En esta ocasión lo hace al comentar el Evangelio de San Lucas en el pasaje donde Jesús, por decir la verdad, “fue empujado fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo".
“Jesús -dice monseñor Castagna- se expone, de manera constante, a ese humano peligro y lo hace por fidelidad a su Padre, que lo envió a encarnar la Verdad entre quienes se le oponen sistemáticamente”. “El mundo -agrega- no es indiferente al contenido de la fe cristiana, pero mientras no renuncie a su propio y mentiroso sistema de ‘verdades’ adoptará una actitud negadora y beligerante ante la Verdad que Cristo encarna y que constituye el núcleo de la fe. La historia del cristianismo ofrece la visión de esa guerra interminable que, casi siempre, se revela violenta y destructiva”.
“La fidelidad a Cristo -continúa monseñor Castagna- es la fidelidad a la Verdad. Siendo, como es, fiel al Padre, nos enseña a identificar la Verdad y darlo todo por ella sin temor de arriesgar la propia vida”, porque “la verdad no es un principio doctrinal sino una persona: la del Padre y la de Cristo mismo. La fe, por la que los mártires aceptaban padecer la muerte cruenta, no es un precepto ni una formulación dogmática, sino una Persona, la de Cristo. Amar a Cristo es amar la Verdad y vivir en ella con absoluta e inquebrantable fidelidad”. +
Texto completo de la sugerencia
1.- El núcleo de la fe cristiana.
Poner en riesgo la propia seguridad, por mantenerse fiel a la verdad, constituye una decisión de alto nivel moral. Jesús se expone, de manera constante, a ese humano peligro. Lo hace por fidelidad a su Padre, que lo envió a encarnar la Verdad entre quienes se le oponen sistemáticamente. El mundo no es indiferente ante el contenido de la fe cristiana. Mientras no renuncie a su propio y mentiroso sistema de "verdades" adoptará una actitud negadora y beligerante ante la Verdad que Cristo encarna y que constituye el núcleo de la fe. La historia del cristianismo ofrece la visión de esa guerra interminable que, casi siempre, se revela violenta y destructiva. En la escena evangélica, que hoy proponemos, el mismo Jesús señala cuál deba ser la conducta de sus seguidores. En ella toma cuerpo la fidelidad incondicional a la Verdad. Al mismo tiempo, se comprueba la propensión común de producir giros que conformen una u otra decisión. Únicamente la fidelidad personal al Padre, capacita para la estabilidad en la verdad. La aprobación de los demás es débil e inconsistente: hoy te aprueban hasta la ovación y, poco tiempo después, intentan tu muerte: "Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo". (Lucas 4, 28-30)
2.- La fidelidad a Cristo es fidelidad a la Verdad.
Hace pocos dias recordábamos a Santa Inés, joven mártir de doce años. Me impresionó la prédica ocasional de San Ambrosio: "El verdugo hizo lo posible para aterrorizarla, para atraerla con halagos, muchos desearon casarse con ella. Pero ella dijo: "Sería una injuria para mi Esposo esperar ver si me gusta otro; Él me ha elegido primero, Él me tendrá". (San Ambrosio) La fidelidad a Cristo es la fidelidad a la Verdad. Siendo, como es, fiel al Padre, nos enseña a identificar la Verdad y darlo todo por Ella, sin temor de ariesgar la propia vida. La verdad no es un principio doctrinal sino una persona: la del Padre y la de Cristo mismo. La fe, por la que los mártires aceptaban padecer la muerte cruenta, no es un precepto ni una formulación dogmática, sino una Persona, la de Cristo. Amar a Cristo es amar la Verdad y vivir en Ella, con absoluta e inquebrantable fidelidad. Pablo, el Apóstol de los pueblos paganos, ha asimilado la identidad entre Cristo y la Verdad. Es enviado a proponer a Cristo como la Verdad para todos, ya que es el Dios de todos y el Padre de cada uno. Su atención se concentra en el Misterio que contempla y predica. Es como una santa obsesión. Es fácil comprobarlo. Basta leer sus cartas, una tras otra, y seguir el hilo fino de su predicación, dirigida a tan diversos y lejanos interlocutores.
3.- Dios interesa al mundo laico.
El Evangelio interpela a nuestra sociedad. Para ello, es preciso sacarlo del círculo estrictamente religioso, para trasladar su contenido a la secularidad, y abrir un registro perceptible al mundo laico. Dios, Creador y Redentor de los hombres, interesa al mundo. Es el principal de sus intereses, aunque la ciénaga de la indiferencia pretenda disminuir su importancia. Los mismos creyentes deben inocular la fe en sus vidas. No es un elemento extraño, sino el sentido que la vida encuentra entre los sinsentidos que se le ofrecen a diario. Es un sentido que no procede de la inventiva humana sino directamente de Dios. Cristo es el Hombre Nuevo que encarna, para todos los hombres, el nuevo sentido de la vida que necesitamos adoptar para arreglar la nuestra. Se despeja la perspectiva de un cambio que no se resuelve con superficiales modificaciones socio políticas. ¡Cuántas veces nos referimos a este tema! No se dará el cambio que necesitamos, si es reducido a un maquillaje externo y superficial. Muchas veces se lo ha intentado y desapareció como un fuego de artificio. El protagonista de todo cambio es el hombre. Si él - y me refiero especialmente a la dirigencia de nuestro pueblo - no se somete a lo que intenta proponer a los demás es vano que se esfuerce en comandar la vida social y política de su propia comunidad.
4.- Cristo es el único autor de la unidad o de la reconciliación.
Los hombres hacen añicos la sociedad que teóricamente intentan componer. Cuando piensan no piensan en todos. Divididos, no entendiendo sus naturales y providenciales diversidades, no encuentran cómo comunicarse y lograr la unidad a la que están llamados. La extrañeza tiene un feo aspecto de enemistad, que expone una graduada escala ascendente, pasando por la indiferencia, la insensibilidad ante el dolor de los más débiles y la delincuencia que destruye tantas victimas inocentes. Jesús dió su vida inocente para revertir esa situación que, al margen de Él, no podrá ser superada. +
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