás disimuló que su misión lo vinculaba .con todos, sin discriminar a nadie. La frecuencia con que se lo ve con extranjeros y gentiles indica su libertad. Los principales de su pueblo no lo entienden y lo cuestionan severamente. El diálogo de Jesús con la mujer samaritana es una demostración clara de su sana apertura y libertad. Surge allí una vieja cuestión sobre el lugar donde Dios debía ser honrado: "Créeme, mujer, llega la hora en que no en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre". "Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre, en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre" (Juan 4, 21-23). La alegoria del agua introduce la conversación con aquella mujer. La que ofrece Jesús, sacia la sed definitivamente y no será necesario extraerla de pozo alguno. La sorprendida mujer debe trasladar su atención del sentido material al alegórico.


2.- Predominio del espíritu y la verdad. Jesús predica una religión donde predomina el espíritu y la verdad. No es un transgresor de la ley, al contrario, el Espíritu hace que la ley adquiera su perfecto sentido. El Espíritu Santo se hace "como el alma" de la Iglesia y de cada uno de los bautizados. A partir de Pentecostés todo dependerá de su acción vivificadora. San Pablo asigna a la ley la función de "pedagoga", pero, es el Espíritu Santo quien inspira y posibilita la Nueva Vida, que la ley intenta regular. Cristo, y su fiel discípulo Pablo - eco admirable de su enseñanza - sin dejar de atribuir a la ley el valor que posee, recuerda que está subordinada al Espíritu que la convalida. Se ha descendido en la valoración de las cosas fundamentales. Jesús se ocupa de poner los puntos sobre las íes y dejar al descubierto las contradicciones en las que habitualmente se incurre. Existe un apego enfermizo a las formalidades insustanciales o al ritualismo sin contenido. Lo advierte, particularmente, entre los sostenedores de la religión oficial. ¿No corremos hoy el mismo peligro en la Iglesia Católica? El Papa Francisco se refiere con frecuencia a esa desnivelación, volviendo la atención al Evangelio, leído con sencillez y docilidad. El rito y sus formulas propias son válidas mientras el Espíritu mantenga su primacía y, de esa manera, la verdad predomine. El signo más claro de esa primacía y predominio, se da en la relación con Dios. Aquella samaritana, también sus comarcanos, necesitará recuperar una escala de valores un tanto olvidada.


3.- La imprescindible adoración a Dios. Nuestro pueblo cristiano, notoriamente religioso, necesita infundir vida a sus expresiones cultuales y litúrgicas. Alguna vez escuché que, cierto Jefe superior de las Fuerzas Armadas, expresó lo siguiente: "Soy católico, no dejo de asistir al tedeum cada 25 de Mayo". De inmediato me pregunté: ¿qué significa, para aquel buen hombre el único rito que, según él, lo identifica a la fe católica? Muy poco, sin duda, ya que constituye la solitaria manifestación de una religiosidad sin proyección alguna. "Adorar a Dios en espíritu y en verdad" incluye el hecho de que Dios ocupe el lugar central y se convierta en referente principal para las personas y los pueblos. La religión formal y el ritualismo se oponen al Evangelio produciendo un perjudicial descrédito de la fe y del culto que la celebra. Como consecuencia se da el descuido de la Palabra de Dios, de la Misa dominical y de la celebración de los sacramentos. En el diagnóstico social, se comprueba que se ha invertido el orden de los valores: se comienza por las exigencias legales y, tardíamente, o nunca, se arriba al encuentro con Dios. Jesús, como enviado del Padre, todo lo refiere al Padre. Desdeña la preceptiva humana desconectada del mandamiento de Dios. Enfrentado con los fariseos, y con la autoridad rígida y omnipotente del clan sacerdotal y de los doctores, abre una nueva perspectiva: la del amor.


4. El primer mandamiento semejante al segundo. Así lo entendió la samaritana, como lo había entendido la Magdalena, y sería el motivo central de la predicación y escritos de Juan, el discípulo amado. A Dios se lo ama amando al prójimo. Pero, no se ama de verdad al prójimo alejado del amor a Dios. Jesús presenta los dos términos del mismo mandamiento como necesariamente inseparables. Constituyen ambos el primer y fundamental precepto de la Ley de Dios. Disociarlos es incumplir la totalidad de la misma Ley. Detrás de cada transgresión, por más leve que sea, se encubre el incumplimiento trágico del primer mandamiento.+



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