El hilo conductor de la asamblea es “La renovación del clero” y Francisco afirmó, desde el principio de su discurso, que no se proponía ofrecer a los prelados una reflexión sistemática sobre la figura del sacerdote, sino que los invitaba a acercarse, casi de puntillas, a cualquiera de los párrocos de sus comunidades, para observar cómo viven empezando por el contexto cultural “muy diferente de aquel donde dio sus primeros pasos en el ministerio” porque también en Italia muchas tradiciones y visiones de la vida experimentaron un cambio profundo.
“Nosotros, que a menudo deploramos esta época con tono amargo y acusador, también debemos sentir su dureza. En nuestro ministerio, ¿cuántas personas encontramos que sufren por falta de referencias a las que asirse? ¡cuántas relaciones heridas!, señaló el Papa.
En este contexto, la vida de nuestro sacerdote se vuelve elocuente, porque es alternativa, diferente. Como Moisés, es uno que se acercó al fuego y dejó que las llamas quemasen sus ambiciones de carrera y de poder. También hechó a la hoguera la tentación de considerarse un “devoto”, que se refugia en una intimidad religiosa que tiene muy poco de espiritual”. Y “no se escandaliza, en cambio, de las fragilidades que agitan el espíritu humano: consciente de que él también es un paralítico curado, está tan lejos de la frialdad del rigorista como de la superficialidad de los que quieren demostrar una condescendencia barata.
Acepta hacerse cargo del otro, sintiéndose partícipe y responsable de su destino. Con el aceite de la esperanza y del consuelo, se hace prójimo de cada uno, compartiendo sus sufrimientos y ya que aceptó que no dispondrá de sí mismo, no tiene una agenda que defender, sino que da su tiempo todas las mañanas al Señor para que la gente lo encuentre y para salir a encontrarla. Por lo tanto, nuestro sacerdote no es un burócrata o un funcionario anónimo de la institución, no es un empleado, ni se mueve por criterios de eficiencia”.
Ese sacerdote sabe “que el Amor es todo. No busca seguridad terrenal ni honores, no exige para sí nada que vaya más allá de sus necesidades reales, ni se preocupa por vincular a su persona a los que le han confiado. Su estilo de vida sencillo y esencial, siempre disponible, lo hace creíble a los ojos de la gente y lo acerca a los humildes, en una caridad pastoral que nos hace libres y solidarios. Siervo de la vida, camina con el corazón y el ritmo de los pobres y se enriquece frecuentándolos.
Es un hombre de paz y reconciliación, signo e instrumento de la ternura de Dios, atento a difundir el bien con la misma pasión que otros dedican a sus intereses. El secreto de nuestro sacerdote, se encuentra en esa zarza ardiente que marcó con el fuego su existencia, que la conquista y la conforma a la de Jesucristo, la verdad última de su vida. Y la relación con El lo custodia, volviéndolo ajeno a la mundanidad espiritual que corrompe, así como a cualquier compromiso y mezquindad”.
Después de delinear el perfil del sacerdote, el Santo Padre habló de quienes son los destinatarios de su servicio, precisando antes que el presbítero es tal en la medida en que se siente “partícipe de la Iglesia, de una comunidad concreta con la que comparte el camino.
El pueblo fiel de Dios es el seno del que salió, la familia a la que pertenece, la casa a la que es enviado. Esta pertenencia común, que fluye desde el bautismo es el aire que libra de una autorreferencia que aísla y aprisiona”, puntualizó Francisco, citando la frase del obispo Helder Cámara “Cuando tu barca empiece a echar raíces en la quietud del muelle, sal mar adentro”. “Ante todo- prosiguió- no porque tengas una misión que cumplir, sino porque estructuralmente eres un misionero, ya que en el encuentro con Jesús has sentido la plenitud de la vida y deseas con todo su ser que otros se reconozcan en El”.
El que vive por el Evangelio, entra así “en un intercambio virtuoso: el pastor se convierte y se confirma por la fe sencilla del pueblo santo de Dios, con el que trabaja y en cuyo corazón vive. Esta pertenencia es la sal de la vida del sacerdote, hace que su característica distintiva sea la comunión vivida con los laicos en relaciones que saben cómo valorar la participación de cada uno. En esta época nuestra, pobre de amistad social, nuestra primera tarea es construir la comunidad”. Y, del mismo modo, para el sacerdote es clave “encontrarse en el cenáculo del presbiterio. Esta experiencia libera del narcisismo y de los celos clericales, incrementa la estima, el apoyo y la benevolencia recíprocas y favorece una comunión no sólo sacramental o jurídica, sino fraternal y concreta. La comunión es realmente uno de los nombres de la Misericordia”.
El Papa observó a continuación que la reflexión sobre la renovación de la comunidad religiosa que está llevando a cabo la CEI también incluye el capítulo dedicado a la gestión de las estructuras y los bienes y al respecto afirmó: “En un enfoque evangélico, eviten el fardo de una pastoral de conservación, que obstaculiza la apertura a la perenne novedad del Espíritu. Mantengan sólo lo que pueda servir para la experiencia de fe y de caridad del pueblo de Dios”.
En conclusión, Francisco planteó la cuestión de cuál era la última razón de la entrega del sacerdote imaginado, señalando que había mucha tristeza en los que en la vida se quedaban siempre a mitad, “con el pie levantado, y calculan, sopesan, no se arriesgan por miedo a perderse. Son los más infelices.
En cambio, nuestro sacerdote, con sus limitaciones, es uno que se la juega hasta el final: en las condiciones concretas en las que la vida y el ministerio lo han puesto, se ofrece con gratuidad, con humildad y alegría. Aun cuando nadie parezca darse cuenta. Incluso cuando intuye que, humanamente, quizá nadie le agradecerá lo suficiente su entrega sin medida. Pero él es uno -no puede evitarlo- que ama la tierra y sabe que cada mañana la visita la presencia de Dios.
Es un hombre de Pascua, de la mirada dirigida al Reino, hacia el que se siente que la historia humana camina, a pesar de los retrasos, las sombras y las contradicciones. El Reino - la visión que Jesús tiene del hombre -es su alegría, el horizonte que le permite relativizar el resto de permanecer libre de las ilusiones y el pesimismo, de custodiar la paz en el corazón y difundirla con sus gestos, sus palabras y sus actitudes”.
“He delineado la triple pertenencia que nos constituye -finalizó el Papa- pertenencia al Señor, a la Iglesia, al Reino. Hay que proteger y difundir este tesoro en vasijas de barro. Sientan hasta el fondo esta responsabilidad y háganse cargo con paciencia y disponibilidad de tiempo, de las manos y del corazón”.+
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