Mons. Zecca recordó a los tucumanos que “más allá de la cruz nos espera la vida”
“¡El Señor resucitó verdaderamente, aleluya¡, comenzó el arzobispo su Mensaje explicando que esta antífona de la misa de Pascua expresa la “alegría exultante de la Iglesia por la certeza del triunfo de la vida sobre la muerte que se verifica en la resurrección de Jesús. La muerte ya no es la última palabra sobre la existencia humana”, indicó.
Monseñor Zecca escribe en su mensaje pascual “la muerte es el máximo enigma de la vida humana” y añade que “la semilla de eternidad que el hombre lleva en sí mismo, se levanta contra la muerte. Más aún, aunque oscuramente, percibe cada hombre su vocación a adherirse a Dios, con la total plenitud de su ser, en la vida divina, perpetua e incorruptible”.
“De ahí la resistencia a aceptar que el destino del hombre acabe con su fugaz tránsito por este mundo –explicó - y la dificultad de aceptar este límite del que no puede escapar con sus propias fuerzas a pesar de los avances de la ciencia y de la técnica. El hombre ha nacido para la eternidad y, por lo mismo, se resiste a quedarse en el tiempo”.
“Cómo no alegrarnos, entonces, señala monseñor Zecca, por la certeza de la resurrección de Jesús que nos hace presente que fue Cristo resucitado el que ganó esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerte”.
“Pero ésta, nuestra certeza, la de la fe, debe llevarnos necesariamente a una renovación de nuestra vida terrena que cambia totalmente su sentido al cambiar su meta”, añadió más adelante.
“El cristiano, explicó el arzobispo de Tucumán, debe dar muerte, día a día, al ‘hombre viejo’, pecador, que vive aún en él”. “Hay que vivir como lo que, en realidad, somos: ‘hombres nuevos’.
Ante esto el arzobispo invitó a los tucumanos en su mensaje a “un serio examen de conciencia: ¿cómo estamos viviendo? ¿nos esforzamos por hacer nacer en nosotros el “hombre nuevo” o seguimos atados al “hombre viejo”? “Dejo planteados estos interrogantes, escribe monseñor Zecca, que cada uno podrá responder en conciencia” y señaló: “Si dejáramos espacio a la fe en nuestra vida personal y comunitaria, el mundo –nuestro mundo– cambiaría volviéndose auténticamente fraterno”.
A continuación el arzobispo escribe que “esta Pascua nos encuentra en medio del dolor de un país que no acaba de encontrar el camino de una indispensable reconciliación. Vivimos divididos o –como se puso hoy de moda decir– en medio de “grietas” aparentemente insuperables. Es en ellas donde aparece, bien arraigado, el “hombre viejo”. Una situación social, económica y política difícil”.
El arzobispo de Tucumán hizo presente que las catástrofes naturales, “como el drama que vivimos los tucumanos con las inundaciones y el sufrimiento de tantos hermanos en el sur de nuestra provincia y en tantos otros lugares del país” son momentos en los que surge “la solidaridad espontánea frente al dolor”, lo que es “un signo del irrumpir del hombre nuevo. Pero un signo que aparece en la emergencia y que no acaba de arraigar en un trabajo compartido, fraterno, organizado, que mire al largo plazo”.
Por lo tanto exhortó a que “esto lo tiene que entender, ante todo, la dirigencia, toda la dirigencia: política, económica, académica, jurídica, social, eclesial. Pero también el pueblo, nuestro pueblo. En suma, todos y cada uno, porque todos somos responsables del bien común que sólo afianzado en la justicia puede garantizar la paz y la amistad social”.
“El amor humilde del prójimo que se hace hermano es también un amor que –en su medida– salva y da la vida”, escribe en su Mensaje Pascual el arzobispo de Tucumán y concluye: “Vivamos este amor y hagámonos verdaderamente prójimo del que más sufre. ¡Felices Pascuas!”.+
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