Francisco: "El verdadero motivo de la grandeza de María y de su felicidad: es la fe"

Francisco: "El verdadero motivo de la grandeza de María y de su felicidad: es la fe"

Ciudad del Vaticano (AICA): En el corazón del mes de agosto, en el que la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, celebra la solemnidad de la Asunción de María santísima al Cielo, una de las fiestas más importantes dedicadas a la Madre de Cristo, el papa Francisco introdujo el rezo del Ángelus frente a la multitud que se había reunido en la plaza de San Pedro, y recordó con el himno del Magníficat, que se lee en la liturgia de este día, la alegría de María, cuya grandeza es la fe. “Mi alma canta la grandeza del Señor, mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador. Porque miró con bondad mi pequeñez, me proclamarán feliz todos los hombres. El Señor hizo en mí grandes cosas”.
En el corazón del mes de agosto, en el que la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, celebra la solemnidad de la Asunción de María santísima al Cielo, una de las fiestas más importantes dedicadas a la Madre de Cristo, el papa Francisco introdujo el rezo del Ángelus frente a la multitud que se había reunido en la plaza de San Pedro, y recordó con el himno del Magníficat, que se lee en la liturgia de este día, la alegría de María, cuya grandeza es la fe. “Mi alma canta la grandeza del Señor, mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador. Porque miró con bondad mi pequeñez, me proclamarán feliz todos los hombres. El Señor hizo en mí grandes cosas”.

Ella “sabe y lo dice” que “en la historia pesa la violencia de los prepotentes, el orgullo de los ricos, la arrogancia de los soberbios”. Sin embargo, “María cree y proclama que Dios no deja solos a sus hijos, humildes y pobres, sino que los socorre con misericordiosa premura, derribando a los poderosos de sus tronos, dispersando a los orgullosos en los entramados de su corazón”. “El Señor desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los soberbios. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes”.

El Papa destacó que las grandes cosas que el Todopoderoso hizo en María nos hablan de nuestro viaje en la vida, nos recuerdan la meta que nos espera. Nuestra vida, vista a la luz de la Asunción de la Virgen, no es un vagabundear sin sentido, es una peregrinación, que a pesar de las incertidumbres y sufrimientos nos lleva a nuestro Padre, que nos espera con amor.

La catástrofe china de Tiajin en el corazón del Papa
Después de la oración mariana el Papa dedicó unas palabras a las víctimas y a sus familiares de la catástrofe ocurrida en China septentrional donde se produjeron grandes explosiones en una zona industrial. Francisco aseguró su oración y rezó para que Dios dé alivio y apoyo a las personas que están ayudando en las labores de rescate.

“Pienso en este momento en la población de la ciudad de Tianjin, en China septentrional, donde algunas explosiones en la zona industrial han causado numerosos muertos y heridos, y grandes daños. Aseguro mi oración por aquellos que perdieron la vida y por todas las personas que han sido afectados por esta catástrofe; que el Señor dé alivio y apoyo a los que se dedican a aliviar su sufrimiento.

Después invitó a los presentes visitar a la Virgen, la Salus Populi Romani, en la basílica romana de Santa María la Mayor.

Texto del Ángelus del Papa del 15 de agosto

Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Buena fiesta de la Virgen.

Hoy la Iglesia celebra una de las fiestas más importantes dedicadas a la bienaventurada Virgen María: la fiesta de su Asunción. Al finalizar su vida terrena, la Madre de Cristo ascendió en alma y cuerpo al Cielo, en la gloria de la vida eterna, en plena comunión con Dios.

La página del Evangelio de hoy nos presenta a María que, justo después de haber concebido a Jesús por obra del Espíritu Santo, va a visitar a su anciana pariente Isabel, también ella esperando un niño de forma milagrosa. En este encuentro lleno del Espíritu Santo, María expresa su alegría con el cántico del Magníficat, porque tomó plena conciencia del significado de las grandes cosas que se están realizando en su vida: por medio de Ella se cumple la espera de su pueblo.

Pero el Evangelio nos muestra también cuál es el verdadero motivo de la grandeza de María y de su felicidad: es la fe. De hecho, Isabel la saludó con estas palabras: “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”. La fe es el corazón de toda la historia de María; Ella es la creyente, la gran creyente, sabe -y lo dice- que en la historia pesa la violencia de los prepotentes, el orgullo de los ricos, la arrogancia de los soberbios. Aún así, María cree y proclama que Dios no deja solos a sus hijos, humildes y pobres, sino que los socorre con cuidado misericordioso, derrocando a los poderosos de sus tronos, dispersando a los orgullosos en las parcelas de sus corazones. Y esta es la fe de nuestra madre, esta es la fe de María.

El cántico de la Virgen nos deja también intuir el sentido cumplido de la historia de María: si la misericordia del Señor es el motor de la historia, entonces no podía “conocer la corrupción del sepulcro aquella que ha engendrado al Señor de la vida”. Todo esto no tiene que ver solo con María. Las “cosas grandes” hechas en Ella por el Omnipotente nos tocan profundamente, nos hablan de nuestro viaje en la vida, nos recuerdan la meta que nos espera: la casa del Padre. Nuestra vida, vista a la luz de María asunta al Cielo, no es un deambular sin sentido, sino que es una peregrinación que, aun con todas sus incertezas y sufrimientos, tiene una meta segura: la casa de nuestro Padre, que nos espera con amor. Es hermoso pensar esto, que tenemos un Padre que nos espera con amor. Y que nuestra Madre María también está arriba y nos espera con amor.

Mientras transcurre la vida, Dios hace resplandecer “para su pueblo, peregrino sobre la tierra, un signo de consolación y de esperanza segura”. Ese signo tiene un rostro y un nombre: el rostro luminosa de la Madre del Señor, el nombre bendecido de María, la llena de gracia, bienaventurada porque ha creído en la palabra del Señor. La gran creyente. Como miembros de la Iglesia, estamos destinados a compartir la gloria de nuestra Madre porque, gracias a Dios, también nosotros creemos en el sacrificio de Cristo en la cruz y, mediante el Bautismo, entramos en este misterio de salvación.

Hoy todos juntos le rezamos, porque, mientras transcurre nuestro camino en esta tierra, Ella vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos, nos despeja el camino, nos indica la meta, y nos muestra después este exilio de Jesús, el fruto bendito de su vientre. Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.+

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