Con fecha 25 de abril, solemnidad de Nuestra Señora del Valle, los obispos dedicaron su carta a agradecer el trabajo de los sacerdotes en el marco de la pandemia del Covid-19.
Además, haciendo una lectura de los acontecimientos a la luz del Misterio Pascual, consideraron que “la humanidad está viviendo su pasión”, sufriendo de diferentes formas las consecuencias de esta situación inédita.
Ante esto, recordaron: “Del corazón del buen pastor nace la compasión, el padecer con los otros y sentir como propio el dolor de todos los que sufren. Del corazón del buen pastor nace la oración de intercesión y el deseo de ponerse al lado de quien nos necesita”.
“¡Qué consolador es verlos arriesgando su propia vida junto a los que más sufren, a los más pobres e intentar visibilizarlos para que como sociedad estemos cerca, compartiendo con ellos el pan de cada día! ¡Qué hermosa expresión de fraternidad ha sido verlos preocupados por sus hermanos sacerdotes, manifestando su cariño y cercanía a todos, especialmente a los ancianos y enfermos!”, destacaron.
“En nombre del Pueblo de Dios, queridos hermanos sacerdotes: ¡Gracias! El testimonio que nos están dejando nos ayuda a que todos seamos ‘con María, servidores de la Esperanza’”, expresaron, deseando que “superado el peligro que nos aflige, podamos sentarnos todos a la mesa del banquete Eucarístico”.
Texto completo de la Carta
“Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice el Señor” Is 40, 1
Queridos hermanos sacerdotes:
1. Los Obispos de Argentina a través de la Comisión Episcopal de Ministerios queremos llegar a cada uno de ustedes en este tiempo especial e inédito a causa de la pandemia del Covid-19. Somos testigos de todo lo que están viviendo y haciendo por el bien de nuestro pueblo. Nos llena de inmensa alegría que nos mueve a decirles ¡GRACIAS!
2. Creemos que es un fuerte tiempo de despojo y seguramente de mucha gracia. La intensa y movilizadora Cuaresma que hemos transcurrido y el tiempo Pascual que transitamos nos permiten más fácilmente hacer una lectura de estos acontecimientos a la luz del Misterio Pascual, peregrinando en la esperanza.
3. Con San Pablo podemos decir: “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios” (2 Cor 1, 3-4).
4. La humanidad está viviendo su pasión. No deja de sufrir a causa de esta pandemia y de las múltiples consecuencias que trae aparejada esta inédita situación que vive el mundo. Los sufrimientos de los enfermos, el dolor por las muertes, la pérdida dramática de los seres queridos, la valentía de los agentes sanitarios y a la vez el temor que experimentan por estar expuestos, la angustia que conlleva el aislamiento y el confinamiento en nuestros hogares -especialmente en los ancianos y enfermos-, las consecuencias laborales y económicas de muchos que no tienen lo indispensable para subsistir, etc., son algunas de las manifestaciones y de los rostros concretos con que nos encontramos cada día.
5. “Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas sin pastor” (Mt 9, 36). Del corazón del buen pastor nace la compasión, el padecer con los otros y sentir como propio el dolor de todos los que sufren. Del corazón del buen pastor nace la oración de intercesión y el deseo de ponerse al lado de quien nos necesita. Por estos y otros tantos signos del amor de Cristo, en medio de este mundo que vive su pasión, podemos advertir importantes “brotes de resurrección”.
6. El Papa Francisco nos señaló el pasado domingo de Ramos: “Miren a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás”. Entre ellos encontramos testimonios sacerdotales que nos han edificado, y manifestando lo más genuino de la vocación sacerdotal: ¡cuánto nos reconforta constatar el espíritu misionero de capellanes de hospitales y otros muchos, que no han querido abandonar al caído en el rostro de enfermos y moribundos, llevándoles el consuelo de la Palabra de Dios y de los Sacramentos! ¡Qué lindo es dejarnos conmover por ese deseo que nace de un corazón enamorado, puesto de manifiesto al transformar en posibilidad los límites con que nos encontramos, sosteniendo la fe del Pueblo de Dios por todos los medios que fueron posibles! ¡Qué consolador es verlos arriesgando su propia vida junto a los que más sufren, a los más pobres e intentar visibilizarlos para que como sociedad estemos cerca, compartiendo con ellos el pan de cada día! ¡Qué hermosa expresión de fraternidad ha sido verlos preocupados por sus hermanos sacerdotes, manifestando su cariño y cercanía a todos, especialmente a los ancianos y enfermos!
7. Y qué decir del Pueblo de Dios al cual nosotros servimos como pastores. ¡Qué lindo ha sido ver su contribución al bien común asumiendo como se pudo la cuarentena y las limitaciones que conlleva; el compartir generosamente con los que menos tienen; la fuerza del voluntariado que abnegadamente ofrece su servicio con el fin de cuidar y asistir a los vecinos, en especial a los abuelos y a los más desvalidos! ¡Cómo nos edifica el haberlos visto, sobre todo en la Semana Santa, convertir sus casas en templos para celebrar la fe como Iglesia doméstica!
8. La experiencia de la Pascua nos permite una mirada nueva. Bien lo decía el Papa Francisco en la oración del 27 de marzo en la desierta Plaza San Pedro: “…esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo”. En nuestra historia creyente hubo muchos que han testimoniado la fuerza renovadora de la Pascua. Entre ellos cómo no mencionar al Santo Cura Brochero quien, arriesgando su vida, no dejó de estar al lado de los pobres, enfermos y sufrientes, acercando el consuelo y la presencia de Dios.
9. En nombre del Pueblo de Dios, queridos hermanos sacerdotes: ¡Gracias! El testimonio que nos están dejando nos ayuda a que todos seamos “con María, servidores de la Esperanza”. En el clima espiritual que nos regala el año Mariano Nacional, dejamos en el corazón de la Santísima Virgen “Madre del Pueblo, Esperanza nuestra” el más vivo deseo de que superado el peligro que nos aflige, podamos sentarnos todos a la mesa del banquete Eucarístico.
Con afecto y la gratitud de padres, los obispos de la CEMIN
En la memoria litúrgica de Nuestra Señora del Valle, 25 de abril de 2020.+
Publicar un comentario