Mons. Castagna: Testigos de Dios encarnado en toda coyuntura
“Cuando una de ellas se debilita, la otra - la Palabra - deja de gravitar en la vida y cultura de la sociedad”, advirtió, y completó: “Sus consecuencias constituyen una verdadera catástrofe”.
El prelado explicó que “esto indica cómo debe ser el cristiano, a quien se le ha encomendado - con el Bautismo - la misión de ser testigo de la Resurrección de Cristo”.
“La coyuntura histórica, por más desfavorable que se muestre, no anula la profunda necesidad de Dios que el mundo padece”, sostuvo.
Texto de la sugerencia
1.- El Verbo se hace hombre para que encontremos a Dios. La conciencia humana de Jesús se abre a la verdad incuestionable de su identidad divina. Desde la misma enseña, con gran seguridad, lo que expresa a continuación: “Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, hasta a su propia vida no puede ser mi discípulo”. (Lucas 14, 26) Es un requerimiento que ningún ser humano puede exigir de otro ser humano, a no ser que sea Dios. Es el caso de Cristo. Tiene conciencia de ser el Hijo de Dios, encarnado en el seno virginal de María. Hace presente a Dios y reclama, como corresponde, ser una referencia necesaria para todo ser humano. Cuando Dios es ninguneado, en esa referencia metafísica y existencial, el hombre anda a los tumbos y termina perdiendo el sentido de su vida y de sus personales relaciones. Jesús, absolutamente fiel a la verdad - ya que es la Verdad - no engaña al pueblo, como lo hacen algunos dirigentes.2.- A Cristo no se lo entiende sino como Emanuel. Si se pierde la referencia real a Dios, no se entiende el acercamiento de Cristo - como Dios encarnado - a los hombres y sus circunstancias. No se entiende su enseñanza, que la Iglesia retransmite al mundo en las diversas épocas de la historia, que no obstante - sin examinarla - muchos la desechan u oponen a ella. Se agudiza la necesidad de atenderla y obedecerla. Las pesadas sombras, en las que se debate hoy nuestra sociedad, están exigiendo, con premura, que la palabra de Cristo sea proclamada, superando el bullicio ensordecedor de la mediocridad que parece dominarlo todo. El envío misionero, con motivo de la Ascensión, mantiene toda su vigencia, sin perder su actualidad y urgencia: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”. (Mateo 28, 19-20) El mismo Señor ha pronosticado el rechazo, a veces muy violento, que promueve el mundo anclado aún en su pecado. Cristo ha comprometido su presencia y, por mismo, el poder de su gracia. En la bimilenaria historia de la fe cristiana se han sucedido acontecimientos de notables conversiones. El cambio cualitativo que incluyen, tiene su origen en un sorpresivo auxilio sobrenatural, que no sale del convertido sino de Dios. Mediado el consentimiento - también auxiliado por la gracia - el Espíritu purifica y santifica a quienes lo han dejado obrar en su interior.
3.- Testigos de Dios encarnado. Esta convicción no hace ilusos a los creyentes, sino conscientes, gracias a la fe, del poder de la gracia de Cristo. Es cuando se cumple lo que, el día de la Anunciación, afirma el Santo Arcángel Gabriel: “no hay nada imposible para Dios” (Lucas 1, 37). Es preciso revitalizar la fe en Cristo, aún entre quienes están ubicados en los diversos cuadros de la Iglesia. Una Iglesia creyente obtiene la capacidad de testimoniar al Señor resucitado. Así lo entendían los Apóstoles, con ocasión de la elección de Matías: “Es necesario que uno de los que han estado en nuestra compañía durante todo el tiempo que el Señor Jesús permaneció con nosotros, desde el bautismo de Juan hasta el día de la ascensión, sea constituido junto con nosotros testigo de su resurrección”. (Hechos 1, 21-22). A partir de entonces es la fe de los evangelizadores la que sirve para acreditar el ministerio que desempeñan. Se cumple, de esa manera, la condición indispensable para la evangelización del mundo: “Pero teniendo ese mismo espíritu de fe, del que dice la Escritura: Creí, y por eso hablé, también nosotros creemos, y por lo tanto, hablamos”. (2 Corintios 4, 13). La fe y la santidad son inseparables en quienes tienen la responsabilidad de anunciar y testimoniar el Evangelio de Cristo. Cuando una de ellas se debilita, la otra - la Palabra - deja de gravitar en la vida y cultura de la sociedad. Sus consecuencias constituyen una verdadera catástrofe.
4.- Nos hiciste para ti. Esto indica cómo debe ser el cristiano, a quien se le ha encomendado - con el bautismo - la misión de ser testigo de la Resurrección de Cristo. La coyuntura histórica, por más desfavorable que se muestre, no anula la profunda necesidad de Dios que el mundo padece. San Agustín confiesa la necesidad de Dios, por él mismo experimentada, siendo entonces parte de una humanidad en angustiosa búsqueda: “Nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Las Confesiones i, 1,1). Es preciso reconocer esa inocultable realidad en los corazones de quienes comparten nuestro tiempo y espacio. San Agustín se convierte en un destacado y santo Pastor de la Iglesia, precisamente a partir de su experiencia dramática de peregrino a la Verdad “siempre antigua y siempre nueva” (Las Confesiones).+
Publicar un comentario