El cardenal Poli destacó su bondad, su entrega al apostolado y su amor a la música sacra en la misa que concelebró con el obispo auxiliar de La Plata monseñor Alberto Bochatey y con quince sacerdotes en la basílica del Santísimo Sacramento, ante un centenar de fieles.
“Nos enseñó a rezar cantando”, dijo al evocar al sacerdote músico y compositor que musicalizó las antífonas y embelleció los Salmos que se rezan en la liturgia católica.
Al “celebrar la Pascua del padre José”, el cardenal Poli lo unió al recuerdo del presbítero Osvaldo Catena, con quien había fundado el Grupo Pueblo de Dios y publicado un cancionero litúrgico, y estimó que ambos se suman al coro de los ángeles que alaban al Señor en la morada eterna del cielo.
Entre los concelebrantes se hallaban el presbítero Esteban Sacchi, presidente del Grupo de Música Litúrgica, y el presbítero Néstor Gallego, autor de obras de música cristiana.
Leyó la epístola Julia Tiraboschi y la lectura del Evangelio estuvo a cargo del presbítero Guillermo Oría, de la arquidiócesis de La Plata, donde el padre Bevilacqua fue durante 25 años párroco de Nuestra Señora de Guadalupe. El cardenal Poli hizo presente la adhesión del arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, representado por su obispo auxiliar monseñor Bochatey.
Sacerdote de Cristo, amaba la Eucaristía y era gran confesor
En la homilía, el padre sacramentino Leopoldo Jiménez dijo que para el cristiano la muerte es un paso, es simplemente un sueño, el sueño de los justos que esperan la resurrección. “Debemos recordarlo como un sacerdote de Cristo”, dijo. Además de haber estado ya en el 66º año de su ministerio, llevaba 71 años de profesión religiosa, pero ya de antes se había iniciado en la música litúrgica, por lo cual empeñó en ella 75 años de su vida. “Dedicó toda su vida a indagarla”, agregó, y señaló que trabajó hasta sus últimos días. Había hecho una página web y hacía uso de las redes sociales no sólo para difundir su música sino para predicar el Evangelio.
Destacó su pasión por conocer el origen de las palabras, y señaló que”como buen latinista que fue, fue un experto en la lengua castellana”. Además dominaba el italiano por sus mayores; hablaba bien el francés, por la congregación sacramentina fundada por el sacerdote galo San Pedro Julián Eymard, y conocía el inglés.
Señaló su amor por la Eucaristía, que nunca dejó de celebrar, incluso estando solo si el templo permanecía cerrado. Y apuntó que mucha gente lo recordará como un gran confesor, “ese ministerio silencioso, tan querido, tan necesario”, que ejercía todas las tardes sentado en el confesionario hasta sus últimos días.
Estola sacerdotal
En la misa de cuerpo presente, cerca del féretro abierto, junto a un crucifijo pendía su estola morada de sacerdote, con dos velas encendidas a los costados. Muchísimas flores blancas ornaban el espléndido altar mayor de la basílica donde brillaban decenas de luces.
El gran órgano que tantas veces usó como eximio ejecutante acompañó la ceremonia, al igual que un coro que llenó el ambiente del templo.
En el altar, al costado de los obispos, concelebraron el provincial de los sacramentinos, padre Heraldo Pinto Farías, brasileño; el superior de la comunidad, padre Renibaldo Bruno, también brasileño, y el ya mencionado padre Jiménez, que es chileno.
Entre otros sacerdotes, concelebraron también monseñor Antonio Aloisio y monseñor Víctor Pinto.
El cardenal Poli incensó el féretro y rezó un responso. Invitó a pedirle al sacerdote fallecido que interceda por nosotros y por las vocaciones para los sacramentinos. Pidió al Señor que conceda por esta bella vida muchos frutos para esta familia religiosa que tantos frutos espirituales ha dado en la arquidiócesis de Buenos Aires y en el mundo. Más tarde, se realizó el entierro en el cementerio de la Chacarita. (Jorge Rouillon)
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