Al crearse la diócesis platense, en 1897, Luján estaba bajo su jurisdicción. Y, allí, nació su Seminario en 1922.
Fieles de parroquias, movimientos, colegios, asociaciones y grupos, formando una nutrida concurrencia -que superó, según las estimaciones, las últimas convocatorias- asistió a la celebración eucarística presidida por el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, y concelebrada por sus obispos auxiliares monseñor Nicolás Baisi y monseñor Alberto Bochatey OSA, y decenas de sacerdotes diocesanos y religiosos de los cinco partidos (La Plata, Berisso, Ensenada, Magdalena y Punta Indio) que integran la arquidiócesis.
Distintos grupos y asociaciones, infantiles y juveniles, volvieron a dar muestras de su fervor y alegría. Y la Banda del Colegio San Vicente de Paúl, concluida la misa, en las escalinatas del templo ofreció un variado repertorio de marchas y canciones patrias.
Recristianizar la Argentina
En su homilía, monseñor Aguer, siguiendo con lo que adelantó en su mensaje "Nuestro futuro está en Luján", de convocatoria para esta peregrinación, reiteró que nuestra sociedad "está descristianizada y, por lo tanto, deshumanizada" e insistió en la necesidad de recristianizar la Argentina.
En este marco, el prelado platense dijo que “no está mal que vengamos con nuestra lista de pedidos, con muchas nobles, necesarias, urgentes intenciones”, pero “más allá de nuestros problemitas o problemones personales, la Argentina carga sobre su historia numerosos desencuentros, rencores persistentes, ardores de venganza disimulados como reclamos de justicia, contrastes de clamorosos recubiertos por la indiferencia y la frivolidad, negaciones particulares del perdón. Falta la sinceridad elemental que impulsa a llamar a las cosas por su nombre, a reconocer los errores para no distraernos egoísticamente mientras tantos a nuestro lado lo pasan muy mal. Resulta que a las décadas perdidas se las llama ganadas y que nadie quiere pagar los platos rotos; mejor dicho, como pagarlos es inevitable, siempre los pobres pagan la cuota más alta, los autores del estropicio suelen zafar, y por las dudas tienen reservas abundantes. La deshumanización de nuestra sociedad es la consecuencia ineluctable de su descristianización. Está muy bien entonces, que a nuestra lista de pedidos personales añadamos otra, bien larga, de necesidades colectivas. Pero la súplica debe ir unida a una promesa de recristianización social que comienza en el precioso espacio de la decisión personal de cada uno. Hoy se nos ofrece la oportunidad de consagrarnos nuevamente a María, esta vez con todas las veras de nuestra voluntad, de nuestro amor, de nuestro ser. Alguna vez puede ser la definitiva”.
Tras jugosos conceptos sobre el Negro Manuel, monseñor Aguer concluyó su extensa homilía así: “No sé si finalmente el Negro Manuel llegará a ser proclamado santo. Pero de seguro está en el cielo e intercede por nosotros. ¡Y cómo no lo va a escuchar a él la Virgen de Luján, que le debe tantos favores! Digamos, entonces, como lo decía todo el tiempo, y con amor, el negrito angoleño: Dios te salve, María”, rezando con la multitud de peregrinos tres veces el avemaría.+
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