“¡No a la violencia, sí a la paz!”. El papa Francisco repitió las palabras de San Juan Pablo II durante su primer discurso en Mozambique, ante las autoridades, los representantes de la sociedad civil y el cuerpo diplomático. La palabra “paz” corre el riesgo de sonar como un eslogan vacío, especialmente a los oídos de aquellos que no han conocido la guerra, la violencia, el odio fratricida y los conflictos internos en países influenciados por las grandes potencias. Pero aquí en Maputo el llamamiento del obispo de Roma toca las cuerdas más íntimas de un pueblo. Un millón de muertos y entre tres y cuatro millones de desplazados en los países vecinos: tanto costó la guerra civil que vio contrapuestos al Frelimo (el Frente de Liberación de Mozambique de inspiración marxista-leninista) y la Renamo (la Resistencia Nacional Mozambiqueña, un movimiento armado anticomunista).
Una guerra que duró más de quince años, que terminó en 1992 con los Acuerdos de Roma propiciados por la Comunidad de San Egidio, la Iglesia local y el Gobierno italiano. En el último cuarto de siglo el camino no ha sido fácil, sino que ha estado marcado por el resurgimiento de conflictos que han hecho temer lo peor. Hoy la paz parece florecer gracias al nuevo acuerdo firmado en agosto de 2019 entre el presidente Nyusi y el líder de la Renamo Ossufo Momade, que prevé el desarme de más de cinco mil combatientes y nuevas elecciones generales previstas para el próximo 15 de octubre.
El Papa ha querido expresar desde sus primeras palabras su aprecio por los esfuerzos que se están realizando para que “la paz vuelva a ser la norma, y la reconciliación la mejor manera de afrontar las dificultades y los retos que se encuentran como nación”. La búsqueda de la paz, el compromiso por la paz, requiere un “trabajo duro, constante e incesante”. Pero Francisco, en el discurso de apertura de su visita a Mozambique, recordó que la paz “no es sólo la ausencia de guerra, sino el compromiso incansable – sobre todo de quienes ocupamos un cargo de mayor responsabilidad – de reconocer, garantizar y reconstruir concretamente la dignidad, a menudo olvidada o ignorada, de nuestros hermanos, para que se sientan protagonistas del destino de su propia nación”.
La paz no puede separarse de la justicia y no puede lograrse sin perdón y reconciliación, como siempre recordó Juan Pablo II, incluso inmediatamente después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra los Estados Unidos. “No podemos perder de vista – afirma hoy su sucesor – que, sin igualdad de oportunidades, las diferentes formas de agresión y de guerra encontrarán un terreno fértil que, tarde o temprano, provocará la explosión.
Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia a una parte de sí misma, no habrá programas políticos, ni fuerzas del orden o de intelligence que puedan asegurar ilimitadamente la tranquilidad. Las desigualdades sociales, la explotación salvaje de los recursos naturales que deja a los pueblos en la pobreza, un sistema económico-financiero que pone en el centro al dios dinero y no al hombre, la incitación al odio y a la contraposición, son semillas de violencia y de guerra.
Para hacer florecer la verdadera paz – éste es el camino indicado por el Papa – es necesario comprometerse por la justicia, combatir las desigualdades, fomentar la cultura del encuentro, cuidar la casa común y no descartar a los jóvenes y a los ancianos. Un camino maestro a seguir, no sólo en África” (Andrea Tornielli). +
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