“Repetir lo mismo, como calcado del año anterior - o de los anteriores - es sacar al Mensaje del contexto histórico que le exige actualizarse y así recobrar una nueva e inmediata vigencia”, sostuvo en su sugerencia para la homilía dominical.
El prelado advirtió que “hoy nuestra Patria está inexplicablemente fragmentada, padeciendo los dolores de una crucifixión que no parece contribuir a la redención de sus hijos”, y destacó: “No obstante existe una reserva espiritual, a veces sepultada bajo los escombros causados por la corrupción, la soberbia y el ansia de poder”.
“Debiéramos invocar a los próceres que, en diversas épocas, no dudaron en dar un paso al costado, curar las grietas sangrantes de la Patria y morir pobres o exilados. Muchos de ellos han acudido a las reservas de su fe católica y han padecido lo indecible, fieles a sus tradicionales signos. Aquellos próceres pueden hoy reeditar sus valores y sus gestas heroicas, en hombres y mujeres de la actualidad”, aseguró.
Texto de la sugerencia
1.- Las reservas de la fe en una Patria fragmentada. Toda la Cuaresma nos preparó para celebrar la semana que hoy iniciamos. Aunque todos los años repetimos la lectura de la Pasión según San Mateo, no todos los años produce en nosotros el mismo eco espiritual. Repetir lo mismo, como calcado del año anterior - o de los anteriores - es sacar al Mensaje del contexto histórico que le exige actualizarse y así recobrar una nueva e inmediata vigencia. Hoy nuestra Patria está inexplicablemente fragmentada, padeciendo los dolores de una crucifixión que no parece contribuir a la redención de sus hijos. No obstante existe una reserva espiritual, a veces sepultada bajo los escombros causados por la corrupción, la soberbia y el ansia de poder. Debiéramos invocar a los próceres que, en diversas épocas, no dudaron en dar un paso al costado, curar las grietas sangrantes de la Patria y morir pobres o exilados. Muchos de ellos han acudido a las reservas de su fe católica y han padecido lo indecible, fieles a sus tradicionales signos. Aquellos próceres pueden hoy reeditar sus valores y sus gestas heroicas, en hombres y mujeres de la actualidad.2.- La Pasión, el extremo del amor de Dios. La Pasión de Cristo se constituye en revelación del grado de amor que Dios profesa a los hombres. No basta observar el hecho injusto de la muerte humillante de Jesús. Es preciso saber leer su significado para la humanidad y lograr entonces la plena develación del Misterio de Dios. En su simple y hasta elemental lenguaje nos está diciendo que Dios - el todo Otro con respecto a nosotros - nos ama infinitamente. La meditación de la Pasión del Señor se ha convertido en fuente de contemplación (y de santificación) para hombres y mujeres - niños, jóvenes, adultos y ancianos - que la Iglesia propone a la veneración e imitación de los cristianos de toda época y lugar. El relato de la Pasión, que recién hemos anunciado, nos introduce en el Misterio del amor de Dios. Somos amados hasta ese extremo. Es imposible trasladarlo al lenguaje formal y especulativo de la ciencia o del arte. El único acceso que nos conduce a él es el silencio y la admiración. Cada persona podrá afirmar, con absoluta seguridad: Dios me ama personalmente, no por ser miembro de tal o cual grupo, poderoso o desconocido. Por mí, y únicamente por mí, hubiera llegado hasta ese extremo de amor. Recordemos la parábola de la oveja perdida. El Pastor deja a buen resguardo el rebaño entero y se aventura peligrosamente en la búsqueda de la única extraviada.
3.- Dejarse enternecer por las escenas de la Pasión. Los grandes místicos y los niños saben revestir la verdad, que Dios les ofrece, con el ropaje de su ingenuidad. San Francisco de Asís imaginó el Nacimiento de Jesús. El espectáculo, llamado “Vía Crucis”, es producto genuino de la devoción popular, que fue enriqueciéndose con la piadosa imaginería de los cristianos más simples y devotos, adoptado luego por la Autoridad de la Iglesia. Es preciso que nos dejemos enternecer, en el repaso de las escenas de la Pasión del Señor, y tomar la decisión de una sincera conversión. ¿Quién puede mantenerse indiferente ante Jesús muerto en la Cruz, sabiendo que por nosotros se dejó crucificar? La perspectiva cambia al conocer que ese Hombre - injustamente ajusticiado - es el Dios Todopoderoso, que elige esa forma insólita de expresarnos su amor. Es cierto que la maldad puede endurecer el corazón humano, hasta incapacitarlo para el amor tierno y compasivo a otro ser personal. En la sociedad contemporánea hallamos, en coexistencia no pacífica, la crueldad del infanticidio y del femicidio, con todos sus antecedentes y derivados, y, al mismo tiempo, el amor abnegado, capaz de llegar al don de la propia vida por el ser amado. Allí está el “hombre”, continuamente tironeado por ambas y contradictorias alternativas. Durante la Semana Santa iniciada podemos contemplar el amor de Dios, llegado al extremo del don de su Unigénito: “Porque Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único…” (Juan 3, 16).
4.- La ciencia de la Cruz. San Pablo, en el ejercicio de su singular ministerio, no deja de subrayar que la ciencia inspiradora de su predicación es Cristo crucificado: “Por mi parte, hermanos, cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado” (1 Corintios 2, 1-2). Es la ciencia que conduce a la Verdad y a la Redención del hombre. Es contradictorio que la Semana Santa sea un espacio turístico más, sin capacidad de recordar lo que la Iglesia celebra.+
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