En su homilía, el Santo Padre recordó las palabras de Simeón, que el Evangelio presenta como un hombre sencillo, justo y piadoso. El texto dice: Mis ojos han visto a tu Salvador, y el Papa explicó que, de entre todos los hombres que estaban en el templo, sólo él vio en Jesús al Salvador.
¿Qué es lo que vio?, se preguntó Francisco. Un niño, simplemente un niño pequeño y frágil. Pero allí vio la salvación, porque el Espíritu Santo le hizo reconocer en aquel tierno recién nacido al Mesías del Señor. Tomándolo entre sus brazos percibió, en la fe, que en Él Dios llevaba a cumplimiento sus promesas. Y entonces, Simeón podía irse en paz: había visto la gracia que vale más que la vida, y no esperaba nada más, indicó.
Saber ver la gracia de Dios
Refiriéndose a los consagrados y consagradas presentes, les dijo: También ustedes son hombres y mujeres sencillos que han visto el tesoro que vale más que todas las riquezas del mundo. Dejaron cosas preciosas, como los bienes, como formar una familia. Y ante la pregunta de ¿por qué lo han hecho?, Francisco afirmó: Porque se han enamorado de Jesús, han visto todo en Él y, cautivados por su mirada, han dejado lo demás.
¿Que es importante en la vida? Acoger el don del Señor con los brazos abiertos, como hizo Simeón. Eso es lo que ven los ojos de los consagrados: la gracia de Dios que se derrama en sus manos. El consagrado es aquel que cada día se mira y dice: Todo es don, todo es gracia, afirmó Francisco.
Luego, recordando el rezo diario de las completas, que contienen este diálogo de Simeón, expresó: El punto de partida es saber ver la gracia. Mirar hacia atrás, releer la propia historia y ver el don fiel de Dios: no sólo en los grandes momentos de la vida, sino también en las fragilidades, en las debilidades, en las miserias.
Además recordó que el tentador, el diablo insiste precisamente en nuestras miserias, en nuestras manos vacías. Por esta razón, advirtió ante los pensamientos y sentimientos que nos desorientan y que hacen que se corra el riesgo de perder la brújula, que es la gratuidad de Dios. Dios siempre nos ama y se nos da, incluso en nuestras miserias. Cuando tenemos la mirada fija en Él, nos abrimos al perdón que nos renueva y somos confirmados por su fidelidad, sostuvo el Papa.
La mirada mundana y la mirada justa
Luego invitó a preguntarse ¿Hacia quién oriento mi mirada: hacia el Señor o hacia mí mismo?, y destacó que quien sabe ver ante todo la gracia de Dios descubre el antídoto contra la desconfianza y la mirada mundana. Esta mirada es la mirada que no ve más la gracia de Dios como protagonista de la vida y va en busca de cualquier sucedáneo: un poco de éxito, un consuelo afectivo, hacer finalmente lo que quiero, explicó el Papa.
Pero en la vida consagrada -advirtió- cuando no gira más en torno a la gracia de Dios, se repliega en el yo. Pierde impulso, se acomoda, se estanca. Se reclaman los propios espacios y los propios derechos, uno se deja arrastrar por habladurías y malicias, se irrita por cada pequeña cosa que no funciona y se entonan las letanías del lamento: sobre los hermanos, las hermanas, la comunidad, la Iglesia, la sociedad. No se ve más al Señor en cada cosa, sino sólo al mundo con sus dinámicas, y el corazón se entumece. Aumentan la tristeza y la desconfianza, que acaban en resignación. Esto es a lo que lleva la mirada mundana.
Pero Francisco recordó a los consagrados que la mirada justa sobre la vida implica saber ver la gracia que Dios, porque quien tiene la mirada en Jesús aprende a vivir para servir. No espera que comiencen los demás, sino que sale a buscar al prójimo, como Simeón que buscaba a Jesús en el templo. Y les recordó que en la vida consagrada al prójimo se lo encuentra ante todo en la propia comunidad. Por eso hay que pedir la gracia de saber buscar a Jesús en los hermanos y en las hermanas que hemos recibido.
Finalmente, el Papa afirmó que los religiosos y las religiosas, hombres y mujeres que viven para imitar a Jesús, están llamados a introducir en el mundo su misma mirada, la mirada de la compasión, la mirada que va en busca de los alejados; que no condena, sino que anima, libera, consuela.
Entonces el Papa sugirió imitar a Simeón y Ana, quienes a pesar de ser ancianos y estar solos, no perdieron la esperanza, gracias a su estar en contacto con el Señor. Este es el secreto: no apartarse del Señor, fuente de la esperanza. Si no miramos cada día al Señor, si no lo adoramos, nos volvemos ciegos.
Concluyó su homilía invitando a los consagrados a dar gracias a Dios por el don de la vida, pidiendo una mirada nueva, que sabe ver la gracia, que sabe buscar al prójimo, que sabe esperar. Entonces, también nuestros ojos verán al Salvador.+
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