“Desde hace varios años, seguimos una actitud, una esperanza, un sendero que pase por el corazón de todos, y nos plante en dirección del Cielo”, expresó el obispo en su homilía, y afirmó que “esa actitud, esa esperanza, ese camino, no es otro que acercar nuestros corazones para caminar juntos, unidos, haciéndonos más hermanos, buscando encuentros, haciéndonos familia”.
En ese sentido, aseguró que “esa actitud, ese modo, encuentra una realidad, una persona que nos une, e invita a unir los corazones. Es María. Es la madre de Jesús y madre nuestra”.
“Y es en su poncho pampeano, donde todos nos prendemos. Es en ese poncho donde dibujamos nuestra vida, nuestros sueños, nuestras alegrías y sufrimientos para que María nos pueda cargar en sus hombros y en sus brazos junto al Niño”, detalló.
“Es en ese poncho de Madre Pampa, donde hay lugar para todos para ser cubiertos, porque en el corazón y en las manos de la madre, todos entran. Allí estamos todos, porque así lo quiso Jesús, que fuera madre, y que nosotros ‘seamos uno’. Es como si el poncho, pudiera mostrarnos el corazón de María”, consideró.
“Es desde María que somos engendrados como hermanos, es Ella la que acerca corazones, desata rencores y diferencias, derriba muros y crea puentes. Es María quien se hace cargo”, sostuvo. “Es María, quien nos recuerda cada día, que mucho podemos hacer desde nuestra pequeñez y Jesús quiere siempre contar con nosotros. Que si nos atrevemos, a dejar lo poco pero todo en sus manos, Jesús sabrá bien qué hacer con ello”, añadió.
“Tal vez, tengamos que llenar las tinajas de piedra como aquellos servidores en Caná de Galilea, para que todos tengan vino y vino bueno. Tal vez, tengamos que guardar las Palabras del Señor en el corazón, para que se hagan Palabras de Vida Eterna. Tal vez tengamos que hacer sentar a todos y repartir esos trocitos de pan y pescado, para que todos puedan calmar su hambre. Tal vez, tengamos que recoger lo que sobra, para asombrarnos del poder de Dios, que a nadie permite falte nada, y aprendamos a abrir el corazón para compartir con todos”, enumeró el prelado, y continuó: “Tal vez, tengamos que aprender a escuchar las Palabras del Maestro, para poder cumplirlas y cumplir la voluntad del Padre Dios. Tal vez, con dolor y tantas veces sin entender, tengamos que caminar detrás de la cruz de Jesús, cargando la nuestra hasta el Calvario, pero con la certeza y esperanza a la espera del Domingo. Tal vez, tengamos que dejar abrazarnos por María, allí mismo, al pie de la cruz que tanto dice, para escuchar en nuestro corazón, ‘allí tenés a tu Madre, que es la mía’”.
“Tal vez, volvamos a casa, con miedos, con dolores, con heridas, pero con el consuelo y la ternura de una Madre, que se hizo nuestra. Ella bien sabe esperar, porque sabe bien en quien espera. Su dolor también es nuestro, pero es un dolor redentor, cargado de amor y gracia, que da fuerza y vida nueva”, aseguró.
“¡La obra de Dios, es que crean en el Hijo del hombre, que crean en Jesús”, y es Ella la que lo enseña, agregó el obispo. “Él es el camino que conduce al Padre, la Verdad que ilumina los pueblos, la Vida que renueva el mundo. Él es el Buen Pastor, que saldrá en búsqueda de la oveja perdida, y sabrá lleva a todos a pastos tiernos. Él es el Padre de infinita misericordia, que recibe a todos los pecadores, haciendo fiesta. Él es quien se sienta con pecadores y come con ellos. Él es quien perdona siempre y enseña a todos a perdonar siempre. Él es quien con inmensa ternura, lava los pies de todos, y sirve a todos para enseñar que por allí pasa, aquello de ser el primero”, describió.
“Y así, tantas enseñanzas del Maestro, el Hijo de Dios, el Hijo de María. Seguramente en los latidos del corazón de esta Madre, junto a su pecho, el Niño Dios también fue aprendiendo a ser Maestro. Ser Maestro del camino que conduce al cielo. Un camino en apariencia poco importante, para ‘nuestro vuelo’”, reconoció: “El amar a todos, o perdonar siempre. El hacerse cargo de los más dolientes. Pobres, viudas y pecadores fueron sus amigos. Los solos, los tristes, leprosos y ciegos”, recordó.
“‘Tomados de su poncho’, reza el lema, tal vez exige mucho”, admitió monseñor Martín, y explicó: “Es ‘tirar al mismo lado’, cuando somos tan distintos. ‘Y al mismo tiempo’, pero todos no podemos. ‘Contar tal vez hasta tres’, para intentarlo de nuevo”.
“Una de las tentaciones puede ser, que ‘nada puedo’”, anticipó: “¡Seguro! Solos, seguro que no podemos. Es con Dios, por su mandato, por su gracia, por su fuerza. Él nos envía”, aclaró.
“Muchos podemos pensar ‘cambiaron tanto las cosas, que no sabemos ni en quien creemos’”, reconoció. “Tantos pañuelitos verdes, el Estado y la Iglesia, los gestos del Papa, los pecados de la Iglesia, la ideología de género, los ultra tradicionalistas que quedaron en el tiempo, y quien sabe cuántas cosas más, que no valen ni la pena”, consideró, y enfatizó: “Somos la Iglesia de Jesús, más allá de las creencias, y pecados que tanto hieren la unidad y comunión. Vivamos la caridad, vigilemos nuestra lengua y murmuraciones, facilismos y pensamientos, nuestras comodidades, egoísmos, divisiones e indiferencias”.
“Jesús se confió a Pedro y a los Apóstoles. Seguro que ni ellos ni nosotros somos los mejores, ni los perfectos, y tantas veces nos equivocamos. Necesitamos siempre de la oración de todos, porque todos somos esta Iglesia. Tomémonos fuertemente del poncho de María, y no dejemos a nadie sin darle una mano para sostenerlo en él, es signo de esa unidad que buscamos acrecentar para andar juntos por el camino”, animó.
“Madre querida, madre del Maestro, que a todos nos toque tu corazón bueno. Que imitemos algo de tantas entregas. Vos que lo tuviste con fuerza en tus brazos, y lo acompañaste de la tierra al Cielo, llévanos con vos, abrigados todos por el mismo poncho, prendidos felices, dados de la mano, juntos como hermanos, mirando y amando como lo hizo el Señor”, rezó.+
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