Mons. Castagna: “La voz de Dios no puede ser reemplazada”
“San Agustín afirmaba que el corazón humano - de todo ser humano - está hecho para Dios: ‘Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti’”, recordó en su reflexión semanal.
El prelado advirtió que “el ateísmo dialéctico o cualquier otra teoría que ponga en duda la existencia de Dios, constituye la domesticación de un cachorro de tigre en el interior de un pacífico hogar; todo acaba, tarde o temprano, en tragedia, cuando el tierno gatito se convierta en un sanguinario depredador”.
“La comparación parece exagerada pero, sus consecuencias negativas terminan dando la razón a esa tenebrosa perspectiva. Nos cuidamos - está bien que lo hagamos - del virus mortal que hoy amenaza al mundo, pero no medimos responsablemente el mal que produce una educación no bien cotejada con la verdad”, sostuvo.
“El celo por promover algunas leyes, consideradas políticamente ‘correctas e imprescindibles’ por quienes se erigen en sus ideólogos, hace que prevalezca el prejuicio ideológico - sobre todo propósito de legislar en serio - sin la base inteligente de la ciencia y de la moral”, aclaró.
Texto de la sugerencia
1.- La voz de Dios. Los hombres poseen una percepción innata que los habilita a reconocer la voz de Dios, su Padre y Creador. El pecado los ha descolocado existencialmente. Su consecuencia es el desvarío y la soledad. Al observar la compleja situación del mundo actual, podemos concluir que, sin duda, ha perdido su capacidad de distinguir la voz de Dios, como resuena en el interior de la conciencia. Es una voz que dicta lo que está bien y reprueba lo que está mal. Que se hace sentir cuando la conciencia está enferma y causa un dictamen erróneo. Jesús viene a curar al hombre, introduciendo su virtud sanadora en lo más profundo del ser. Los Santos son testigos de la eficacia del poder de Cristo. El mérito de los mismos consiste en no obstaculizar la acción divina. Existe en el mundo, ante la mirada atenta del más simple observador, una actitud soberbia y mezquina, convertida en pandemia como el coronavirus, pero mucho más perjudicial. Los profetas poseían la misión de ofrecer su propia voz a la voz de Dios. Juan Bautista, el último de ellos, exhorta a reconocer el pecado y a un nuevo proceso de conversión y penitencia. Como precursor le corresponde preparar la llegada del Salvador, en un exigente entrenamiento penitencial.2.- Dios siempre viene a nuestro encuentro. Desde la Encarnación, Dios decide asumir todo lo humano, liberado del pecado, para hacerlo expresión de lo divino. Cristo resucitado encabeza la nueva creación, incluido principalmente el hombre, para conducirla y establecerla definitivamente en el Reino de Dios. La Creación no es una obra de arte, separada del artista, que pueda ser maltratada o destruida sin ofender a quien la creó. El pecado es un intento de malograr la obra de Dios; no obstante ha sido vencido, definitivamente, por el mismo Hijo de Dios hecho Hombre. Aunque el pecado alardee de victorioso, ya está derrotado y sus adeptos condenados. Cristo es el Dios encarnado y, la Pascua que celebramos es su victoria sobre el pecado y la muerte. El pecado es una ofensa a Dios porque constituye el absurdo intento de destruir al hombre: su obra amada. En ese aspecto el pecado afecta a Dios, sin posibilidad de dañarlo, como, a la inversa, lesiona mortalmente al hombre. Cristo es la Verdad que vence al error, es la Vida que vence a la muerte. La fe cristiana, o nuestra adhesión a la persona de Cristo, nos hace - con Él - vencedores del pecado y de la muerte. Es así como la Redención se hace cargo de nuestra vida personal y social. Para ello, Dios mismo viene a nuestro encuentro en el Emmanuel y recupera la sublime grandeza de la Creación. La santidad, que Cristo participa a sus discípulos, logra esa recuperación y configura al hombre nuevo “creado en la justicia y en la verdadera santidad” (Efesios 4, 24).
3.- La voz de Dios no puede ser reemplazada. Quienes aparecen con aires mesiánicos, sin ser el Mesías, “son ladrones y asaltantes” (Juan 10, 8) y su voz suena a falso mientras las ovejas se desilusionan al comprobar que las estuvieron engañando. La voz de Dios, resonando en las conciencias, no puede ser sustituida o hábilmente imitada. San Agustín afirmaba que el corazón humano - de todo ser humano - está hecho para Dios: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti” (Confesiones). El ateísmo dialéctico o cualquier otra teoría que ponga en duda la existencia de Dios, constituye la domesticación de un cachorro de tigre en el interior de un pacífico hogar; todo acaba, tarde o temprano, en tragedia, cuando el tierno gatito se convierta en un sanguinario depredador. La comparación parece exagerada pero, sus consecuencias negativas terminan dando la razón a esa tenebrosa perspectiva. Nos cuidamos - está bien que lo hagamos - del virus mortal que hoy amenaza al mundo, pero no medimos responsablemente el mal que produce una educación no bien cotejada con la verdad. El celo por promover algunas leyes, consideradas políticamente “correctas e imprescindibles” por quienes se erigen en sus ideólogos, hace que prevalezca el prejuicio ideológico - sobre todo propósito de legislar en serio - sin la base inteligente de la ciencia y de la moral.
4.- La voz de Dios hoy en la conciencia humana. Cristo se convierte en la voz del Padre, en los corazones de los hombres; identificable, si el mal no ha anulado, parcial o totalmente, la facultad de distinguir el bien del mal, la verdad del error. El deterioro que se observa, en la capacidad discernitiva de muchas personas - de creciente agravamiento - causa la sensación desagradable de vivir en la contradicción, en un orden incierto y frágil. Necesitamos aceptar humildemente la acción de Cristo Redentor, ofrecida como opción a la libertad, debidamente saneada por su poder divino que: “salva al que cree” (San Pablo a los Romanos).+
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